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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | Samsara

    Samsara
    crítica de Samsara | Ron Fricke, 2011
    presentada en el TIFF 2011.

    Pocas veces tenemos el privilegio de disfrutar de una obra fruto de cinco años de trabajo, en más de veinticinco países. Yo diría que nunca, si no fuera por Ron Fricke y Mark Magidson. Pero allá por 2007, los celebrados autores de Baraka (1992) decidieron que había llegado el momento de repetir el concepto y se pusieron a trabajar en una de las composiciones de mayor belleza e impacto sensorial que se puede experimentar en el salón de tu casa: Samsara.

    A quien ya haya visto otras obras de estos autores, el concepto le resultará familiar: una colección de imágenes grabadas en 70 mm, cada una de ellas de una gran intensidad plástica y de indudable significación a la hora de representar una faceta del mundo natural o del comportamiento humano. Estas imágenes acaban narrando una historia no verbal a través de un hábil y ágil montaje y una colección de números musicales instrumentales que se fusionan en un continuo. Es una técnica narrativa primitiva, que renuncia al tradicional sistema narrativo occidental de presentación, nudo, y desenlace y opta por un desarrollo circular, primitivo, basado en imágenes y evocaciones que, por su simpleza comunicativa, le dan a la obra una universalidad poco común: cualquier habitante del planeta Tierra, sin importar su formación educativa, procedencia, o experiencia personal puede disfrutar de Samsara, experimentar su belleza y extraer sus propias conclusiones sobre ella. No podemos obviar que una parte muy importante de Samsara no está en la película: lo que la historia pierde en precisión, lo gana a través de la meditación individual de cada espectador. La ausencia de guion escrito deja la puerta abierta a que los prejuicios culturales o ideológicos del espectador interpreten el montaje de las imágenes que desfilan ante él. Algo que, sin duda, acaba siendo la parte fundamental de la experiencia.

    Pero claro, no podemos engañarnos: para muchos espectadores la primera meditación que Samsara genera es “Esto es un slideshow de fondos de pantalla”. Algunos críticos le han afeado su pretenciosidad, simplicidad narrativa y onanismo preciosista, así como su oportunismo al fusilar un concepto que, aunque novedoso para el mainstream cinematográfico, está más que trillado en el mundo del arte contemporáneo. Mucha gente se aburrirá y un porcentaje importante de espectadores potenciales jamás se sentará delante de esta película. Sé que acabo de decir que es una película de lenguaje universal, que llega todo el mundo, pero el hecho de que Samsara sea capaz de comunicarse con cualquier espectador no garantiza que esos espectadores consideren esa comunicación entretenimiento. Sin embargo, si ajustamos adecuadamente nuestras expectativas, la experiencia de gozar esta película es absolutamente sublime.

    "Mientras la naturaleza es eterna porque se  renueva y cambia constantemente, los seres humanos que la habitan  sueñan con una eternidad inmutable, imposible, mientras sus acciones les llevan a la destrucción."


    En cuanto a la película en sí, la estructura del contenido viene sugerida en el título de la misma. Palabra sánscrita de referencia budista, la Samsara es la rueda que representa la vida y la eternidad. En la cosmogonía de esta corriente de pensamiento oriental, la eternidad no es inamovible, como la eternidad cristiana, sino que está en constante cambio: un cambio infinito que incluye la renovación, la limpieza y el aprendizaje, pero también la degradación y la destrucción. Y este es el principal concepto detrás de la portentosa colección de poderosas imágenes que Mark y Ron grabaron y montaron en unos impolutos 70mm para esta película. Divididas por la extraña e inquietante “Danza del ejecutivo”, que nos presenta una alegoría del conflicto de la vida occidental con la esencia primitiva del ser humano, el viaje de Samsara comienza en oriente, en el corazón de ese Budismo que le inspira, y desde ahí viaja por veinticinco países, alternando imágenes de espacios naturales, lugares sagrados, miradas humanas (e inhumanas), prácticas, acciones, ruinas y consecuencias. La película contiene belleza y horror, bondad y maldad, generosidad y egoísmo, renovación y muerte.

    El mensaje final al que el montaje parece apuntar es: mientras la naturaleza, en su complejidad y belleza, es eterna porque se renueva y cambia constantemente, los seres humanos que la habitan sueñan con una eternidad inmutable, imposible, mientras en la práctica sus acciones les llevan a la destrucción y al olvido. Sin embargo, también podrían ser simplemente fotos, fotos bonitas, de calendario, en rápida sucesión. He ahí una de las glorias de Samsara: no pone límites a las meditaciones del espectador, por lo que cada uno podemos hacer de ella nuestra propia historia. La otra es haber hecho realidad la genial ironía de hacer inmortal lo efímero celebrándolo. Samsara es una experiencia individual. A falta de empresarios de cines IMAX con cojones para programar películas como está en sus espacios, en lugar de Iron Manes y otras por el estilo, es una experiencia para disfrutar sólo, en casa, relajado y con ganas de darle a la imaginación. Pocos estimulantes para la meditación tan bellos están a nuestro alcance por lo que, sinceramente, sería estúpido dejar pasar esta oportunidad. ★★★★

    Jon Alonso.
    profesor de la universidad de Chattanooga (CSCC, Tennessee).

    Estados Unidos, 2011. Director: Ron Fricke. Guión: Ron Fricke, Mark Magidson. Productora: Magidson Films. Música: Marcello De Francisci, Lisa Gerrard, Michael Stearns. Fotografía: Ron Fricke.

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