DEVORADORES DE ALMAS
crítica de Mekong Hotel | Apichatpong Weerasethakul, 2012Pantalla en negro. Los arpegios de una guitarra clásica se empiezan a escuchar. Posteriormente encontramos a dos hombres dialogando entre sí, riendo plácidamente, recordando la manera de hacer música. Este es el inicio que plantea el cineasta tailandés Apichatpong Weerasethakul en su último filme, Mekong Hotel, una especie de docu-ficción de solo 57 minutos presentado fuera de competencia en la pasada edición de Cannes, festival del cual el director tiene gratos recuerdos cuando allá por el 2010 su película Uncle Boonmee recuerda sus vida pasadas se alzó con la codiciada Palma de Oro (por delante de otras como Biutiful, Another Year y Poetry) y así, través de una película para algunos de una poesía fascinante y para otros de una tomadura de pelo insoportable, se erigió como uno de los artistas contemporáneos de referencia. Y es que este cineasta es de aquellos que imponen su modo de ver el cine con una premura asombrosa, en el que no da lugar a concepciones preconcebidas, haciendo arte de acuerdo a su filosofía. La concepción de hacer cine es tan vasta como el océano mismo; y es bajo este puntal que Weerasethakul da vía libre a su imaginación y ofrece en sus películas su visión particular de muchos temas, que van desde la tradición, la política, la religión, la vida y la muerte. Su última obra reúne todos estos requisitos en el cine del realizador bangkoniano.
Mekong Hotel es un mediometraje que escarba con crudeza y sigilo varios temas de la Tailandia que Weerasethakul tiene arraigados en sus entrañas, un filme de una apabullante sencillez pero articulado bajo la mística, la fidelidad a sus orígenes y preceptos; contundente en su discurso y asombrosa en su estilo. Y es esta extraña o extravagante manera de hacer cine (que para los seguidores del director no les resultará difícil congeniar) en donde forja una división consecuente en los espectadores al cargar los minutos de instantáneas pausadas y contemplativas – que pueden causar somnolencia –, con otras abruptas e inesperadas que incitan al terror. La heterogeneidad del planteamiento puede jugar en contra para los intereses de la película, pero esto es lo que menos le preocupa a Weerasethakul. Él quiere transmitir esas imágenes, esas historias cruzadas o paralelas con su sello característico, ahondar en la mente del espectador y retorcerlo con frases inentendibles, momentos casi surrealistas dotados una fantasía pasmosa. Abarca temas de la Tailandia y sus costumbres y del horror y los sentimientos del director hacia la catastrófica política del país. La cinta describe a los Pob como fantasmas que devoran el alma, tanto el interior del ganado como el de los seres humanos, ¿No es si no una clara alusión a los gobernantes tailandeses, a la corrupción del país, a los poderosos que son como animales que consumen al pueblo? Además de ser una subliminal metáfora, Weerasethakul advierte y hace una crítica a aquella época en la que Tailandia fue víctima de inundaciones con claras menciones a un pueblo afectado y sucumbido en la indiferencia. Mekong Hotel examina la religión y creencias de su pueblo pero también otro de los elementos principales en el universo del director: la reencarnación. Un aspecto representado en dos amantes que se juran amor perpetuo. Él le avisa a ella que renacerá con la forma de un caballo y no sabrá cuánto tiempo le tomará volver a estar en el cuerpo de un humano; pero lo hará y será en el cuerpo de un niño filipino, y sabe él que ella lo seguirá. Una nueva alegoría donde el director demuestra estar ligado siempre a un espíritu abierto, presentando una reflexión interesante, aunque quizás a medias, sobre el poder religioso en su pueblo, sobre dioses, sobre la vida, sobre la muerte, sobre almas errantes y fantasmas.
En Mekong Hotel no hay transición alguna. Se narran los eventos como si sucediesen en el mismo instante (tan dramáticos como espeluznantes e incompresibles), sin importarle el factor tiempo-espacio; a muchos aún nos cuesta comprender este estilo narrativo tan rompe reglas, pero no causa indiferencia gracias a su atrevimiento y a sus intenciones artísticas, que muchos tildarán de pretencioso pero a otros nos resultará de sumo interés (aunque la extrema lentitud de ciertos planos agobian en demasía se compensa con otras imágenes que causan intriga y ansiedad). El director acompaña su película con los acordes de una guitarra que rara vez se detienen, ofreciendo así un acompañamiento exquisito y meritorio para las escenas que transitan; habría que recordar que como toda cultura la música es otro de los elementos presentes en las tradiciones tailandesas y Weerasethakul continuamente la exalta en todos sus trabajos. La música es esa serena sombra, esa tranquilidad que se desborda en medio de los acontecimientos. Hotel Mekong es así, y en medio de un contemplativo relato la melodía suena, se repite y juega. ¿Qué se exagera el metraje? ¿Se alargan los hechos? ¿Causa aburrimiento? Quizá no habría una respuesta exacta, porque, en el fondo, para bien o para mal Weerasethakul es así. Para mentes abiertas. ★★★★★
Daniel Bermeo.
crítico de cine.
Tailandia, Reino Unido, 2012, Mekong Hotel. Director: Apichatpong Weerasethakul. Guión: Apichatpong Weerasethakul. Productora: Illuminations Films / Kick the Machine Films. Presentación: Festival de Cannes 2013. Música: Chai Bhatana. Fotografía: Apichatpong Weerasethakul. Intérpretes: Jenjira Pongpas, Maiyatan Techaparn, Sakda Kaewbuadee, Chai Bhatana, Chatchai Suban, Apichatpong Weerasethakul.