crítica de How to survive a plague | David France, 2012.
nominada como mejor largometraje documental | Oscar 2013.
Act up! Fight back! Fight aids!
Este era el grito de guerra de un grupo de activistas que acabó siendo responsable de la existencia de los únicos tratamientos efectivos en la lucha contra el SIDA hoy en día: ACT UP. Fueron además el primer movimiento organizado de la comunidad gay occidental, empujado por la desesperación causada por la enfermedad que más víctimas jóvenes ha causado en el mundo desarrollado desde 1919. En 1987, cuando la asociación tomó forma, el 20% de la comunidad gay de Nueva York estaba enferma de SIDA. No existía ningún tratamiento: la mortalidad era del 99%. How to survive a plague (EE.UU. 2012) nos cuenta la historia de cómo este grupo de víctimas protagonizó una heroica lucha que le dio la vuelta a la situación en menos de diez años.
How to survive a plague es un documental que se adhiere a casi todos los parámetros estilísticos que los documentales sociopolíticos norteamericanos que nos llegan vía Sundance comparten: montaje ágil, uso del mayor número posible de fuentes primarias, uso dramático de la música con el objeto de manipular emocionalmente al público, desarrollo cronológico, uso de imágenes que profundizan en el carácter humano de los personajes, para favorecer la conexión emocional con los mismos… y final esperanzador. Es casi una fórmula que se ha venido repitiendo en los documentales de izquierda norteamericanos desde Bowling for Columbine y que, en mi opinión, les resta credibilidad y les hace un tanto previsibles. La única diferencia en el caso que nos ocupa es que su objeto es celebrar la proeza de unos héroes del pasado reciente, y no mover a la audiencia a la acción futura.
Críticas matizadas aparte, How to survive a plague es un documento de gran valor histórico y periodístico, sobre un fenómeno que apenas está documentado aun y que, gracias precisamente a algunos de los protagonistas del documental, está empezando a convertirse en historia, en lugar de actualidad. A lo largo de sus dos horas justitas, podemos ver como los activistas de ACT UP protagonizan una desesperada lucha entre 1987 y 1996 para presionar al gobierno, las compañías farmacéuticas y los hospitales para que agilicen la investigación de un tratamiento eficaz contra el SIDA cuando las únicas alternativas eran inadecuadas y prohibitivas.
"El talento, la inteligencia, el miedo y la frustración de las víctimas de la epidemia contrasta con la confusa resistencia de políticos y autoridades, paralizados por lo repentino y brutal de la mortandad de la enfermedad."
Esta enfermedad, que saltó de los primates al hombre en África Occidental en torno a 1920 y que fue introducida en EEUU por un chapero haitiano desconocido a finales de los 60, no fue identificada y descrita hasta 1981. Lo diverso de sus síntomas, el largo periodo de incubación (hasta 7 años), y su mortalidad de casi el 100% la convirtieron en un cruel azote que se cebó primero en todas aquellas personas para las que compartir fluidos vitales indiscriminadamente era parte de su modo de vida: prostitutas, drogodependientes y homosexuales. Y aunque la enfermedad también llego a otros grupos sociales a través de transfusiones, donaciones, padres de familia de vida desordenada… durante al menos dos décadas el SIDA fue visto casi exclusivamente como una plaga que se cebaba en pecadores, un azote de Dios, una cosa que no les va a pasar a mis hijos… por eso en 1987, cuando la enfermedad ya había matado a medio millón de personas, todavía no había ni tratamiento, ni previsión no ya de descubrir uno, sino de asignar fondos públicos al efecto. Como decía Ronald Reagan en la época: si sus “hábitos de vida” les causan la muerte, que cambien esos hábitos.
La génesis del documental explica su naturaleza. Su director, David France, estaba leyendo un artículo sobre los primeros años de la epidemia cuando reparó en que 1981, el año en que la enfermedad fue descubierta, fue también el año en que comenzaron a comercializarse en EEUU las videocámaras portátiles. Se puso a buscar en diferentes archivos de la época y se encontró con la cuidadosamente recopilada y preservada videoteca de la asociación ACT UP. De las 300 horas contenidas en dicho archivo, France se quedó con unos 90 minutos que combinó con algunas (muy pocas) reflexiones actuales de supervivientes o científicos que vivieron los hechos. Casi todas estas intervenciones se concentran hacia el final del documental, permitiendo a France jugar con la incertidumbre que genera la posible muerte (o supervivencia) de los protagonistas, en su mayoría seropositivos. Sin narrador, la historia viene enhebrada a través de un hábil montaje que desdice al propio France cuando se define como periodista y rechaza la etiqueta de realizador: la calidad del montaje y lo directo de las fuentes funcionan desde el principio contando una historia homogénea, con buen ritmo y coherente en el todo. Las únicas ayudas técnicas en lo narrativo de que se dota David son las agrupaciones cronológicas de las imágenes: cada año tiene un subcapítulo anunciado con diferentes fotos fijas de tema mortuorio, acompañadas de un contador en movimiento con el número de víctimas mortales del SIDA en el año descrito.
El documental, presentado en Sundance y estrenado solamente en algunas salas en EEUU, ha generado fuertes controversias que obvian una modesta recaudación y difusión inicial. Por la derecha se le acusa de ofrecer una visión demasiado partidista, al mostrar a Reagan y Bush Sr. como enemigos de los enfermos de SIDA y a Bill Clinton como aliado, sin matices. Por la izquierda, la película es criticada por la buena imagen que da de algunas compañías farmacéuticas, los malos de la película en la mayoría de documentales médicos recientes. Según How to survive a plague, Mercks y otras compañías farmacéuticas de Europa fueron los principales aliados de ACT UP en la lucha por conseguir desarrollar la combinación de fármacos que hoy en día ha reducido la mortalidad del SIDA en los países desarrollados en un 90%. En este caso, el malo de la película es la regulación gubernamental de la FDA (US Food and Drug Administration).
Para terminar, y dejando de lado consideraciones políticas o técnicas, decir que la joya de este documental son las imágenes mismas: las fuentes primarias. Directas, intensas, recogidas en directo por los protagonistas de unos sucesos que hoy son ya historia. Permiten asistir en primera persona a la lucha por la supervivencia de un colectivo despreciado y ninguneado hasta entonces. El talento, la inteligencia, el miedo y la frustración de las víctimas de la epidemia contrasta con la confusa resistencia de políticos y autoridades, paralizados por lo repentino y brutal de la mortandad de la enfermedad, sus propios prejuicios contra el perfil general de las víctimas, y el enorme talento estratégico e intelectual que los miembros de ACT UP pusieron en su lucha. Una colección documental fascinante. ★★★★★
Jon Andoni Alonso.
profesor de la universidad de Chattanooga (CSCC, Tennessee).