LA NATURALEZA DEL HOMBRE
crítica de El hombre que plantaba árboles | L'homme qui plantait des arbres, Frédéric Back, Canadá, 1987“Cuando pienso que un solo hombre, armado únicamente por sus fuerzas físicas y morales fue capaz de hacer surgir del desierto esa tierra de Canaán, me convenzo de que a pesar de todo, la condición humana es admirable”.
Notas de producción| En 1987 Frédéric Back presentaba su nuevo corto de animación El hombre que plantaba árboles, y veía así cumplido su sueño de llevar a la pantalla el relato del escritor Jean Giono. El escritor francés publicó en 1953 la historia de Elzéard Bouffier, un solitario pastor que vive en la Provenza francesa en un pueblo abandonado y derruido que se dedica a salir cada día a plantar árboles en una zona árida y desierta de las montañas. Poco a poco, tras el paso de los años, una zona que parecía seca, florece, gracias al arduo trabajo del pastor, que nunca se cansa de su monotonía, ni de su preciado silencio. El cuento funciona como una parábola y una alegoría del poder de decisión que tiene el hombre con la naturaleza, y cuál es su relación para con ella. Para transportarla al séptimo arte, Back usa una animación 2D hecha mediante lápiz y carboncillo, y coloreada con acuarelas. Back y su técnica de animación recibe una fuerte influencia de los pintores impresionistas como Monet, como él mismo reconoce. Además para mantener la máxima fidelidad al relato original, prescinde de los diálogos, y deja simplemente que una voz, en versión original la de Philippe Noiret, y una música con función expresionista que destaca los momentos más importantes, nos guíen a través de la historia. El cortometraje, de 30 minutos de duración, cosechó premios y buenas críticas en festivales de todo el mundo, y Back recibió su segundo Oscar al mejor corto de animación (recibió el primero en 1981 por Crac).
Crítica| Todos los elementos de El hombre que plantaba árboles van destinados a un mismo objetivo: transmitir sensaciones. Transmitir el aire puro, la soledad, la libertad, la independencia y la nutrición recíproca entre el protagonista Elzéard Bouffier y la naturaleza. La tierra árida que se levanta por el viento, las hojas de los primeros árboles que se caen; mientras paralelamente en el mundo civilizado caen soldados inmersos en terribles guerras mundiales, sirven a Giono para hacer una crítica a la civilización y un canto al hombre humilde que vive con y para la naturaleza. Una naturaleza que tiene personalidad y entidad por si sola; y que funciona como una deidad en su sentido primitivo. Una teoría curiosa que parece romper con la famosísima definición fuertemente antropocéntrica de Aristóteles que afirma que el hombre es un “zoon politikon” (animal social) y que por tanto necesita de otros seres humanos para vivir. Bouffier no necesita de los otros seres humanos, pero los seres humanos sí que lo necesitan a él y a la naturaleza. Toda esta carga metafórica, lírica y alegórica se expresa mediante un dibujo de trazo rápido, impresionista, con muchos planos paisajísticos y generales, que siguen los instintos del artista (Frédéric Back) y que dan vida a toda la narración. Los planos junto con la voz en off, así como la música en ciertos momentos puntuales son los encargados de marcar el ritmo, y los aumentos de intensidad en los momentos importantes de la narración. Este ritmo puede resultar en algún momento lento y monótono, así como la voz en off cargante al ser tan presente constantemente, quizás se podría haber contemplado dejar momentos para la reflexión del espectador por sí solo. Aun así, la obra de Back te hipnotiza por las imágenes y por la cadencia de las frases de una historia fantástica. Un corto placer animado. ★★★★★
Ginebra Bricollé Nadal.