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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | Hijo de Caín

    Hijo de Caín

    PIEZAS NEGRAS Y BLANCAS, DESENLACE GRIS

    crítica de Hijo de Caín | Fill de Caín, Jesús Monllaó Plana, 2013

    Muchos alegan que lo que necesita la industria española para crecer son películas de género. Y uno de los que ha funcionado mejor en los últimos años, yendo en sentido opuesto a las propuestas tan íntimamente personales que el público general no puede sino rechazar, es el de terror. Desde la saga [Rec] hasta la ópera prima de Juan Antonio Bayona, pasando por los apadrinamientos de Guillermo del Toro o los cortometrajes de nuevas promesas nacionales, lo cierto es que el miedo en las salas y el alivio en las oficinas suelen ir de la mano. Ello se debe en gran parte a que dicho género da mucho juego para construir una película atractiva e intensa con un presupuesto limitado, pues incluso los efectos cutres y ostensibles son a veces un reclamo para este tipo de cintas. Con todo, también puede ser interesante económica y artísticamente seguir el camino contrario e intentar refinar el género, o al menos desarrollarlo bajo unos parámetros más sutiles y elaborados, lo cual puede conducirnos al thriller o al llamado terror psicológico. Pues bien, el debutante Jesús Monllaó adopta claramente esta segunda perspectiva en Hijo de Caín (Fill de Caín, 2013), filme basado en la novela de Ignacio García-Valiño y presentado en el pasado festival de Málaga con un clarificador propósito comercial.

    Podemos ratificar que la citada película se enmarca en el terror psicológico aunque solo sea porque su protagonista, un adolescente asocial y adicto al ajedrez (David Solans), es bastante aterrador y porque el mismo es tratado por un psicólogo (Julio Manrique), con el fin de intentar desentrañar sus traumas. Así se lo piden sus padres, siendo la mujer (María Molins) una antigua novia del doctor y el hombre (José Coronado) un empresario con poca paciencia que ofrecer a su hijo. Las relaciones entrecruzadas entre estos cuatro personajes componen el núcleo dramático de esta historia, por lo que sus restantes elementos quedan muy desdibujados. Ejemplos claros de ello son las amenazas de despido formuladas por el jefe del padre, que no llevan a ningún lado y que no aportan nada al personaje de Coronado más allá de cierta turbación que quizás puede explicar mejor su comportamiento, pero que realmente no tiene por qué estar relacionado; o el contexto de los campeonatos de ajedrez, el cual sirve para reunir a todos los personajes, en una maniobra tan clásica como eficaz en el cine, en un último acto que apunta maneras, pero que desaprovecha el suspense que podría haber sido reforzado en los tableros. También comprobamos en estos últimos minutos cómo se intenta dotar de relevancia trágica a otros personajes secundarios, como la ayudante del psicólogo o el maestro de ajedrez, con escaso éxito precisamente porque tal emoción o desasosiego apenas tiene precedentes en el metraje. Lo mejor habría sido prescindir de todos estos aspectos sobrantes y centrarse en el desarrollo de lo que realmente importa: el comportamiento de ese psicópata en potencia y cómo afecta a sus seres queridos y cercanos.

    Hijo de Caín

    Antes asistimos en cualquier caso a una narración que intenta entretener y cuidar los distintos departamentos de una producción de este estilo, trabajando los diálogos de cada escena y extrayendo correctas interpretaciones de los actores que los pronuncian. Los mismos se mueven e interactúan en un ambiente entre cálido y frío que resulta muy oportuno, pues hace que la historia sea muy llevadera y al mismo tiempo nos mantenga en vilo y tensión. Sin embargo, esto último no se consigue hasta donde sería deseable porque la dosificación de la información es torpe. Cuando la historia da un aparente giro, con el objetivo mal velado de sorprendernos al final, nos cuesta creérnoslo, por un lado porque le ha faltado desarrollo a sus precedentes, y por otro porque los mismos se vuelven a visualizar (mediante instantáneos flashbacks) de una forma superficial e improbable. Además, a partir de ese momento los personajes actúan de una manera no muy coherente con su naturaleza, sensación que puede deberse igualmente a la profundidad limitada que se les ha dado por perder el tiempo, como ya se ha dicho, en elementos subsidiarios y prescindibles. Por si fuera poco, aproximadamente a esa altura del metraje aparecen algunos de los males del cine español que esta película, con su inteligente visión de género e interesante primera parte, parecía querer evitar. Destaca en este sentido un desnudo femenino que, aunque dura solo unos segundos, exige su presencia para seguir una tradición que se remonta al destape y que rara vez (y ésta no es una excepción) está dramáticamente respaldada. Es curioso que se siga pensando que verle los pechos a alguien en pantalla, por muy gratuito e innecesario que sea, está con todo justificado con miras a la taquilla, cuando ha quedado demostrado con innumerables ejemplos anteriores de nuestro cine que no hay correlación entre ésta y aquello. Lo cierto es que el desnudo en este caso tampoco aporta absolutamente nada, ni siquiera morbo, por lo que algo que siempre debería poder defenderse no tiene aquí defensa posible.

    Hijo de Caín

    Por seguir un poco más con esta diatriba, a una altura similar del metraje de repente los diálogos parecen menos pensados y más inmaduros, y las situaciones menos atmosféricas y más toscas, destacando por ejemplo la conversación climática entre el padre, la madre y el psicólogo en el citado último acto. En ella el hombre le grita a la mujer “¡puta!”, término ampliamente motivado en tal escena, pero de uso popular tan manido y desvergonzado que llegó a provocar la risa de algunos espectadores cuando ese momento debía ser fatalmente dramático. Ello es indicativo además de la deriva casi grotesca que toma la película, con unos últimos planos que pecan por exceso y acaban resultando ligeramente ridículos, aunque las carcajadas de parte de la audiencia sean exageradas y no hagan justicia a la película. Pues al fin y al cabo ésta, pese a ir de más a menos, funciona, y hay que reconocer el esfuerzo y el mérito que tiene una propuesta semejante en nuestro cine… sobre todo cuando los defectos surgen más por querer agradar al público, aunque sea ingenuamente, que por querer agradarse a uno mismo. ★★★★★

    Ignacio Navarro.
    crítico cinematográfico.

    España. 2013. Director: Jesús Monllaó. Guión: Sergio Barrejón & David Victori. Productora: Life&Pictures. Fotografía: Jordi Bransuela. Música: Ethan Lewis Maltby. Montaje: Bernat Aragonés. Intérpretes: David Solans, José Coronado, Julio Manrique, María Molins, Jack Taylor.

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