UN AMIGO PARA EL BUEN DOCTOR
crítica del octavo capítulo de Hannibal, “Fromage” (1x08)NBC | EEUU, 2013. Director: Tim Hunter. Guión: Jennifer Schuur & Bryan Fuller. Creador: Bryan Fuller. Reparto: Hugh Dancy, Mads Mikkelsen, Laurence Fishburne, Caroline Dhavernas, Hettiene Park, Scott Thompson, Aaron Abrams, Dan Fogler, Demore Barnes, Gillian Anderson, Vladimir Cubrt. Fotografía: James Hawkison. Música: Brian Reitzell.
Un asesino quiere hacer música con cadáveres, además de acercarse a uno de los protagonistas. La culpa de Will empieza a manifestarse en sufrientes alucinaciones incluso estando despierto, a la vez que Alana y él ponen en claro sus sentimientos. Hannibal continúa con las terapias.
Fromage recuerda a Potage (1.3) pero mejorando algunos problemas de aquel brusco e irregular episodio. Los puntos en común son en este caso la rapidez con la que Bryan Fuller (co-guionista de ambos episodios) conecta a Hannibal Lecter con los psicópatas de turno. Si antes Lecter se descubría porque sí ante Abigail Hobbs como el misterioso hombre que alertó a su padre de que había sido expuesto, aquí Tobías Budge usa al paciente de Lecter para enviar un mensaje que el doctor recoge sin problemas. La lógica implicada en cualquier investigación policial no es algo que preocupe mucho en esta serie, y no es que eso sea algo malo, pero chirría un poco cuando estás apoyando una gran parte de tu propuesta en cómo el personaje de Will Graham reconstruye crímenes usando la lógica que los hechos le dictan. Es como una traición de la base. O una perversión de la propuesta original. Es pronto para saber a qué responde la decisión de rendirse a los impulsos.
Tras la indagación en la psique del doctor, esta semana la serie se plantea si un monstruo así puede tener amigos. ¿Otros monstruos, quizás? Civilizados o salvajes, lo cierto es que el doctor parece que se lo cuestiona de verdad. Al menos en sus sesiones con la doctor Du Maurier, de la que descubrimos fue atacada por un paciente y eso la llevó al retiro. Una terapia entre terapeutas da lugar siempre a una historia interesante, y Fuller no va a ser menos, así que aprovecha cada uno de los careos entre Gillian Anderson y Mads Mikelsen para contar lo más posible sin ser evidente. El juego que Lecter se trae es sutil, y Fuller esconde las pistas entre los diálogos de ambos psiquiatras. Fromage es una pieza de pocos jugadores, donde Jack y el equipo forense apenas tienen frases y Alana recupera el foco mientras su relación amorosa con Will germina en un beso. Un largo beso que fue interrumpido varias veces por las dudas de ambos personajes, que se saben en presencia de un romance bastante imposible. Imposible porque Alana conoce tanto a Will que sabe que no congeniarían, pese a la química y atracción. Se agradece que su beso no llevara al emparejamiento de inmediato, sino que suponga una fuente más de conflicto. Temas adultos tratados de forma adulta.
El monstruo salvaje de la semana deja otra imagen impactante para el recuerdo: un ser humano usado como instrumento musical. Con la garganta bien abierta y algunos planos de Will “tocando” el violonchelo, el shock sigue siendo una de las logradas metas de la serie. El desarrollo del caso, por otro lado, es bastante más raro. Se establece enseguida quién es el asesino y el espectador se pasa el resto del episodio viendo como éste conecta con Hannibal, en quien ve un posible amigo. Alguien que comprende su manera de pensar. En medio de ambos está Franklin, paciente al que conocimos la semana pasada y que prosigue su obsesión con Lecter. Y de una obsesión a otra cuando Will ve a Garret Jacob Hobbs en una de sus reconstrucciones del crimen. Los mundos del agente se están mezclando porque se está acostumbrando demasiado a ver asesinatos recién cometidos, lo cual se concreta también en la tortura de oír a sus preciados animales luchar por su vida. Durante una de las sesiones de terapia con la doctora Du Maurier, Hannibal casi nos engaña. Mads Mikkelsen pone en marcha una cara vulnerable del doctor, y la audiencia llega a creer que tiene genuina preocupación por el atribulado Will que llega a su casa a las tantas de la noche para discutir con su amigo el beso y rechazo de la doctora Bloom; o que siente de verdad que no puede tratar de la mejor forma a Franklin y que sería más inteligente que viera a otro psiquiatra; o que su interés en Tobias puede ir más allá de querer matar a un testigo. Pero no. Desde que rompe con eficacia el cuello de Franklin para callar su molesta verborrea, Hannibal pierde la máscara. Lo siguiente es una extraña pelea entre Lecter y Tobias rodada de forma desapasionada, sin querer enfatizar el ritmo y donde los golpes duelen. A ambos lados de la cámara se antoja de principiantes para ser una pelea a muerte. El doctor remata al asesino con una pequeña estatua de un ¿caballo, ciervo? y se monta una convincente escena del crimen para culpar a Tobias del asesinato de su amigo. Ahora no sólo está libre de cualquier sospecha en el proceso, sino que tiene una historia común con su psiquiatra. ¿Quizá una muesca más cumplida en el plan que tiene para la doctora Du Maurier? ★★★★★
Adrián González Viña.
crítico de cine & series de televisión.