LAS ALMAS INVISIBLES DEL ESPACIO
crítica de El cosmonauta | Nicolás Alcalá, 2013Nuestro cine está en crisis. Cada vez son más las salas que tienen que cerrar, los actores que se quedan en el paro y los cineastas frente a quienes se cierran las puertas de la industria. Pero no hay que desanimarse, pues paradójicamente, o al menos eso se dice, las situaciones de crisis suelen generar esfuerzos más creativos e inventivos. Así pues, si el acceso a la producción, a la distribución y a la exhibición tradicionales es cada vez más complicado, ¿por qué no emplear nuevos medios para crear una película y hacerla llegar al mayor público posible? Eso debió pensar el equipo liderado por el joven Nicolás Alcalá cuando, a finales de 2008, decidieron convertir un cortometraje en largometraje y, a principios de 2009, financiarlo mediante crowdfunding. Este sistema, cada vez más extendido, permite que cualquiera de nosotros contribuya al presupuesto de la película, que en este caso superaba los 800.000 euros (una cantidad moderada para los estándares de nuestro país), dando lugar a un proceso compartido, casi comunal, como demuestra su actual página web. La misma contiene múltiples opciones de interacción con el espectador, contenidos adicionales al margen del metraje propiamente dicho y un recorrido de los más de cuatro años que han transcurrido hasta que el pasado fin de semana se estrenase El cosmonauta (España & Rusia, 2013), tanto en cines como en medios alternativos y directamente online.
La historia en la que tanto esfuerzo y confianza se han depositado gira en torno a un triángulo amoroso formado por tres empleados espaciales de la Unión Soviética. Los tres se conocen en las instalaciones que preparan una misión de alunizaje, que pueda rivalizar con los avances americanos, y uno de ellos acaba siendo el astronauta elegido para abanderar a su país en suelo lunar. Entretanto, el otro personaje masculino, en principio su mejor amigo, desarrolla una relación afectiva con la mujer de la discordia, progresivamente apenada por la despedida del cosmonauta. Con todo, la trama parece indicar que éste vuelve eventualmente a la tierra y la encuentra vacía, por lo que debe poblarla con los recuerdos que le quedan de sus dos amigos, recuerdos que ocasionalmente permanecen grabados en fantasmales mensajes de radio. De esta forma, aquella tiene connotaciones de Solaris (Andrei Tarkovsky, 1972), aunque su estilo recuerda más al de Terrence Malick. En este sentido, asistimos antes a una fragmentación de la narrativa que a una profundización de la misma, aunque en ambos casos el calado filosófico, o más precisamente metafísico, está indudablemente presente. Lo positivo que apunta la comparación es que la película puede presumir de grandes valores de producción, realmente admirables si recordamos su presupuesto, pues en la misma no se escatiman decorados y efectos para representar con el mayor realismo y la mayor épica posibles el viaje de ida y vuelta que emprende este cosmonauta. Pero también tiene un reverso negativo, y es que al querer mostrar a toda costa esos valores de producción, en particular su cuidada dirección artística, se pierde a veces de vista el cuidado que también merecen los personajes y que también debe dedicarse a su encuadre.
En efecto, los saltos temporales de la película y la brevedad de sus sucesivas secuencias, unidas por un montaje alocado y confuso, impiden que conectemos lo suficiente con dichos personajes y que compartamos sus emociones, al margen de que las mismas puedan verse reflejadas en una bella fotografía. A menudo nos perdemos en el desarrollo de sus motivaciones, tanto dentro de cada escena como entre una y otra, pues no se trasmite con la debida claridad lo que realmente les está ocurriendo. A esa imprecisión contribuye una elección del encuadre cuanto menos discutible, posicionando la cámara en lugares y con ángulos que impiden igualmente un tratamiento provechoso de la acción. Aguantar un plano en un espejo sucio, con los dos personajes reflejados en él mientras interactúan, puede ser una opción estéticamente interesante, pero no siempre justificada. Y menos cuando las caras de los actores se entrecortan, pues ello ocurre en contadas ocasiones y por tanto no parece ser un recurso tan intencionado. En cualquier caso, lo que cabe lamentar de todo ello es que se echa casi a perder un elemento más básico y relevante que los estrictamente artísticos y fotográficos, y que además no depende apenas del presupuesto, como es la visión que tengamos de los tres protagonistas de esta historia. En otras palabras, el equipo busca un resultado elaborado e impactante olvidándose de lo más factible y esencial, un defecto que por otro lado comparten varias superproducciones, por lo que también puede verse como un cumplido a este proyecto inicialmente modesto. Con todo, por terminar este argumento, la técnica empleada podría asimismo estar justificada por el hecho de que a menudo se presencian memorias o imágenes que recuerda el cosmonauta, y por tanto es natural que las mismas se le aparezcan de una forma disociada, en cierto modo onírica. Pero casi siempre se pueden esgrimir justificaciones de este tipo, y al fin y al cabo no son un contrapeso suficiente a la frustración que siente el espectador de no poder seguir debidamente una trama, o recrearse en rellenar sus huecos, si este fuese el tipo de filme que pretendiese lo segundo.
Así pues, El cosmonauta acaba siendo un producto irregular, con una original premisa y un puñado de imágenes impresionantes, pero con un calado humano algo decepcionante y un desenlace que, en parte por las críticas vertidas, puede llegar a parecer una tomadura de pelo. Es una pena porque la calidad está ahí y, como hemos dicho, también lo están el esfuerzo de muchos profesionales y la confianza de miles de personas. Sin embargo, quizás habría convenido olvidarse un poco de esa responsabilidad y haber realizado una obra más equilibrada, la que podría haber sido una gran película, aunque la presente siga siendo un proyecto exitoso y de merecido reconocimiento. El testimonio más claro de esta última paradoja es que el metraje apenas alcanza los ochenta minutos, pero los créditos finales duran casi veinte, a los que hay que añadir los múltiples capítulos que pueden visionarse en la página de la cinta y que supuestamente completan la experiencia. Pero, persiguiendo esa experiencia única, Nicolás Alcalá y sus colaboradores en parte se han olvidado de hacer lo que la mayoría buscamos al sentarnos frente a una pantalla: una película que funcione. ★★★★★
Ignacio Navarro.
director & crítico cinematográfico.
España & Rusia. 2013. Director: Nicolás Alcalá. Guión: Nicolás Alcalá. Productora: Riot Cinema Collective. Fotografía: Luis Enrique Carrión. Música: Joan Valent. Montaje: Carlos Serrano Azcona. Intérpretes: Katrina De Candole, Leon Ockenden, Max Wrottesley.