crítica de Un amor entre dos mundos | Upside Down, Juan Diego Solanas, 2012
Hace unas pocas temporadas, una magnífica película de ciencia ficción, Origen (2010) del visionario Christopher Nolan, nos ofrecía una de las imágenes más impactantes del reciente cine fantástico, la de una ciudad plegándose sobre sí misma, rompiendo todas las leyes de la física. Aquellos rascacielos cabeza abajo, consecuencia del estado de sueño profundo en que se veían inmersos sus protagonistas, me vienen inmediatamente a la mente cuando comienzo a ver los primeros minutos de Un amor entre dos mundos (Upside Down, 2012). Ahí acaban los parecidos razonables, ya que esta pequeña producción canadiense, dirigida por el argentino Juan Diego Solanas, pese a sus ambientes futuristas, termina ofreciendo algo completamente distinto.
La historia, a priori, no puede ser más atractiva: dos planetas que se encuentran uno sobre el otro, conectados por un enorme edificio llamado Transworld, que no es otra cosa que una multinacional donde se trabaja explotando los recursos del planeta de abajo para garantizar la alta calidad de vida del mucho más sofisticado planeta de arriba. Junto a las leyes de la gravedad, donde las personas son atraídas hacia el correspondiente cuerpo celeste al que pertenecen, existen severas normas que prohíben a los habitantes de un planeta interactuar con los del opuesto, siendo este delito perseguido por las fuerzas del orden. Adam, un niño del mundo de abajo, desafiará todas estas normas, físicas y legales, cuando se enamore de Eden, una chica del planeta contrario a la que conoce casualmente cuando ambos trepan a la cima de montañas opuestas. Solanas demuestra con este trabajo, el primero rodado en lengua inglesa, un envidiable talento visual. Un amor entre dos mundos puede gustar más o menos, pero es innegable que, plásticamente, es una maravilla de la infografía. Localizaciones como el espectacular Café de los Mundos –donde tiene lugar una preciosa escena de tango– o esas oficinas de la Planta Cero de Transworld, único lugar donde coinciden trabajadores de ambos mundos, son un auténtico placer para los ojos del espectador. Sin duda, teniendo en cuenta que estamos ante un producto de modesto presupuesto, resulta aún más meritorio su perfecto acabado técnico. Podemos decir en este caso que, por una vez, los efectos especiales (prodigiosos) y el impresionante trabajo de dirección artística, están ahí como instrumento al servicio de la historia y no al revés. La pareja protagonista, formada por el cada día más pujante Jim Sturgess –One Day (2011)– y una Kirsten Dunst recién salida de su intensa interpretación en Melancolía (2011) de Lars von Trier, ofrecen buenas actuaciones, logrando la química necesaria para que la historia romántica termine siendo efectiva.
Como ya avisé, pese a que el universo que muestra Un amor entre dos mundos nos pueda recordar a otras producciones de ciencia ficción como Dark City (1998), de Alex Proyas, o a la más cercana en el tiempo El atlas de las nubes (2012), de Tom Tykwer y los hermanos Wachowski. –concretamente, al segmento futurista–, en el fondo estamos ante un cuento. Bien es cierto que en las últimas temporadas, Hollywood ha utilizado el género del futurismo distópico para plantearnos romances tan imposibles como los de Jake Gyllenhaal y Michelle Monaghan (a través del tiempo) en Código fuente (2011) de Duncan Jones, o Matt Damon y Emily Blunt (contra el destino escrito) en Destino oculto (2011) de George Nolfi. No obstante, la obra de Solanas apuesta más decididamente, sin tapujos, por el drama romántico, utilizando todos los recursos a su alcance –desde una resplandeciente fotografía de Pierre Gill, donde los colores fríos del planeta inferior contrastan con la luminosidad del superior, a la magnífica música de Benoît Charest– para acentuar la atmósfera melosa del filme. Si hubiera otro título actual con el que esta cinta pudiera formar un interesante díptico, ese sería el indie Otra tierra (2011) de Mike Cahill, donde se nos mostraba el descubrimiento de un planeta prácticamente gemelo a la Tierra.
Reconociendo que el guión no es, precisamente, el punto fuerte de la propuesta, ésta funciona muy bien (sobre todo en su primera mitad) como parábola de la situación actual de la sociedad, donde la distancia entre ricos y pobres es cada día mayor. Desde el momento en que la historia apuesta por centrarse en los esfuerzos de Adam por hacer que Eden recuerde su pasado amor –a lo Jim Carrey y Kate Winslett en ¡Olvídate de mí! (2004) de Michel Gondry– con sus continuas escapadas al planeta superior, la función se vuelve más convencional y previsible. Aun así, si el público es capaz de entrar en el juego, aceptando la intrascendencia de su historia y perdonando algunas escenas más edulcoradas de lo deseado, podrá disfrutar de una de las experiencias audiovisuales más estimulantes del año. En el futuro, conviene seguirle la pista a este realizador, que ha demostrado que todavía se pueden hacer películas de género originales y atractivas, sin necesidad de recurrir a los desorbitados presupuestos de los típicos blockbusters hollywoodienses. ★★★★★
José Antonio Martín.
crítico de cine.
Canadá. 2012. Título original: Upside Down. Director: Juan Diego Solanas. Guión: Juan Diego Solanas, Santiago Amigorena. Productora: Trans film, Onyx Films, Studio 37, Jouror Productions. Fotografía: Pierre Gill. Música: Benoît Charest. Montaje: Dominique Fortin, Paul Jutras. Intérpretes: Jim Sturgess, Kirsten Dunst, Timothy Spall, Blu Mankuma, Nicholas Rose, James Kidnie, Vlasta Vrana, Kate Trotter.