mejor actriz y mejor guión | Sitges 2012
crítica de Sightseers | Ben Wheatley, 2012
Las road-movies se han consolidado como un género aparte. Si bien es usual que respondan a los principios de otros géneros más universales y antiguos como la comedia, tienen características y propiedades que los diferencian de otras producciones. El rasgo distintivo va más allá del concepto de “viaje”. No simplemente se trata de recorrer una trayectoria física, sino de vivir ese recorrido, de palpitarlo, de transformarse. En una road-movie cómica, como es el caso de Sightseers (Reino Unido, 2012), las cosas nunca saldrán como han sido planeadas: la configuración de sus personajes, junto a los imprevisibles giros del guión, son factores imprescindibles para este tipo de trabajos. El toque de gracia está dado precisamente por ese quiebre de toda estructura preestablecida, de toda norma, de toda ética. Por ello, y tan sólo por ello, puede clasificarse a esta producción británica como una comedia.
Sightseers, está dirigida por Ben Wheatley, el responsable de Kill List. Es su tercer largometraje, aunque se trata del primero en el que trabaja de manera conjunta con Steve Oram y Alice Lowe, protagonistas y guionistas del filme. Ellos encarnan a una pareja que busca confirmar su amor a través de un viaje. Ya no son tan jóvenes, y de algún modo, esta odisea les será útil para definir si realmente está hecho el uno para el otro. Aunque en términos mucho más ajustados, buscan definir el amor, y redefinirse a sí mismos: usarán la experiencia para responder al interrogante de si él realmente es lo suficientemente talentoso como para abocarse al arte de la producción escrita (aunque paradójicamente esto suponga su única vía de salvación aparente), o si ella es lo suficientemente madura como para abandonar ese nido, y desatarse de su posesiva madre.
Ambos son pícaros, excéntricos, algo egoístas, y sobre todo políticamente incorrectos. Básicamente, lo que requiere una producción de estas (pequeñas) proporciones para llamar la atención del espectador. Salvando las distancias, es lo que hace que una cinta americana independiente como Pequeña Miss Sunshine funcione, para dar un ejemplo conocido que goza de cierto prestigio. El atractivo de los personajes es una base tan importante como olvidada en una obra como ésta, en la que sus escritores se atribuyen erróneamente (o mejor dicho, le atribuyen a los personajes que interpretan) una gracia y un atractivo que no tienen. Alguno culpará a la falta de química, aunque es difícil pensarlo, cuando ambos se complementan de una forma tan milagrosa en el ejercicio de la nada misma, de esa exasperante frialdad que intenta acentuar perfiles, cuando en el fondo los destruye. Los deshumaniza de tal modo, que ensucia todo lo que se ve. Es casi imposible sentir algo de simpatía por dos personas cuyas reacciones frente a lo sucedido siempre están desprovistas de cualquier ápice de humanidad. La ruptura de todo lazo conectivo (y por qué no afectivo) con el espectador, es uno de los más notorios indicios de que Sightseers esconde serios problemas.
Muchas veces, el espectador suele quejarse de la falta de acción de muchas películas europeas. Esta comedia británica responde a esa curiosa sensación general con un exceso de acción. ¿Qué significa esto? Que en menos de una semana en el tiempo ficticio, o en menos de una hora y media en el tiempo real, es difícil de concebir que tales acontecimientos puedan ocurrir de la manera en que finalmente ocurren. Ni siquiera la fantasía, ese pervertido género cinematográfico, puede aprobarlo. La sensación de engaño, causada por las siete y ocho repeticiones del mismo chiste (aunque seguramente no lo sea), logra irritar. Llega un punto, en que todo lo ideado como inesperado se convierte en previsible. En un viaje donde se sabe que nada importa, basta adentrarse al mundillo de sus dos criaturas durante unos veinte minutos, para desdoblar y descubrir lo que vendrá. Que en última instancia, no es demasiado estimulante como para considerar a Sightseers una película para pasar el rato.
Esta película de Ben Wheatley devalúa ese maravilloso género de la comedia negra inglesa, que ocasionalmente hace reír al espectador, aunque en estos días es casi imposible. Carece de todo el humor que su premisa y sus primeros diálogos anuncian tener. Y si queda alguna duda de ello, sólo basta revisar ese flashback en que se muestra a Poppy, el adorado perro del personaje femenino y de su madre. Un flashback tan desencajado, forzado y descarado, que parece insultar al espectador, además de romper con el tratamiento lineal de una película sencilla y olvidable, pero que al menos hasta antes de esa mediocre escena, intenta ser coherente. Sightseers es, en síntesis, un querer y no poder. Traduce el esfuerzo de empujar una camioneta sin ruedas a lo largo de una extensa e inacabable carretera. La extenuación y la fatiga, tan fácil de contagiar a través de una pantalla… ★★★★★
Rodrigo Moral.
crítico de cine.