EN TIERRA DE LOBOS
crítica de Infierno blanco | The Grey, Joe Carnahan, 2011"Una vez más en la lucha. En el último combate que conoceré. Vivir y morir en este día, vivir y morir en este día".
El tema de la supervivencia del ser humano ante las adversidades de la naturaleza ha dado algunos títulos gloriosos a lo largo de la historia del cine. Me viene a la mente, por ejemplo, El vuelo del Fénix (1965) de Robert Aldrich, aquel clásico en el que un grupo de hombres, encabezado por el magnífico James Stewart, debía sobrevivir en medio del desierto del Sahara, después de que una tormenta de arena hiciera aterrizar forzosamente el avión de carga en el que volaban. En aquella ocasión, la insolación y la inanición suponían los mayores peligros que debían sortear. En la no menos mítica Infierno en el Pacífico (1968) de John Boorman, Lee Marvin y Toshiro Mifune eran los únicos supervivientes de una batalla naval durante la Segunda Guerra Mundial, teniendo que aprender a dejar sus diferencias a un lado para salir adelante en una isla desierta del Pacífico. Si bien no es una obra tan destacada como las ya mencionadas, ¡Viven! (1993) de Frank Marshall alcanzó una gran popularidad, más por los truculentos hechos reales que narraba que por sus cualidades rigurosamente cinematográficas. En ella, los jugadores de un equipo de rugby uruguayo vivían una auténtica odisea cuando su avión se estrellaba en medio de los Andes, llegando al extremo de comerse a los compañeros muertos para no correr la misma suerte que ellos. En la línea de estos títulos podría enmarcarse esta Infierno blanco (2011) de Joe Carnahan, una aventura de estilo clásico, muy alejada de las anteriores películas de su director.
Tras su debut con el apreciable thriller Narc (2002), Carnahan se ganó un buen crédito como realizador de cine de acción gracias a la trepidante Ases calientes (2007) y la adaptación de la popular serie de televisión El equipo A (2010) que, si bien no funcionó como se esperaba en taquilla, fue uno de los blockbusters más divertidos de la temporada. Liam Neeson encarnó allí al Hannibal Smith que popularizara George Peppard en los 80. Aquella colaboración entre Neeson y Carnahan debió resultar satisfactoria cuando, dos años después, volvió a encabezar el reparto de Infierno blanco, en la piel de Ottway, un cazador que trabaja para un grupo de buscadores de petróleo. Cuando el avión en el que viajaban de regreso a casa se estrelle en una salvaje región de Alaska, los pocos hombres que quedan con vida deberán hacer frente, no sólo a las bajísimas temperaturas y a la falta de comida, sino a una hambrienta manada de lobos que irá acabando con ellos uno a uno. Lo primero que destaca de este filme es la sobriedad de su puesta en escena, muy alejada de los coqueteos del realizador en su filmografía anterior con la estética videoclipera y el montaje rápido. Ya desde los primeros minutos, la voz en off de Ottway habla de sus emociones más íntimas, con luminosos flashbacks donde se le muestra en actitud amorosa con una esposa que, presumiblemente, ya no volverá a estar a su lado. Estos momentos, muy cercanos al reflexivo Terrence Malick de La delgada línea roja (1998), se vuelven a repetir a lo largo de la película con la intención de darle una mayor dimensión al personaje y un halo de espiritualidad a una hazaña muy física. Liam Neeson, un actor todoterreno que lo mismo te hace La lista de Schindler (1993) que Venganza (2008), sin perder un ápice de profesionalidad, vuelve a ofrecer una interpretación muy por encima de lo exigible en una película de acción. Técnicamente, Infierno blanco está a la altura de lo que se espera de un espectáculo hollywoodiense, con unos buenos efectos especiales, una magnífica banda sonora de Marc Streitenfeld que acentúa la tensión del relato y una notable fotografía que exprime al máximo el potencial de los espectaculares escenarios naturales canadienses. Las escenas de peligro están rodadas con gran dinamismo, desde el accidente aéreo al angustioso momento de Dermot Mulroney en la tirolina arbórea. Pero sin duda, los pasajes más terroríficos de la cinta son aquellos que reflejan el acoso que vive el grupo humano por los temibles lobos. Infierno blanco no cae en el efectismo fácil del gore, mostrando la sangre justa en los ataques de estos depredadores. En cambio, Carnahan acierta de pleno a la hora de crear auténtica incomodidad con el uso de los aullidos de los lobos en medio de la oscuridad de la noche, especialmente en la escena en que los hombres cocinan y se comen a uno de estos animales.
La lucha entre hombres y animales feroces que defienden su territorio, ha sido reflejada en otras películas como El desafío del búfalo blanco (1977) de J. Lee Thompson o Los demonios de la noche (1996) de Stephen Hopkins, donde Michael Douglas y Val Kilmer tenían que vérselas con dos letales leones en la sabana africana. Algo del espíritu aventurero de estos dos títulos también está presente en Infierno blanco, lo que la hacen una de las ofertas más estimulantes del género en los últimos años. Bien interpretada, perfectamente ejecutada y con una envidiable dosificación de sus momentos de peligro, la película se crece en los minutos finales, con uno de los desenlaces más emocionantes de la temporada 2012. Sin duda, para entonces habríamos asistido a una de esas pequeñas y agradables sorpresas que, muy de vez en cuando, dignifican el cuestionado término de “cine comercial”.
José Antonio Martín.
crítico de cine.
Estados Unidos. 2011. Título original: The Grey. Director: Joe Carnahan. Guión: Joe Carnahan, Ian Mackenzie Jeffers. Productora: Entertainment One/Open Road Films/Scott Free Films/LD Entertainment. Presupuesto: 25.000.000 dólares. Recaudación mundial: 77.278.331 dólares. Fotografía: Masanobu Takayanagi. Música: Marc Streitenfeld. Montaje: Jason Hellmann, Joseph Jett Sally, Roger Barton. Intérpretes: Liam Neeson, Dermot Mulroney, James Badge Dale, Frank Grillo, Nonso Anozie, Dallas Roberts, Joe Anderson, Ben Bray, Anne Openshaw.