Tras el éxito de la excelente El hombre que sabía demasiado (The Man Who Knew Too Much, 1934), a mi gusto muy superior a la versión de 1956, Alfred Hitchcock decide adaptar una novela de un autor al que admiraba: Los 39 escalones (1915) de John Buchan. Charles Bennett, que acababa de colaborar con Hitchcock en la película citada y que ya lo había hecho con anterioridad en La muchacha de Londres (Blackmail, 1929), se encargó de escribir el guion con la colaboración habitual de Alma Reville y la ayuda de Ian Hay en los diálogos. En su trabajo introdujeron multitud de cambios con respecto a la obra original, incluyendo una compañera para el protagonista y la consabida historia de amor, haciendo de esta convención una virtud manteniendo todo el espíritu de aventura intrigante y sumamente divertida de la novela de Buchan. 39 escalones (The 39 Steps, 1935) sería otro éxito en la carrera de Hitchcock, y a día de hoy una de sus mejores películas no solo teniendo en consideración su etapa inglesa, sino toda su carrera.
El inicio de la novela es brillante, pero tal vez poco cinematográfico: suceden demasiadas cosas durante varios días en una sola habitación de hotel. El relato está plagado de giros ingeniosos y la narración fluye sencilla pero inspirada. En la película se opta por un arranque igual de intrigante pero más dinámico, con una secuencia inicial muy divertida y enloquecida que nos lleva de la mano entre risas al crimen con el que arranca la acción. También sirve para presentarnos e incidir en la figura de Mr. Memory, un hombre de memoria prodigiosa cuyo espectáculo sirve para abrir la película, personaje fundamental para el desenlace. No hay nada gratuito en el cine de Hitchcock. Hasta la música que acompaña la actuación de Mr. Memory será fundamental en la trama. Un tumulto, un encuentro fortuito, un intercambio de frases cargadas de doble sentido y ya estamos inmersos de lleno en una increíble trama de espionaje y misterios por resolver. Visualmente Hitchcock demuestra una fluidez narrativa perfecta, un sentido del ritmo que es un prodigio y un marcado gusto por los modos expresionistas en determinados planos. Ayudado aquí por el director de fotografía Bernard Knowles, con el que posteriormente colaboraría en otras tres películas.
Por una serie de circunstancias, Richard Hannay (personaje que protagonizaría varias novelas de Buchan, incluida The Three Hostages, la cual Hitchcock deseó también adaptar sin llegar nunca a rodarla) se convertirá en el objetivo de la policía inglesa pues será acusado de un crimen que no ha cometido, lanzando una subtrama de falso culpable que con el tiempo sería uno de los rasgos del cine de Hitchcock, y también de los espías enemigos del país que lo consideran poseedor de una información que supone la clave que desmantelaría sus planes. Hannay emprenderá una huida desesperada perseguido por todos ellos que tendrá su primer momento cumbre en un tren. Aquí harán su aparición una pareja de personajes, dos comerciales de ropa interior femenina que recuerdan poderosamente a los dos ingleses recalcitrantes de Alarma en el expreso (The Lady Vanishes, 1938) y una bella joven, Pamela, a la cual besa para esquivar a sus perseguidores pero por la que es traicionado. Toda esta extensa secuencia en el tren es otra maravilla de ritmo y encadenado de la acción, un adelanto de lo que sobrevendrá. Y tras esto da inicio la persecución en los páramos de Escocia, lugar al que se ha trasladado la trama. La figura de Hannay a contraluz, silueteada contra el cielo gris, recortada contra el agreste paisaje dará lugar a unos breves planos intensos y de gran belleza plástica, pero sin olvidar nunca su función: mostrar a Hannay en su huida en toda su soledad en un lugar donde apenas hay donde esconderse. Buchan nos va contando en su novela una sucesión de increíbles encuentros que Hitchcock y sus guionistas resumen en uno solo: una pareja de granjeros, un matrimonio formado por una mujer joven y un hombre ya entrado en años. Entre la joven y Hannay se crea un vínculo que se nos muestra prácticamente con solo un breve diálogo y un juego de miradas que los unirá para siempre ante la presencia inquietante del celoso marido. Hannay continúa su angustiosa carrera hasta llegar a donde esperaba pero con la sorpresa de que allí dará con quien menos desearía ver en este trance.
Como es habitual en Hitchcock, el entorno en el que desarrollan su vida los malvados de la función es agradable y tradicional. Bajo la más anodina normalidad es donde se oculta lo más terrible. La traición y la maldad usan ropajes cotidianos, sencillos: estos conforman la manera más segura y eficaz de ocultarse. Confundiéndose con la multitud. Estamos en el primer tercio de la película y Hannay ya se ha dado de morros con el malo, el profesor Jordan, algo que en la novela acontecerá al final de la misma. A este se le reconocerá porque le falta la mitad de uno de sus meñiques, algo más visual y fácil de detectar que el extraño parpadeo que mostraba en la novela. En la mansión en medio del páramo donde vive Jordan, en mitad de una fiesta, rodeado de su mujer y sus hijas, es adonde el bueno de Hannay ha ido a dar con sus huesos. Jordan lo someterá a una encerrona en una de las habitaciones de la casa campestre. Esto da lugar a otra maravillosa secuencia en la que ambos se enfrentarán en un diálogo cordial. La tensión se generará por cómo Hitchcock marca la posición de los actores desplazándose por la habitación, Jordan dominante y Hannay siempre acorralado. Reforzada esta sensación por cómo Hannay va buscando de continuo la puerta entreabierta por la que podría escapar. Jordan se interpone casi sin querer y Hannay se va desplazando imperceptiblemente mientras se van intercalando planos de la cada vez más cercana puerta. Sin embargo, la resolución de la secuencia es sorprendente: tras tenernos pendientes de la dichosa puerta, todo se resolverá de manera explosiva con un giro de guion y una sorpresa que ya marcan esa fuga de la realidad que tanto gustaba a Hitchcock. La acción no debe ser verídica, sino creíble. No importa lo exagerado o poco verosímil de los sucesos si estos son mostrados de manera que el espectador no dude de ellos y le resulten admisibles.
Hannay sigue huyendo pues de manera casi milagrosa. Y cuando ya pensamos que la historia no puede ir a más la película nos depara otros grandes momentos. El primero, cómo de nuevo la multitud resulta ser el mejor lugar donde ocultarse. Segundo, la idea de un hombre esposado que huye, la cual ya viene de lejos, de cuando Hitchcock soñaba con adaptar la fascinante novela de Leo Perutz Mientras dan las nueve (1918) y que vio reflejada en parte en la secuencia final de El enemigo de las rubias (The Lodger: A Story of the London Fog, 1927). El tercero, la magnífica secuencia del discurso político. En su huida, Hannay se precipita por una puerta abierta y es recibido como un conferenciante venido de Londres al que todos están esperando. Hannay se verá así obligado por las circunstancias a enfrentarse a un público ávido de su saber cuando él hasta se equivoca con el nombre del candidato político al que se supone debe apoyar. Es una secuencia fantástica y desternillante que servirá además para reencontrarse con la joven del tren, que de nuevo lo traiciona. Hannay jugará a ocultarse entre el tumulto y en el hecho de llamar la atención. Un truco que veremos también muchos años después realizar a Roger Thornhill (o George Kaplan, como prefiráis) en Con la muerte en los talones (North by Northwest, 1959). Hitchcock depuraba no solo su estilo, sino también sus tramas y soluciones narrativas. Y cuarto, aquí da inicio la apuntada historia que acabará inevitablemente en amor tras una maravillosa discusión tras otra entre Pamela y Hannay. Raptados por falsos policías y esposados el uno al otro, se verán impelidos a huir juntos. Se fundirán la emoción de la persecución a la que serán sometidos con el juego amoroso de personajes enfrentados que al verse obligados a convivir llegarán a acercarse y conocerse. El amor surge de manera casi mágica en esa mezcla perfecta de comedia, sensualidad y delicadeza tan difíciles de mostrar compensados y que Hitchcock desarrollaba con una perfección magistral. El peligro en el que se encuentra la pareja es un acicate y el interés del espectador se multiplica: las situaciones desternillantes, la complicidad que va surgiendo entre los protagonistas, esa intimidad a la que parece que asistimos casi como si el espectador fuera un voyeur indiscreto, la relación explosiva que se irá dulcificando… Ocultos en una posada, asistiremos a algunas de las escenas más románticas, casi secretas, privadas, de la pareja protagonista pero sin perder de vista nunca el peligro que los acecha y los momentos divertidos que provoca su situación.
Para el desenlace, todas las pistas que se nos han ido dando casi de manera imperceptible conformarán un perfecto puzzle que desembocará en la comprensión de toda la esquiva trama. Hay que resolverla, claro está, pero casi más importante es ver cómo, ocultos a todos, Pamela y Hannay unen sus manos en el plano final de la película. Conviene destacar la maravillosa labor de los actores protagonistas. Una encantadora Madeleine Carroll, que sabe ser pacata cuando se le requiere, pero también inteligente y sensual cuando es preciso, siempre en la medida justa para que su personaje resulte absolutamente creíble y adorable. Y un magnífico Robert Donat, un actor por el que siento una especial admiración, que en esta ocasión está perfecto tanto en sus momentos más distendidos y divertidos como aquellos en los que debe mostrar toda la angustia de ser un hombre perseguido y acosado por fuerzas muy superiores a él, sin dejar de lado su faceta más cautivadora cuando debe hacer de ese galán tan rufianesco en apariencia como noble de corazón ante la primero asustada y después enamorada Pamela. Aunque breve, Wylie Watson como Mr. Memory está impecable en su difícil plano final en el que debe transmitir un puñado de información al tiempo que consigue emocionarnos con su interpretación. Y en conjunto, un Hitchcock mayor, memorable e inolvidable, dejando para el recuerdo una absoluta obra maestra de este arte que amamos con pasión.
José Luis Forte.
escritor.
Inglaterra, 1935. Título original: The 39 Steps. Director: Alfred Hitchcock. Guion: Charles Bennett, basado en la novela de John Buchan; diálogos de Ian Hay. Productora: Gaumont British Picture Corporation. Productor: Michael Balcon. Estreno: 1 de agosto de 1935. Fotografía: Bernard Knowles. Música: Jack Beaver y Louis Levy. Continuity: Alma Reville. Montaje: Derek N. Twist. Dirección artística: Oscar Friedrich Werndorff y Albert Jullion. Intérpretes: Robert Donat, Madeleine Carroll, Lucie Mannheim, Godfrey Tearle, Peggy Ashcroft, John Laurie, Helen Haye, Frank Cellier, Wylie Watson, Peggy Simpson, Alfred Hitchcock, Charles Bennett, Miles Malleson.