crítica de Una bala en la cabeza | Bullet to the Head, Walter Hill, 2013
Nunca destacó especialmente entre sus colegas de generación. Trabajó con actores como Charles Bronson, David Carradine y Stacey Keach, en obras refractarias a la rigidez académica. Durante las décadas de los 80 y los 90, realizó varias incursiones en un género —el western— que le había influido en su formación cinematográfica durante su niñez. Era la cara B de una América infestada de delincuentes, de fronteras no tan marcadas y, sobre todo, ávida de diversión, sospechosa ante una realidad casi indeleble. Mejor o peor, con o sin elegancia, Walter Hill sabía entretener, y, contra pronóstico del que busca la mosca del vinagre, no despreciaba la composición. Aquella época socialmente convulsa sirvió de escenario a muchas corrientes musicales y otras tantas películas que, observadas desde una perspectiva actual, o sea sin las emotivas implicaciones que brinda el hecho de ser parte de la fiesta, han envejecido mal o ya eran viejas antes incluso de nacer. Y, sin embargo, solemos acudir en su rescate cuando queremos recordar cómo fue aquella primera incursión; también cuando nos pillan con eso de “los placeres culpables” (procuro no hablar de cine con gente que va por ahí soltando y escribiendo “esto es un guilty pleasure” y demás florituras horteras). Recuerdo haber visto por primera vez Calles de fuego gracias a la recomendación de mi tío: por supuesto, yo era aún más ignorante que ahora y mis lagunas eran profundas. Cosas de la edad, supongo. El caso es que me regaló una copia de esa fábula de cuero y laca bañada en rock ‘n’ roll. E hizo lo propio con la banda sonora —soundtrack en este caso—, donde aparecían temas de Fire Inc., The Blasters, Ry Cooder y el tema I Can Dream About You de Dan Hartman, habitual de las radiofórmulas románticas. En la película aparecía ese bajito de nariz aguileña y perfil de bruja llamado Willem Dafoe. Interpretaba al villano, al jefe de una banda de moteros —versión pop-rock— que secuestran a una cantante famosa, cuya voz y cuerpo pertenecían a Diane Lane. El escenario vaporoso para la intervención del héroe, gabardina y rifle Winchester en mano, un Michael Paré expuesto a las balas del asesino en Harley. Son películas que se graban, primero por su trascendencia sentimental y después por su resistencia a caer en el olvido.
Walter Hill no es un don nadie, a pesar de que hoy se presente con un filme protagonizado por el vigoréxico Sylvester Stallone. El Stuntman es ya un anciano que peina canas, pero ha revitalizado su mito gracias a la franquicia de Los mercenarios. Aquí, encarna al killer de Una bala en la cabeza, cuya base estilística —y dramática— es el cómic creado en 2006 por el guionista Matz y el portentoso dibujante Colin Wilson. Un best-seller que, bajo el prisma del cineasta oriundo de Long Beach, California, adquiere un interesante cariz de thriller en combustión. Y es que, alguien traiciona a ese excarcelario con un bagaje criminal (ojo a las fotografías que se muestran durante los primeros minutos) ciertamente insuperable. Su piel de saurio, salpicada de venas sinuosas, parece esconder a un tipo con sentido del humor, abierto a esa clase de chistes que acentúan el paquete y condenan la inteligencia. Curiosamente le acompaña un policía de origen coreano, el personaje idóneo para instaurar una suerte de buddy movie fibrosa, pero sin amistad, con diálogos, a veces insoportablemente chuscos, que evocan el pulp y al mismo tiempo nos retrotraen a ese sur pantanoso que representa Nueva Orleans. Y allí esperan, rodeados de intimidantes esbirros como Jason Momoa, en un relato que jamás se consagra al talento en extinción de Christian Slater, cuyo papel de abogado putero tampoco admite grandes observaciones. Que prosiga la búsqueda. Entretanto, conocemos a una sexy tatuadora que materializa visualmente las progresiones bluseras de una armónica que (re)aparece en el discurso de esta película sin mayor ambición que hacer disfrutar con algunos clichés y con el pulso estoico de Walter Hill.
A Stallone, por su parte, le chirrían las bisagras. Pero su dicción ha mejorado ostensiblemente: de cuando en cuando suelta algún sonido gutural, ininteligible pero genuino. Consciente de sus limitaciones, Sly hace lo que mejor sabe: gruñir, repartir hostias y defender a los suyos (sean quienes sean los suyos). El antihéroe americano de Una bala en la cabeza no es ni modélico, ni original. Si intenta divagar, sufre un cortocircuito. Lo raro es que te cae bien, te hace reír con sus machadas. ¿Por qué? Fácil: detrás hay un director que sabe prender la mecha. El material es disfrutable, y ver a los malos recibiendo su merecido es justamente balsámico. Y no escarben más. Su mérito no es poco. Aunque la careta de su protagonista resulte asquerosa. Luisiana podría ser Hong Kong, y su título, acorde con la traducción literal de este último referente, Asesinos de reemplazo de Antoine Fuqua. Un simulacro tardío, por supuesto. ★★★★★
Juan José Ontiveros.
crítico de cine.
Estados Unidos, 2013. Director: Walter Hill. Guión: Alessandro Camon. Productora: Warner Bros. Pictures / Dark Castle Entertainment / IM Global / After Dark Films. Fotografía: Lloyd Ahern II. Música: Steve Mazzaro. Reparto: Sylvester Stallone, Jason Momoa, Christian Slater, Sarah Shahi, Adewale Akinnuoye-Agbaje, Sung Kang, Marcus Lyle Brown, Jon Seda, Brian Van Holt.