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    crítica de The We and the I | Michel Gondry, 2012

    inauguración sección Atlas | Atlántida Film Fest 2013

    Michel Gondry es el creador polivalente en un mercado que apenas deja lugar a la imaginación, pues ésta es contracultural para ciertos productores y ejecutivos que, a fin de cuentas, son los que manipulan las pesquisas del negocio cinematográfico. Es un autor que enfrenta a dos sectores bien diferenciados: los que recelan de esa modernidad elevada a categoría de culto modernista, y los que se dejan llevar por la estética excéntrica de un director cuyo lenguaje de amianto puede cristalizar en un producto verdaderamente reconocible y poderoso. Gondry certificó mi admiración por Kate Winslet y me reconcilió con Jim Carrey, un actor que casi siempre abusa de la mueca esquizoide, del arrebato cocainómano de esa comedia que, durante largo tiempo —y mediante discursos ramplones, pero divertidos—, conquistó a un importante sector de la cinefilia. Este francés de mirada traviesa y un tanto maníaca dirigió una de las películas más conmovedoras del cine moderno (entendiendo como tal, y a mi juicio, las producciones que se han despachado desde los primeros años 80), que hablaba con insólita sensibilidad del recuerdo y el desamor, del amor que se recuerda aun olvidándolo, del humor variopinto y las ocurrencias formales que convenían en una historia original, rabiosamente nueva pero clásica en sus intenciones. Dese cualquier ángulo, el guión de Charlie Kaufman para ¡Olvídate de mí! es ya una pieza inmortal. La escuela de Gondry, en cambio, fue la cultura pop más reciclable: anuncios, videoclips, spots, algún que otro devaneo con el género documental. Desde Björk hasta las cápsulas de ese café para sibaritas, pasando por Massive Attack se situaron bajo su microscopio. Tampoco se olvidó de la infancia, aquel reino que instauró su futura (de)formación profesional, donde videoclub y VHS eran sinónimos de aventura, experiencias inolvidables y polvo en la cinta magnética. Del Rew y el FFW, acaso un invento que dejaba en pelotas al Play, cuya operación quería robarte dos segundos de película por la cara, en un diálogo capital para el entendible desarrollo de los acontecimientos. Y contemplabas a Jack Black y Mos Def —un rapero minusvalorado— regrabando chapuceramente todos y cada uno de los clásicos ochenteros o recientes (Los cazafantasmas, Men in Black…) con una cámara de vídeo doméstica, apoyándose en la desbordante imaginación de un libreto que rendía tributo al cine. Rebobine, por favor no era sólo la muletilla de ese empleado que había absorbido fotograma a fotograma miles de obras —algunas de ellas con efectos secundarios e irreversibles para el cerebro—, sino la heroica dosis de nostalgia en menú XXL. Friki, divertida, sin adobo.

    Ahora, tras despachar el remake —en forma de largometraje— de The Green Hornet (El avispón verde), regresa con un proyecto de corte social, aunque situando el foco en la herencia mórbida de la televisión. Se titula The We and The I, y se desarrolla (casi) íntegramente en un autobús de línea que atraviesa los barrios bajos de Nueva York. No esconde nada; ni tan siquiera un dejo de interés por los esquemas básicos de la narración. El autobús acelera tímidamente, atestado de estudiantes que celebran el fin de curso, el comienzo de las vacaciones de verano: son adolescentes, la geometría de sus armas es común y aparentemente inofensiva, son smartphones (de la misma marca, sí, pero no me apetece hacer publicidad. Os fastidiáis, monstruos de la telefonía) cargados de mensajes estúpidos y vídeos peores. Vibran, suenan, suponemos que arden en nuestros sueños de persona, ¡ja!, libre. Cámara al hombro, en permanente movimiento, la primera hora de filme es aburridísima y muestra cómo los abusones se sientan en la última fila y cómo los más “inteligentes” viajan abstraídos con auriculares o dibujando escenas en sus blocs. Unos están enfadados con otros, una chica a la cual definen, no sin crueldad, como “1 kilo de mortadela en una bolsa de 500 gramos”, resiste taciturna pero charlatana entre compañeras que se ríen de no sé qué muy importante sobre tal y cual tontería. Michel Gondry aborda una rígida lectura sobre el espíritu teen y su consecuente inmadurez intelectual —y emocional—. Se divide en tres capítulos: Los abusones, El caos y El Yo. Este último filtra una estimable querencia por lo humano y la problemática social. Pero ya es tarde. Yo también me he bajado a comprar pizza. | ★★★★★ |

    Juan José Ontiveros
    © Revista EAM / Madrid


    Ficha técnica
    Estados Unidos, 2012. Director: Michel Gondry. Guión: Michel Gondry, Paul Proch. Fotografía: Alex Disenhof. Presentación: Quincena de los Realizadores | Cannes 2012. Reparto: Joe Mele, Meghan Murphy, Patricia Marie Collazo.


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