crítica de La huésped | The Host, Andrew Niccol, 2013
Es difícil enfrentarse a una nueva adaptación de la obra de Stephenie Meyer (responsable de la saga Crepúsculo) libre de prejuicios, sobretodo cuando la propia película parece abandonarse a ellos. Da la sensación de que todo su equipo es plenamente consciente del público principal al que se dirige y de la materia prima con la que cuenta, lo cual produce un resultado con reducidas pretensiones pero que a la vez sabe exprimir el mayor jugo posible a sus puntos fuertes, que los tiene. Hay que saber por tanto a lo que se va, y en este caso se va a ver un romance teen sin complejos, donde el contexto de ciencia ficción aporta pocas novedades pues está directamente extraído de la premisa de La invasión de los ultracuerpos y enseguida queda en un segundo plano. Así, se nos cuenta básicamente el prohibido triángulo amoroso entre una chica, que ha sido poseída por uno de estos alienígenas que han ocupado alegremente nuestro planeta, y dos de los pocos supervivientes humanos que quedan, acompañados éstos por un par de familiares de la mencionada fémina (evidente centro de todas las atenciones), y otros jovenzuelos e insurrectos, todos ellos refugiados en las entrañas de un volcán bajo en calorías. Para mayor detalle y comprensión, la trama gira en torno al conflicto entre la “chica humana” y la “chica alienígena”, pues la primera sobrevive en el cuerpo de la segunda, y trata de dirigir sus acciones y condicionar sus pensamientos mediante una poco sutil pero intencionadamente humorística voz en off. Por poner un ejemplo clarificador, cuando la mujercita en cuestión besa al que era su novio cuando no estaba poseída, sus neuronas humanas activan su brazo para abofetear al confundido chaval, pues evidentemente aquellas se niegan a que el ser foráneo que ahora controla su cuerpo se enrolle con su pareja.
Por lo demás la narración transcurre con firmeza, aunque no sin altibajos (la parte inmediatamente posterior a la secuencia inicial es un buen ejemplo) y con giros bastante previsibles (como la anunciada rebeldía interna de otro personaje parasitado). Andrew Niccol, guionista y director de cierta reputación, se encarga aquí de ambos departamentos para trasladar con sorprendente fidelidad y sumisión el texto original a la gran pantalla (aún teniendo en cuenta que su autora ejerce igualmente labores de productora). Aunque se adivina el estilo de Niccol en la esencialidad de los diálogos o en la depuración de la puesta en escena, esta película no supone ningún paso adelante respecto a sus trabajos anteriores, y en este sentido es bastante funcional. Por su parte, el protagonismo actoral recae en la siempre interesante y luminosa Saoirse Ronan. Aunque aún muy joven y de futuro todavía prometedor, sus últimas opciones laborales no encajan del todo en el camino que nos habíamos imaginado que tomaría su carrera. Recurriendo a dos de sus ejemplares, podríamos tener la tentación inicial de calificar La huésped (The Host, EE.UU., 2013) como una mezcla entre el tono empalagoso de The Lovely Bones (Peter Jackson, 2009) y el aire videoclipero de Hanna (Joe Wright, 2011). Pero, como se ha adelantado, asistimos más bien a una continuación estilística de In Time (Andrew Niccol, 2011), que empaqueta sin apenas dobleces esta historia incondicionalmente melodramática.
¿Qué nos puede por tanto aportar a los que no seamos unos incondicionales de este subgénero? Habría que recurrir a otro tipo de placeres, entre los que pueden encontrarse determinadas subtramas, secuencias de acción o momentos de reflexión, u otros aciertos cinematográficos. Llegados a este punto hay un poco de todo. Por un lado, los personajes secundarios están bastante desdibujados, las secuencias de acción son limitadas y rodadas de una forma demasiado básica, las reflexiones son a menudo pueriles, y elementos como el dinamismo o los hallazgos visuales brillan prácticamente por su ausencia. En particular destaca la falta de ritmo de algunos trechos del metraje, que unida a todo lo anterior provoca la sensación ocasional de estar contemplando una especie de elaborada telenovela de sobremesa. Pero, por otro lado, hay cosas positivas, como unos diálogos que rara vez chirrían (un riesgo frecuente en estos casos) o una banda sonora oportunamente disonante. Y, tras habernos quitado de en medio todas las críticas anteriores, lo cierto es que la película en general funciona con holgura, no solo porque no se desvíe de su objetivo y goce de una progresión dramática clara y desarrollada, sino porque ésta se apoya en unos cuantos puntos de inesperable calado, también hábilmente desarrollados. En concreto, es llamativa la manera en que va cambiando el equilibro de fuerzas en la dualidad interna de la protagonista. Esta evolución se produce con sentido y lógica, esquivando la previsibilidad que como hemos dicho sí sufren tramos menores de la narrativa. Cuando el conflicto en el último acto se plantea de forma opuesta al inicial, estructurándose la película con una inteligente simetría, todo adquiere una dimensión bastante satisfactoria e incluso poderosa. Es una pena que la misma se rompa por un breve e innecesario epílogo, el cual desafortunadamente podría dar la razón a los que descalifiquen esta cinta como un superficial amalgama pop, kitsch y new age, todo junto. O simplemente como algo ridículo y cursi. Pero ello supondría precisamente no liberarse de los prejuicios y quedarse en la superficie de un trabajo que esconde indudables cualidades. ★★★★★
Ignacio Navarro.
director & crítico cinematográfico.
Estados Unidos. 2013. Título original: The Host. Director: Andrew Niccol. Guión: Andrew Niccol (novela: Stephenie Meyer). Productora: Open Road Films/Chockstone Pictures/Nick Wechsler Productions. Localizaciones: Luisiana, Nuevo México. Fotografía: Roberto Schaefer. Música: Antonio Pinto. Montaje: Thomas J. Nordberg. Intérpretes: Saoirse Ronan, Diane Kruger, Max Irons, Jake Abel, William Hurt.