crítica de Stealing Summers | David Martín Porras, 2011
sección oficial | Atlántida Film Fest
Estados Unidos siempre se ha caracterizado por ser un país de acogida, ofreciendo trabajos bien remunerados y mejores condiciones de vida a inmigrantes o exiliados, y cada vez más a estudiantes o empresarios en el sentido amplio de la palabra. Los primeros han sido tradicionalmente irlandeses e italianos, latinoamericanos y asiáticos, pero los segundos se han abierto camino desde cualquier lugar, y en España los casos son numerosos. Oímos en las noticias que tal investigador patrio lidera un proyecto financiado y desarrollado en Estados Unidos, o que tal emprendedor acaba de montar o participar en una empresa puntera en alguna de sus metrópolis: datos que deberían ser a la vez fuente de orgullo y de vergüenza. Pues bien, el cine no se ha quedado atrás en esta tendencia, por lo que varios de sus integrantes han decidido afincarse en suelo estadounidense, o directamente iniciar allí sus estudios especializados y proseguir su carrera, conscientes de lo difícil que está el asunto en nuestro país. David Martín Porras, español de origen pero residente en Los Angeles, es un ejemplo claro.
Dicho esto, lo curioso es que la historia de Stealing Summers (EE.UU., 2011), escrita por Matt Lester, parte del fenómeno inverso: jóvenes estadounidenses que se han ido a vivir a otro sitio, en este caso a Buenos Aires, no tanto por falta de oportunidades sino por la desgana y el desinterés con que se encontraban en su país de origen. Martín Porras rueda por tanto un libreto con el que seguramente se sienta bastante identificado, en tanto que es un reflejo, aún invertido, de su situación y de la de otros muchos emigrados. Esto permite, de partida, dotar a la película de cierta originalidad y autenticidad, centrándose en la relación entre tres personajes, de nombres Alexandra, Trevor y Sam, que son unos extranjeros pero que a la vez se sienten muy cómodos en la capital argentina. En concreto, los tres unen fuerzas con el objetivo de robar el dinero que tiene escondido en su apartamento el ligue argentino de ella, aprovechando la conmoción del día en que se juega el “superclásico” entre los clubes de Boca Juniors y River Plate. Así pues, la narración se basa sobretodo en los diálogos que estos personajes intercambian, dejando la acción propiamente dicha de la ejecución del plan para el último acto.
Lo cierto es que, si no fuese por este contexto futbolero, que tendrá su importancia en el desenlace de la trama; y por la situación apátrida que viven estos americanos, su historia sería relativamente intrascendente, incluso insignificante, al no aportar nada nuevo al género y al estar enfocada de una forma demasiado ligera y amena. En efecto, las conversaciones y las acciones que se suceden entre ellos son ágiles y tienen gracia, pero les faltan profundidad y propósito. Por eso en ocasiones da la sensación de que la trama pierde de vista su objetivo, cual es el robo del dinero y las consecuencias que ello puede tener en las intenciones de estos tres jóvenes (básicamente volver o no a casa), y divaga un poco, aún teniendo en cuenta que dura apenas 75 minutos. Pero, por otro lado, este progreso menos lineal conduce a una mayor y más verosímil cercanía con dichos personajes, representativos de unas nuevas generaciones que a menudo no saben qué hacer con su vida. Esto último queda además reforzado por el hecho de que dos de ellos: Alexandra y Sam, están interpretados respectivamente por los hijos de dos famosos artistas: Sophie Auster (hija de Paul Auster) y James Jagger (hijo de Mick Jagger), condenados a mostrar al mundo que pueden triunfar fuera de la estela de sus progenitores.
Volviendo a lo que vemos en pantalla, ella es una chica algo enigmática, vivaz y atractiva, que pasará a ser el objeto de deseo de los dos chicos, de clases diferentes pero de amistad compartida, formando un triángulo amoroso cuya resolución viene apuntada por un par de flashforwards totalmente innecesarios. Al margen de esto, Martín Porras visualiza sus enfrentamientos y la evolución de su relación con una puesta en escena muy sencilla, sin alardes técnicos, aprovechando sin más el encanto nocturno y diurno que le proporciona la ciudad bonaerense. Por su parte, como ya se ha apuntado, el guión de Lester tiene un punto de partida interesante pero un desarrollo algo inconsecuente, al menos hasta ese último acto donde las piezas encajan satisfactoriamente. La rivalidad y la pasión que genera un partido de fútbol de tal calibre resultan ser decisivos en la posible resolución del robo, y digo “posible” porque el final queda en cierto modo abierto y en suspense. Unir ese tipo de pasión con la propiamente amorosa, con clubes y hombres que luchan por su victoria particular, aunque no sea siempre el mejor partido, da lugar a una película cuyo conflicto está asegurado, aunque en este caso sea demasiado amable y no tenga mayores pretensiones. Dicho de otra manera, Lester y Martín Porras no aprovechan realmente las situaciones, cómicas o dramáticas, que podrían producirse cinematográficamente en este contexto de inmigración, casi de exilio, ni nos transmiten nada revelador o especialmente memorable sobre el tema. Pero lo cierto es que tampoco tienen interés en hacerlo. ★★★★★
Ignacio Navarro.
director & crítico cinematográfico.
Estados Unidos. 2011. Director: David Martín Porras. Guion: Matt Lester. Productora: Stealing Summers. Presentación: Festival de Valladolid 2011. Fotografía: Wira Phil Klucsarits. Música: Nora Kroll-Rosenbaum. Montaje: Kate Hackett. Intérpretes: Sophie Auster, Wilson Bethel, James Jagger, Mariano Martínez.