Crítica de Siete psicópatas | Seven Psychopaths, Martin McDonagh, 2012
Muchas tendencias del cine policiaco actual (género que engloba a su vez varios subgéneros) pueden rastrearse a aquella secuencia de dos matones charlando sobre la droga holandesa y las hamburguesas francesas en un coche, a mediados de los 90. O pueden incluso remontarse a dos años antes, con otra panda de delincuentes tomando un café, mientras debatían un nuevo significado de la letra de cierta canción de Madonna y argumentaban sobre el deber cívico de dejar propina. Está claro que Tarantino ha sentado cátedra. Y en los últimos años sus discípulos, seguidores e imitadores se han multiplicado, encontrando en el viejo continente, y en concreto en el Reino Unido, una materia prima propicia para moldear los arquetipos que caracterizan el universo tarantiniano. El ejemplo aún más conocido es probablemente el de Guy Ritchie, que en sus primeras películas enfocaba su objetivo hacia unas calles londinenses habitadas por una clase delincuente de poca monta, con una jerga tan incomprensible como hilarante. Su compatriota británico Martin McDonagh ha recurrido igualmente a productos similares aunque intentando elaborar un estilo propio. Gracias a él sorprendió a parte del público con Escondidos en Brujas (2008), thriller ambientado en la engañosamente pacífica y turística ciudad belga, que suponía un equilibrio perfecto entre la sobriedad y el histrionismo.
En Siete psicópatas (2012), McDonagh recupera a uno de los protagonistas de su ópera prima, Colin Farrell, pero trasladándolo en este caso a Los Angeles, volviendo así a la localización original de los dos referentes citados más arriba. En este viaje de ida y vuelta, McDonagh pretende no solo emular este tipo de cine sin ningún tipo de tapujo, sino ir más allá e insistir en un ejercicio de constante metalingüismo y referencias autoconscientes, aunque logre que sea siempre al servicio de la historia. En concreto, ésta parte nuevamente de las cavilaciones de un irlandés, interpretado por Farrell, no ya por haber cometido un crimen de más en su último encargo, sino por no dar con la tecla adecuada para cumplir otro encargo, en este caso la escritura de un guión. El protagonista no pertenece pues aquí a la clase criminal, aunque su mejor amigo sea un personaje más que sospechoso, un supuesto actor en paro y secuestrador de perros que encarga Sam Rockwell y que da pie a los momentos más brillantes del metraje. Éste hará todo lo posible para que su inseparable guionista lleve a buen puerto su trabajo, aunque ello implique arrastrarle, ahora sí, a un submundo delictivo en donde se darán cita varios personajes más o menos estrambóticos, desde el oscuro cuáquero de origen polaco al que da vida Christopher Walken, hasta el mafioso desesperado (Woody Harrelson) porque los personajes de Walken y Rockwell han abducido a su querida mascota, pasando por otros psicópatas con distinto grado de empatía y verosimilitud.
Inmersa en esta temática, la narración mezcla la ficción dentro de la ficción, empleando para ello flashbacks, cuentos y sueños varios, progresando con múltiples capas y giros y de manera por tanto algo rebuscada, aunque visto el conjunto, lo cierto es que avanzando con paso firme al menos hasta el último acto. Hasta entonces, asistimos a una montaña rusa lúdica, con diálogos prolongados repletos de humor negro marca de la casa y unos actores que aportan una gracia reconocible pero sincera a sus caracterizaciones, en especial un Sam Rockwell que parece estar pasándoselo en grande. Su personaje es el más divertido pero a la vez el más trágico del elenco, y Rockwell acierta al componerlo con toda esa panoplia de muecas y aspavientos, sin perder nunca de vista el propósito de divertimento de la película. Propósito que cumple con creces, pues no solo nos brinda ese componente lúdico, sino también la satisfacción de comprobar cómo cada giro encaja con el anterior, para terminar ofreciendo un conjunto que se mantiene ensamblado como un castillo de naipes. El guion se confirma así como la pieza básica del funcionamiento de este metraje, y por eso estamos ante un entretenimiento de mayor calibre que aquel que se centra sobretodo en el aspecto visual, relegando a un segundo plano la estructura sobre la que se debe montar toda una película. En este caso el esfuerzo es particularmente admirable, pues McDonagh se cuida en alimentar y dotar de relevancia a cada una de sus subtramas, evitando que alguna pueda quedar deslucida, falta de desarrollo, lo cual es un riesgo común en este tipo de películas corales y fragmentadas. Y por supuesto le dedica el tiempo suficiente a los personajes mencionados más arriba, derivando la acción y el suspense también de sus revelaciones y reacciones, y no solo de las secuencias de tiros y violencia.
Pero como adelantábamos, todo esto funciona maravillosamente hasta un prolongado último acto donde a McDonagh se le aparecen los demonios. Esta última parte transcurre en el desierto californiano en el que ha creído oportuno refugiarse el trío “protagonista”, a la espera de su enfrentamiento final con el antagonista Harrelson. Lo cierto es que no faltan aquí las carcajadas e incluso los grandes hallazgos como la secuencia en la que el personaje de Rockwell les narra a los otros dos la forma en que visualiza esa climática confrontación. Pero el problema es que, una vez contado esto, la película alcanza realmente su clímax y todo el metraje posterior queda como un errático y vacilante desenlace que solo puede conducir a la decepción. Quizás el problema, más precisamente, surge por pretender en este punto que una trama tan idiosincrática se vuelva grandilocuente. Y también pierde entonces justificación la necesidad de epatar casi de forma constante al espectador, necesidad por otro lado que se liga a la ambición y a la capacidad de invención, y que cuando goza de un fundamento sólido (como en el resto de la película) no debe ser criticada sino todo lo contrario. Pero por esa misma razón, un último acto menos afortunado no echa por tierra todo el trabajo anterior, pues al fin y al cabo el conjunto logra ser tan juguetón como coherente… Y esto último hay que agradecérselo nuevamente a Tarantino, que ha logrado que el cine que siga sus parámetros pueda saltarse todas las demás reglas sin ser tachado de incoherente, por muchos personajes pasados de rosca y vueltas de tuerca que contenga. ★★★★★
Ignacio Navarro.
director & crítico cinematográfico.
Reino Unido, Estados Unidos, 2012. Título original: Seven Psychopaths. Guión: Martin McDonagh. Productora: Blueprint Pictures / Film4 / HanWay Films. Fotografía: Ben Davis. Música: Carter Burwell. Intérpretes: Colin Farrell, Sam Rockwell, Christopher Walken, Woody Harrelson, Tom Waits, Abbie Cornish, Olga Kurylenko, Gabourey Sidibe, Harry Dean Stanton, Kevin Corrigan, Zeljko Ivanek, Michael Stuhlbarg, Michael Pitt.