crítica de Recoletos Arriba y Abajo | Pablo Llorca, 2012
sección oficial | Atlántida Film Fest
El cine español sigue careciendo de verdadera industria, por lo que, salvo excepciones, el director, que también suele ser guionista (una de las razones es precisamente la falta de industria), tiene que buscarse la vida para rodar su película. Muchos suelen partir del cortometraje para coger experiencia y extender su red de contactos, antes de dar el salto al largometraje. En el caso de Pablo Llorca no fue así, pues su primer trabajo, Venecias (1989), tenía ya una duración de 92 minutos, y contaba incluso con el protagonismo de Icíar Bollaín, que pocos años antes había quedado inmortalizada en aquella obra maestra titulada El sur (Víctor Erice, 1983). Una suerte poder realizar tal ópera prima. Sin embargo, Llorca nunca ha logrado adquirir verdadero renombre entre el público de nuestro cine, y su última propuesta puede ayudarnos a entender el por qué. Sin entrar aún en sus cualidades artísticas, sí podemos resaltar con un mero vistazo al filme que sus pretensiones y su estética recuerdan en algo a la obra de Alber Ponte, alguien que curiosamente sí tiene cierto reconocimiento pero que ha labrado su carrera en el mundo del cortometraje, sin dar nunca el salto del que hablábamos, y ha sido por decisión propia, no por obstáculos ajenos.
En otras palabras, conviene adelantar ya que Recoletos Arriba y Abajo (España, 2012) tiene mucho de cortometraje cotidiano y de bajo presupuesto, extendido a duras penas hasta los 75 minutos. La historia que cuenta y la forma en que lo hace podrían haber dado para un trabajo que durase la mitad, o menos. En efecto, Llorca nos narra aquí un conflicto a dos bandos: el adulterio del protagonista con una vecina más joven y atractiva que su esposa; y su enfrentamiento con el nuevo portero de la finca, debido a un oscuro e ilícito pasado entre ambos. Los tres personajes principales son por tanto ese hombre por así decir de negocios, interpretado por Jaime Pujol; la chica con la que se enrolla, a cargo de Zay Nuba; y el mencionado conserje, con los rasgos veteranos de Cesáreo Estébanez. Uno de los conflictos se resolverá negativamente para dicho protagonista, mientras que el otro lo hará positivamente. Al margen de esta adivinanza que dejamos planteada, casi todo lo demás es previsible, partiendo del hecho de que en algún momento alguien se enterará de la infidelidad de Jaime. Las escenas se suceden por tanto sin apenas sobresaltos: un paseo por el parque, un atasco, una copa fuera, una reunión de trabajo; aunque gran parte de la acción transcurre en esas viviendas de la zona céntrica de Madrid, con charlas en los pisos y en los pasillos.
El gran problema es que todo ello está planteado de una forma demasiado anodina, podríamos decir incluso cutre y sosa, no tanto por falta de presupuesto sino por el enfoque que se le da a la historia. Técnicamente se abusa de los planos cerrados en interiores, quizás para ocultar las paredes desnudas y agrietadas y en general la falta de valores de producción, pero entonces se debería haber optado por una mayor intensidad dramática que justificase esos planos, o simplemente por rodarlos en otro sitio o con otro tipo de perspectiva. Este es un primer síntoma de la falta de originalidad de la película, pues ante la escasez de dinero el ingenio y la creatividad siempre son soluciones bienvenidas. Aquí nos encontramos más bien con una adaptación demasiado conformista a esas limitaciones, por lo que al margen de algunos momentos más inspirados, da la sensación de que la narrativa transcurre con resignación e indiferencia. En el mismo sentido podríamos mencionar el infrecuente ritmo del conjunto, unos diálogos que transmiten demasiado poco o una fotografía que no sabe explotar los recursos naturales. Con todo, hemos apuntado la existencia de algunas escenas más logradas, sencillamente por hacer lo que no ocurre en el resto del metraje, como es darle la vuelta a una situación cotidiana sin perder la verosimilitud y lograr así la complicidad del espectador. Buenos ejemplos de ello son la conversación entre la chica de la discordia y otra vecina sobre el ruido que hacen aquella y su novio clandestino, o el piso vacío que explota con poca moralidad y legalidad el nuevo portero. Este último ejemplo revela igualmente una construcción profesionalmente ajustada del guion, con oportunos plants y payoffs, así como unos personajes bastante bien definidos, algo a su vez apoyado por las sólidas interpretaciones de sus respectivos actores. Pero también hay que admitir que estas son cosas que casi se dan por supuestas en una producción mínimamente valiosa. Son las otras cosas (algunas de las cuales ya se han señalado), que conllevan que una obra destaque sobre las demás, las que brillan aquí por su ausencia.
En definitiva, Recoletos Arriba y Abajo es una película muy pequeña, que tiene algunos puntos interesantes y que puede sentirse cercana sobretodo para los madrileños… No tanto por el final, que tiene algo de tomadura de pelo (ligando una referencia al 15-M con la izquierda de la transición), sino por el estilo tan llano con que retrata sus localizaciones y por algunos detalles que remiten a experiencias que casi todos vivimos o imaginamos que vamos a vivir. Pero, como ha quedado dicho, habría sido preferible que Llorca nos hubiese contado esto en un formato de cortometraje, algo que probablemente habría reforzado sus virtudes y su mensaje. Pues efectivamente, dar el salto al largometraje no es siempre una buena opción ni es algo necesario, como bien nos demuestra la trayectoria de Alber Ponte. ★★★★★
Ignacio Navarro.
director & crítico cinematográfico.
España. 2012. Director: Pablo Llorca. Guion: Pablo Llorca. Productora: La Cicatriz. Presentación: Festival de Sevilla 2012. Fotografía: Wira Berriatúa. Montaje: Gustavo Seisdedos. Intérpretes: Jaime Pujol, Cesáreo Estébanez, Zay Nuba, Beatriz Pécker, Victoria Mora, José Ramón Rey.