crítica de Los últimos días | Álex & David Pastor, 2013
Otoño en la Ciudad Condal. Largas columnas de humo negro se elevan imprecisas sobre el entramado de alquitrán y aceras y aluminio, por encima de coches que arden o simplemente están parados en mitad de la carretera, todo un vector que se extiende como una onda expansiva de silencio. La panorámica es desoladora. Unos cuantos supervivientes se cobijan en el edificio que antes fue su lugar de trabajo: pisos y pisos de oficinas asépticas, donde el empleado se consagra a los caprichos de un Maquiavelo con gomina, látigo de los directores de recursos humanos, portador de malas noticias y enemigo del trabajador humilde. El mundo, tal y como lo conocíamos, ha desaparecido para siempre. La gente no sale de sus casas; miles de ciudadanos han muerto por culpa de un síndrome agorafóbico que les impide salir al exterior: primero hiperventilan y sufren importantes episodios de vértigo, luego se quedan sin oxígeno y comienzan a sangrar, anulados por un mareo punzante que —lejos de anestesiar momentáneamente sus capacidades motrices— desemboca en convulsiones y, por último y a modo de guinda negra, en la muerte. Hay quien se ha suicidado, para evitar esperas innecesarias. No por desesperación, sino por ausencia de motivos: las esperanzas son tan frágiles como esos hilos de humo que intoxican la ciudad. Abajo, en el parking, unos cuantos hombres se turnan mientras abren un túnel hacia otro túnel, esta vez el del Metro, que les ofrecerá una vía de escape o cierta autonomía para moverse siguiendo el plano de estaciones que barre de punta a cabo Barcelona. Única salida para nuestro protagonista, un ingeniero informático que experimentó los síntomas de la enfermedad que ya se había llevado por delante a un viejo compañero. Este primero no ha sabido nada de su novia desde el Incidente, que sobrevino tres meses atrás. Durante 90 días ha subsistido a dieta de pan y agua, y con bollería industrial y con lo que iba surgiendo (tampoco hay que ponerse rigurosos). Es hora de partir en su búsqueda, quizá a su piso, donde ambos vivían felices, a expensas de que llegara el momento económicamente soñado para ser papás: hay en este aspecto una clara elasticidad cronológica, ya que Los últimos días recurre a un buen número de flashbacks que entremezclan las cenizas —presente— con los tímidos fogonazos de amor —pasado—.
Así pues, Quim Gutiérrez interpreta a ese novio modélico y José Coronado le ofrece réplica en el rol de hijoputa que despide a los trabajadores, y, más importante aún, cuya mochila esconde un suculento GPS que servirá de brújula bajo la superficie. Los hermanos Pastor —Àlex y David— prosiguen sus andazas postapocalípticas tras su olvidada Infectados, con un filme claramente deudor de La carretera, pero también de ese fenómeno llamado terapia traumática, resultante del cóctel lánguido que licua el subgénero distópico en crítica sociológica, todo ello bajo una gruesa pátina de cine estrictamente industrial, sin repercusión ni excesivas marcas de autoría. Automáticamente recuerdas el carrito lleno de harapos y latas de comida del que tiraba ese padre enfermo y protector y temeroso (¿Acaso no es el miedo la peor de las enfermedades?), ante el gélido final de su mujer; cuya obligatoria resistencia se veía reflejada en el rostro de su hijo de nueve años. Era un conversador de pocas palabras, tan cartesiano como árido en su esquema vital. Culpa de su autor, Cormac McCarthy, y de su transcriptor en imágenes, John Hillcoat. Donde aquel retrato triunfaba por sincero, visceral y aquiescentemente lírico, la película de los Pastor naufraga por blanda y sentimentaloide, que no por sus imborrables méritos técnicos, muy numerosos a pesar de ciertos chromas que resaltan la artificiosidad de esta parábola.
Repiten esquemas ya vistos en el cine español contemporáneo. Y repiten, además, con una actriz, Marta Etura, que interpreta el mismo papel que en Celda 211 (las casualidades no existen, y la tramoya de Morena Films se hace notar). Basta decir que sus aptitudes físicas e interpretativas se prestan al dulce encasillamiento de “novia ejemplar con la que te casarías y tendrías hijos y serías feliz por muchos años”. Pero es una actriz maravillosa, se merece algo mejor. Más páginas, más peso, más aristas. Con todo, no estaría mal que el guión trascendiera o, mejor dicho, transgrediese su raíz profética, su contexto visualmente apoteósico: acaba siendo tan previsible que ni siquiera sus inanes giros o gazapos (un LCD que pierde la señal ¿digital? de vídeo y se cubre de ruido blanco) molestan excesivamente. Resisten algún tiempo a las tentativas melodramáticas, quizá por la fuerte presencia de Quim Gutiérrez y José Coronado, quienes forman un interesante y áspero binomio en pantalla. Sin duda, hay que ser muy profesional y creer en tu trabajo para no sentir vergüenza mientras recitas incomprensibles diálogos como los que trufan este filme (“¿Qué es un rumor?”). Su idea y su planteamiento eran prometedores, e incluso ahondaban en el colapso psicológico de la especie: resistir o morir, sobreponerse al miedo o dejar que lo hagan las nuevas generaciones; seguir caminando (entre muros permanentemente visibles) para materializar una expectativa humosa, pero tangible. Al fondo se erige la Torre Agbar y el ciervo no sabe a dónde ir. Centellean las luces especulares del rascacielos, aunque ellos siguen a oscuras. Hay una base —argumental y narrativa— cuyas incógnitas deberían ser un filón en la taquilla española. Hay ecos de Fin, de Soy leyenda, de Perdidos y de esa horterada con purpurina que es Los juegos del hambre. Hay muchas cosas, rasgos, momentos, sensación de angustia, de terror. Hay asimismo tantos picos y valles, que repetir el diplomático “irregular” conviene en eufemismo de medio pelo. Los últimos días tiene sólo una razón para que me sienta más o menos conforme (como cinéfilo): la impagable y latente remisión a La carretera y, aquí también, una mujer que bien vale esas regresiones en mitad del Fin del Mundo. Marta Etura y el tótem por antonomasia: el vientre femenino. Materno o no. ★★★★★
Juan José Ontiveros.
crítico de cine.