sección oficial | Atlántida Film Fest.
crítica de Leones, de Jazmín López.
En lo más profundo del bosque una chica avanza por un sendero. La fronda se cierra a su alrededor formando un oscuro túnel por el que se abre paso sin detenerse. Mira hacia un lado, después hacia atrás, pero enseguida continúa su paso mirando hacia adelante. La cámara la sigue incansable. Vemos su espalda, su nuca, su largo cabello, sus piernas, sus pies. Caminando. Avanza y avanza entre la penumbra hasta que los árboles permiten el paso a un poco más de luz. A los cinco minutos la cámara se queda atrás y ella da la vuelta en un recodo del camino y sale de plano. La cámara continúa más despacio, con ese cabeceo tan familiar de la steadicam. Al rato, la cámara vuelve a avanzar y voltea a su vez la curva, pero la chica se ha adelantado demasiado y ya no la podemos ver. El agotado operador de cámara se ha detenido a tomar aire y ya la ha perdido. Hay un corte y en el plano siguiente vemos a la joven dormida apoyada contra el tronco de un árbol. Será uno de los breves momentos en los que podamos ver su rostro. Soy muy malo para reconocer y recordar las caras, así que cuando ella se despierta, se incorpora y de nuevo comienza a andar con la cámara detrás ya lo he olvidado. Se incorporan otros jóvenes. Cuento cinco. Hablan pero apenas logro entender qué es lo que dicen. Me fijo entonces en los subtítulos en inglés y gracias a ellos consigo entender. Están jugando. Cada uno de ellos debe decir frases que contengan seis palabras. Muestran un grave problema con este número, ya que salvo en un par de ocasiones sus frases tienen siete, ocho, cuatro… En fin, frases de seis palabras la verdad es que los pobres no son capaces de hacer. Hay alguna algo chusca, pero todos pretenden decir algo así como que suene poético, aunque se nota demasiado que no se las han aprendido muy bien y las recitan como pueden. La cámara sigue caminando detrás de ellos. Compruebo al final que los operadores de steadicam fueron dos. A uno solo lo habrían reventado. Procuro dejar de pensar en el operador, pero está difícil. Su orden es seguir a los jóvenes y estos ya irán entrando y saliendo de plano salvo algún breve momento en que se detiene más en alguno de ellos. La cosa no termina de funcionar. Los jóvenes entran y salen de cuadro y todo resulta demasiado artificial. Caminan por un bosque pero se nota que están pendientes de cuándo les llega el turno de aparecer o quedarse atrás. Hasta de espaldas se notan sus prisas por entrar y su torpe forma de salir. La sensación es que, más que caminar por un bosque y no conocer el camino, siguen una hilera de piedras marcada en el suelo, pero quien las ha colocado allí no se ha revisado el trayecto porque les resulta difícil atinar. Se siguen escuchando sus voces, así que recuerdo que tengo que leer. Da la impresión de que las frases dichas al azar en realidad pudieran delatar el carácter de cada uno de los jóvenes, pero suenan tan a recitado de obra del colegio que casi mejor ni seguir escuchando ni continuar leyendo. Si me fijo solo en la atmósfera del bosque tal vez… Pero no. La cámara se empecina en las espaldas de los jóvenes caminando y ya me sé de memoria hasta el último detalle de su ropa. A la media hora hay un cambio. Se detienen al borde de un lago. Se bañan, juegan al voleibol sin balón y uno de ellos dispara con una pistola que después esconde. Otro de los jóvenes aparecerá más tarde con ella en las manos, por lo que me pregunto cómo demonios la habrá encontrado. Me disperso y al rato vuelvo a mirar la pantalla, donde sus espaldas siguen dominando el cuadro. En el minuto 46 nos dan al fin algo de información. Ahora lo entendemos todo, pero el giro está tan manido, tanto que si al final se hubiesen despertado y hubiesen comentado que todo había sido un sueño me habría parecido hasta original, que pienso que pronto las películas con este tipo de sorpresa acabarán formando un subgénero con todas las de la ley. La joven del principio se echa a llorar tras ser consciente de la realidad y de nuevo vemos su rostro. Pero sus lágrimas nos dan igual: que un personaje al que no podríamos identificar de frente de pronto se ponga a llorar no nos emociona lo más mínimo en una película. Es más, lucho por no echarme a reír ante lo artificiosa que resulta esa cámara dando vueltas alrededor suyo. Si la cámara no es respetuosa con el dolor, imposible que yo lo comparta porque en todo momento imagino al equipo detrás mirando. Ay, me tengo que esforzar más, venga. Así que sigo mirando pero todo me distrae. Al final, la misma joven camina por una playa. Camina y camina y camina y el operador de la steadicam está echando el resto siguiéndola. Tras diez minutos de caminata vemos su destino, nunca el rostro de la joven. Y entonces se nos revela la metáfora final, aquello que inmortalizara Jorge Manrique de que nuestras vidas son ríos que van a dar a la mar, pero todo como muy new age. Es tan sonrojante que miro a un lado y a otro, y aunque estoy solo siento que mi rostro se enciende de rubor por la vergüenza ajena. La película termina y lo primero que pienso es que vaya lástima de 82 minutos perdidos. Cuando una película no tiene nada que contar, cuando el cine se convierte en algo inútil, siempre siento un poco de pena. Soy un sentimental. Aflora mi lado malvado y pienso que seguro que quien está detrás de lo que acabo de ver es alguien que se considera muy artista, muy moderno, experimental o algo, otro subgénero. Y así lo compruebo después: “artista audiovisual.” Lo segundo no sé, tampoco me importa, pero de lo primero… De lo primero ni en sus más almibarados sueños. ●
José Luis Forte.
escritor.
Argentina, 2012. Directora: Jazmín López. Guion: Jazmín López. Productoras: Rei Cine, Lemming Film, Petit Film y Viking Film. Fecha de estreno: 3 de septiembre de 2012. Fotografía: Matías Mesa. Intérpretes: Macarena del Corro, Tomas Mackinlay, Pablo Sigal, Diego Vegezzi, Julia Volpato.