crítica de Call Girl | Mikael Marcimain, 2012
sección atlas | Atlántida Film Fest
Los años setenta fueron años de cambio; de peinados largos, pantalones campana, blusas coloridas, resaca hippie y música popular; pero también de guerras periféricas y de progreso del Estado de Bienestar. Fueron en definitiva años de liberalización: en la década anterior se había producido la explosión y ahora se intentaban consolidar los derechos adquiridos y hacer madurar la sociedad. Aunque ello no evitaba que hubiese otro tipo de censura, más burocrática y racional, cuando se trataba de desnudar por completo el sistema. La total transparencia era (y sigue siendo) impracticable, pero la voluntad y el desparpajo de unos individuos que ahora sabían lo que hacían terminaba por destapar distintos escándalos políticos y tramas de corrupción. Pues bien, el cine americano de la época fue idóneo para retratar esta lucha: no hacía mucho que se había abolido el código Hays y varios cineastas concienciados aprovecharon tanto las circunstancias como su formación para dar forma a la intriga y a la agitación que se respiraban en el ambiente, aunque ello se siguiera haciendo en el marco de una industria sólida y respetada. El ejemplo paradigmático que enseguida viene a la cabeza es Todos los hombres del presidente (Alan J. Pakula, 1976), y la cinta que nos ocupa retoma en efecto muchos de sus elementos, aunque el pasado televisivo de su director sigue más bien la estela de Sidney Lumet, cuyos thrillers setenteros Serpico (1973) o Network, un mundo implacable (1976) también servirían aquí de referencia.
Lo curioso es que en Call Girl (2012) la acción transcurre en un país nórdico, pero lo hace durante esos mismos años y nos muestra la misma vestimenta, parecidos hábitos sociales y una estructura funcionarial igualmente enmarañada, cuyos más altos cargos están podridos hasta los huesos. Sus trapicheos mientras se acercan las elecciones presidenciales conforman con todo solo parte de una narrativa que enseguida se enreda en varias direcciones, con un foco más bien puesto en las penurias de una adolescente abandonada y rebelde, de nombre Iris, acogida en un “albergue juvenil”. Allí se encuentra a los pocos días con una prima suya de toda la vida y ambas, en sus numerosas excursiones a la ciudad, acaban atrapadas en una red de prostitución manejada por una mujer de falsos aires maternales llamada Dagmar Glans. Entonces comienza una historia de explotación en donde la diversión inicial da paso al maltrato y al desconsuelo, con un tratamiento realista y explícito, algo que habría sido imposible en aquel cine americano de los setenta, código Hays o no, y que de hecho seguiría siéndolo ahora. En este sentido, el progresismo social y la discreción de las instituciones suecas son rasgos incluso más idóneos que los americanos para contextualizar esta narrativa de vicios y corrupciones. Ésta por lo demás implica a varios ministros y jefazos, aunque el único dispuesto a investigar todo este embrollo acaba siendo un joven miembro de la brigada anti-vicio. El protagonismo recae entonces alternativamente sobre éste y sobre la rubia Iris, dos seres enfrentados a sus respectivos sistemas, cuya victoria en consecuencia solo sería posible en un mundo ideal, alejado de la sordidez que retrata esta película.
Con vistas a armonizar esta historia de abundantes personajes y sucesos, Mikael Marcimain y sus colaboradores recurren a unos diálogos ágiles, a un montaje trepidante, a una banda sonora vibrante y diversificada, y a una cámara en constante movimiento, sabedores de que el dinamismo es un buen remedio no solo para sostener una película, sino incluso para ocultar posibles fallos o subtramas menos desarrolladas. Esta energía se alimenta asimismo de contados flashbacks, secuencias de montaje y saltos en el espacio, elementos que ocasionalmente provocan más confusión de la necesaria. Pero en cualquier caso se agradece que la estructura de la película se monte sobe la complejidad de datos y motivaciones, evitando una simplicidad que no se correspondería con su estilo elaborado y su densidad de alcance, y que en último término defraudaría al espectador y conllevaría que el filme fuese una experiencia más olvidable. Pues indudablemente estamos ante un trabajo ambicioso, tanto más sorprendente tratándose de una ópera prima, que se preocupa por los detalles y la profundidad a la hora de enfocar un relato que transcurre durante varios meses y que afecta a verdaderos colectivos sociales, inmersos en la suspicacia y el desengaño… No es casualidad que en ese entorno merodee uno de los topos de la cinta de Tomas Alfredson (aquel interpretado por David Dencik, aunque aquí se conforme con un papel muy secundario).
Dicho esto, ¿Cuál es realmente la clave del éxito de Call Girl, en comparación con otras propuestas de este calibre que ha dado el cine reciente? En efecto, en los últimos años se han estrenado varias recuperaciones más o menos directas del cine setentero y de su atmósfera tan característica, como la última triunfadora de los Oscar, Argo (Ben Affleck, 2012), sin ir más lejos. Es una moda interesante pero que puede acabar diluyendo el mérito artístico que tienen dichas propuestas. La cinta de Marcimain sortearía este riesgo en dos sentidos. Por un lado, porque la misma se aleja de los estereotipos, no solo por la ya apuntada hondura de su trama, sino también al presentarnos a unos personajes con facetas inesperadas (véanse la violencia oculta del policía idealista, o la relación entre Dagmar y su hijo), y al adoptar una perspectiva poco frecuente del tráfico sexual y sus implicaciones. Pero, por otro lado, están presentes casi todos los elementos que hacen que este género sea tan identificable: encuentros furtivos, gabardinas empapadas por la lluvia, papeles confidenciales que pasan de unas manos a otras, un coche seguido por otro en medio de una calle desierta y sombría… La conjunción de ambas partes es la que asegura que estemos ante un ejemplo memorable de gran cine policial. ★★★★★
Ignacio Navarro.
director & crítico cinematográfico.
Suecia. 2012. Director: Mikael Marcimain. Guión: Marietta von Hausswolff von Baumgarten. Productora: Film i Väst/Garagefilm International/Newgrang Pictures. Presentación: Festival de Toronto 2012 (premio FIPRESCI – Discovery). Fotografía: Hoyte Van Hoytema. Música: Mattias Bärjed. Montaje: Kristofer Nordin. Intérpretes: Sofia Karemyr, Pernilla August, Josefin Asplund, Sverrir Gudnason, David Dencik, Ruth Vega Fernandez, Sven Nordin, Kristoffer Joner, Magnus Krepper.