Alarma en el expreso (The Lady Vanishes, 1938) es la penúltima película que rodó Alfred Hitchcock en Inglaterra antes de partir hacia los Estados Unidos para trabajar a las órdenes del productor David O. Selznick en Rebeca (Rebecca, 1940). En un principio había sido contratado para rodar una película sobre el Titanic, pero al final fue la adaptación cinematográfica de la famosa novela de Daphne du Maurier la elegida. Una película sobria y elegante que contrasta con esta locura desaforada y genial que es Alarma en el expreso, todo un ejemplo magistral de cómo resultar delirante manteniendo en todo momento el interés y la atención haciéndonos creíble este trepidante viaje en tren que supone la parte principal de la película, un tren abarrotado de espías, mentirosos, asesinos, doctores maléficos, damas bonachonas, baronesas siniestras, magos venales, héroes enamorados y heroínas intrépidas unidos en un cóctel maravilloso y emocionante que nos mantiene durante hora y media sin aliento. Sin duda, una de las mejores películas del director inglés.
Atrapados en un pueblecito de los Balcanes, viajeros de casi todas partes de Europa se amontonan en un destartalado hotel que los cobija a duras penas. Esperan a que despejen las vías, inutilizadas por una avalancha de nieve, mientras el dueño del albergue se vuelve loco ante la auténtica babel de lenguas que se desata en su recibidor. Media hora dedican Hitchcock y sus guionistas, Sidney Gilliat y Frank Launder, a mostrarnos todos los personajes aprovechando que están atrapados allí. El tiempo necesario y perfecto, porque son muchos y cuando suban al tren será preciso que conozcamos bien cómo son y cómo van a reaccionar ante la trama enloquecida que más adelante se va a desarrollar. Hacerlos cercanos y creíbles para que cuando acontezca lo increíble nos parezca lo más normal. Se entremezcla el caos con la comedia más enloquecida en una amalgama tan prodigiosa que no podemos pararnos a pensar en cómo se las está apañando el director para que todo quede tan claro, tan diáfano a nuestros ojos. Nunca la confusión fue mostrada con tanto orden y cuidado. Una maravilla de montaje, de puesta en escena, de dirección de actores y de diálogos y situaciones tan divertidas que se nos olvida que aún estamos tan solo en la introducción de la historia.
Iris Henderson (Margaret Lockwood) es una joven rica y consentida que está de vacaciones con dos amigas disfrutando de sus últimos momentos de libertad antes de casarse con un noble inglés que se prevé estirado y aburrido. No hay más que observar la expresión de Iris cada vez que habla de él. Pronto entrará en escena Gilbert (Michael Redgrave), un joven que estudia el folclore musical centroeuropeo. Ambos se conocerán gracias a un encuentro desafortunado que los enfrentará. Pero es ese tipo de encontronazo que sabemos sirve para unirlos por primera vez. Ambos actores están sensacionales, manteniendo en todo momento un tono feliz y desenfadado sin que esto devenga un problema cuando las cosas se compliquen. Es fascinante la manera de Hitchcock de variar el tono de la película sin perder jamás ni el ritmo de la acción ni a sus personajes. Cuando la trama nos lleve al interior del tren en el que se desarrollará el resto de la historia, las miradas entre ellos, la forma en que Gilbert apoya a Iris en todo momento con esa mezcla de caballerosidad y algo de picardía, y cómo Iris desata su sonrisa y su encanto inconsciente enamorándolo sin remedio, estaremos inmersos en una de esas relaciones entremezcladas de aventura y romanticismo que parecen fluir de una manera natural y sencilla pero que pocos como Hitchcock sabían conseguir.
Alarma en el expreso goza de unos diálogos fantásticos plagados de frases de doble sentido y de aguzado ingenio. Los dos pasajeros ingleses (Caldicott y Charters, unos excelentes Naunton Wayne y Basil Radford) servirán para desatar todo un aluvión de bromas a costa del carácter inglés. La dama que desaparecerá, Miss Froy (Dame May Whitty, de la que “no diré” que también está genial en su interpretación porque en esta película todos están espectaculares), goza de gran protagonismo en esta primera parte de la película: es fundamental que cuando no esté en pantalla sintamos todo el peso de su ausencia. Y en el papel de malo de la función (del más malo, quiero decir, porque hay para elegir) el elegante y solícito Dr. Hartz, interpretado por un Paul Lukas que borda su papel. Incluso al final sabrá mantener la compostura y toda la buena presencia del saber perder aceptando su derrota con una broma.
Ya con la acción en el interior del tren la película desatará toda su fuerza. Sentiremos la angustia de Iris, que tras haber recibido un doloroso golpe en la cabeza llegará a dudar de sus sentidos. Genial es el momento en el que Hitchcock se vale del rostro de Miss Froy sobreimpresionado en todos los compañeros de vagón de la joven para hacernos compartir su momentánea confusión. Y compartiremos el deseo de Gilbert de ayudar a Iris y su fascinación por ella. La secuencia en el vagón de equipajes será la que los una definitivamente aunque en ningún momento se haga de manera explícita: reírse juntos en un momento de peligro será suficiente para transmitirnos que algo los ha unido definitivamente aunque todavía Iris no se haya apercibido de ello y Gilbert crea que no tiene nada que hacer. Una secuencia que termina con una pelea a tres bandas descacharrante pero al mismo tiempo modélica en su representación de lo difícil que resulta matar a una persona, una idea que se repite en las películas de Hitchcock y que tiene una de sus más angustiosas puestas en escena en Cortina rasgada (Torn Curtain, 1966), una película que Hitchcock rodaría 28 años después.
Todo un tren repleto de personajes que mienten, se esconden, aparentan y se enfrentan hasta que la crisis final los haga sacar de su interior lo que de verdad son, de algunos lo mejor y de otros lo peor, siempre de manera emocionante, arrastrándonos en la locura de una trama que no es más que una excusa para llevarnos durante una hora y media en un viaje apasionante por la comedia, la intriga y la aventura. Un Hitchcock gigante demostrando que para nada necesitaba a una rubia en peligro para dar salida a todo su genio: las morenas también podían resultar fascinantes en su cine.
José Luis Forte.
escritor.
Inglaterra, 1938. Título original: The Lady Vanishes. Director: Alfred Hitchcock. Guion: Sidney Gilliat y Frank Launder, basado en la novella de Ethel Lina White. Productora: Gainsborough Pictures. Estreno: agosto de 1938. Fotografía: Jack E. Cox. Música: Louis Levy y Charles Williams. Ayudante de dirección: Roy Ward Baker. Continuity: Alma Reville. Montaje: R. E. Dearing. Decorados: Alex Vetchinsky. Intérpretes: Margaret Lockwood, Michael Redgrave, Paul Lukas, Dame May Whitty, Cecil Parker, Linden Travers, Naunton Wayne, Basil Radford, Mary Clare, Emile Boreo, Googie Withers, Sally Stewart, Philip Leaver, Catherine Lacey, Josephine Wilson, Alfred Hitchcock.