La progresión de Jennifer Lawrence alude a ese cliché periodístico del joven artista meteórico que, tras alcanzar el éxito cuando aún es demasiado ingenuo (recordemos que esta chica tiene 22 años), pasa a un segundo plano y luego comienza a dejarse ver en sitios (aquí películas) de medio pelo, frecuentados por gente tóxica o simplemente banal. Ese cliché, además de manido, resulta apestoso. Conviene, eso sí, fijar la vista en lo que te rodea, pero sin omitir la propia textura del suelo. Jennifer Lawrence administra inteligentemente su carrera: si la escuchas hablar o lees alguna de sus entrevistas, puedes encontrar detalles alentadores. Con ella no hay cliché que valga (o quizá sí). Es joven, es de Kentucky, es la protagonista de una saga —Los juegos del hambre— en expansión y, ah, ya sabe lo que es estar nominada a un Oscar. ¿La típica niña prodigio? Desde luego, su envoltorio no admite dudas.
Joaquin Phoenix | El ruido y la furia
De 0 a 100 en cinco segundos. No es un Chevrolet de alta gama, pero la comparación es muy oportuna. En el umbral de los 40 y con un buen puñado de títulos que avalan su trayectoria, Joaquin Phoenix se ha granjeado el estatus de nuevo rebelde inflamable: anunció que se iba, que dejaba el cine para dedicarse al negocio de la música —concretamente como estrella del hip-hop—; escribió Good Bye! a modo de testimonio gráfico en sus nudillos, pero confundió la mano izquierda con la derecha y todos acabamos leyendo Bye Good! Y aun así, él y su cuñado Cassey Affleck se las ingeniaron para armar uno de los mejores (y falsos) documentales del cine moderno. Sin duda, la constatación definitiva de que Joaquin Phoenix es la antítesis del Hollywood más tibio, alguien que rezuma sensibilidad y depresión, amargura e histeria, soledad y melancolía. En Gladiator se enfundó el traje de Cómodo y descubrimos a un intérprete que parecía sobrevivir, plano tras plano, a una encrucijada turbadora. Más tarde, James Gray lo convertiría en su actor fetiche: La noche es nuestra y Two Lovers (el último filme de su carrera, es decir, su “despedida” antes de embarcarse en la producción de I’m Still Here) forman un incómodo y complejo díptico sobre el ser o no ser. La cámara se posa y mira a ese hombre que ha decidido poner fin a su historia arrojándose al mar. Y luego, de 0 a 100 en cinco segundos. Como en The Master, donde interpreta genialmente a una víctima alcoholizada de la Segunda Guerra Mundial. Objetivo fácil para el fundador de La Causa, una secta que, ay, no lo es. Al contrario que Joaquin Phoenix, un pretendido desquiciado que camina en la cuerda floja. El lujoso Chevrolet, sí, pero con manchas de mostaza en el salpicadero.
Quvenzhané Wallis | Insumergible
La nominada más joven de la historia de los Oscars. De ganar el susodicho premio, su repercusión se vería multiplicada por mil. Sobran las palabras ante el despliegue expresivo de una pequeña que irradia fuerza, talento, naturalidad. El director de Bestias del sur salvaje, Benh Zeitlin, asegura que enmudeció tras ver cómo respondía a los retos del rodaje. Es la nueva musa del llamado cine indie. Un perfecto equilibrio entre belleza y dureza.
Daniel Day-Lewis | Sonido de cuerda
Dos Oscars a Mejor Actor protagonista. El primero, gracias a su formidable recreación de Christy Brown, escritor y pintor irlandés con parálisis cerebral. Indiscutiblemente merecido, y empañado también por cierto favor académico que valora más los relatos de autosuperación o directamente sobre minusválidos o disfuncionales (recordemos si no Rain Man, Perfume de mujer, Forrest Gump, El discurso del rey, etcétera). La segunda estatuilla fue por aquello de la justicia poética, ya que Daniel Plainview (o mejor dicho, Paul Thomas Anderson) le sirvió en bandeja de plata un papel lleno de aristas. Con o sin pajita, y a pesar del oblicuo pastor que espera en la sombra, Pozos de ambición situó a Day-Lewis en un lugar insuperable: arriba del todo, superando ya el último escalón del oficio. Quizá sea el mejor actor en activo, así que esta última nominación no llega contra pronóstico Es el favorito. Y argumentos no le faltan. En Lincoln, la última película de Steven Spielberg acerca del icónico presidente que abolió la esclavitud en Estados Unidos, su capacidad mimética —potenciada en gran parte por la excelente caracterización— y sus dotes retóricas transforman a este (último mohicano) irlandés en esa bestia interpretativa obligada a exaltar los contados hallazgos que surgen en mitad del tedio.
Jessica Chastain | Saboreando el éxito
Pocas actrices eligen mejor sus trabajos. El pasado año obtuvo una nominación al Oscar por su papel (secundario) en Criadas y señoras. Ese mismo curso dejó boquiabierto al respetable por su maravillosa interpretación de una madre cariñosa, enfrentada a la pérdida de un hijo que era el renglón torcido de Terrence Malick, cuya reconocida obsesión por el tijeretazo en la sala de montaje no hizo si no potenciar los rasgos dramáticos de un personaje que parecía hecho por y para Jessica Chastain. Hoy por hoy, esta californiana no tiene parangón en la industria. Contemplarla y escucharla es un placer para los sentidos. Y, sin embargo, en La noche más oscura interpreta a la tenaz agente de la CIA que coordinó las operaciones de caza y captura de Bin Laden. Su labor interpretativa se antojaba difícil, áspera, salpicada de claroscuros. Y lo borda. Ya ha ganado el Globo de Oro. Y ganará el máximo premio.
Denzel Washington | A 10.000 pies
El homólogo cinematográfico del quimérico Obama. Se sienta, te mira, se humedece los labios, sonríe, y entonces no hay vuelta atrás. Puro cine. Pocos se mueven con tanto estilo. Pocos son capaces de seducir a la cámara como Denzel Washington, quien ha encarnado —por citar algunos memorables— a Malcolm X, a Rubin ‘Huracán’ Carter y a ese poli decididamente transgresor, de nombre Alonzo Harris, en Training Day. Esta última, dirigida por Antoine Fuqua, le valió su anhelado Oscar. Tras largo tiempo sin embarcarse en producciones de largo recorrido, regresa con Flight, cuya trama sigue a un piloto que, a continuación de realizar sobriamente (valga la ironía) un aterrizaje de emergencia, es elevado (valga la ironía) a categoría de héroe nacional. Está nominado, pero todo apunta a que sus opciones son cero. Asimismo, será un placer ver cómo sonríe cuando no escuche su nombre.
Naomi Watts | Viaje emocional
Mulholland Drive, 21 gramos, King Kong, Promesas del Este, Funny Games (en su versión estadounidense). Casi nada. Naomi Watts ya forma parte de esa élite con permiso —en este caso razonable— para bandear o caer, muy de vez en cuando, en producciones de segunda fila. Obviamente no me refiero a Lo imposible, multitudinario (y técnicamente) meritorio filme de J.A. Bayona. En él, Watts atraviesa el infierno líquido de un tsunami: interpreta a María Belón, cuya historia de supervivencia, unida estrechamente a la búsqueda de su marido y sus tres hijos en medio del caos, inspiró toda una película. Cualquier intento por desmerecer el trabajo de la actriz, se deshace sin más. Aunque la trayectoria de Watts viene marcada por algunos productos (La señal 2, J. Edgar…) que desmerecen su graduación, y por la escasez de buenos personajes. O mejor dicho, de personajes a su altura.
Bradley Cooper | Guapo, y algo más
Nadie había oído hablar de ese estiloso rubio. Sus compañeros de juerga, tres ebrios e igualmente anónimos dentro del circuito mainstream, le habían dejado el rol de seductor con miedo a las ataduras. Resacón en Las Vegas le brindó asimismo una importante notoriedad y, de paso, incitó a situar el foco de manera suspicaz en sus siguientes películas. Nacido en Filadelfia hace treinta y ocho años, Bradley Cooper heredó de su padre —un agente de Bolsa irlandés— la conducta del hombre tranquilo y de su madre —proveniente de los Abruzzo, en la costa del Adriático—, el inequívoco y seductor toque italiano. En El lado bueno de las cosas interpreta a un histérico cornudo que encuentra, casi sin querer, a su media naranja. Expiación familiar, diálogos ingeniosos, ligeros devaneos hacia la comedia romántica made in USA y un reparto de alto calibre, ofrecen a Bradley Cooper su primera oportunidad para alzarse con el Oscar.
Emmanuelle Riva | La mirada
Resulta conmovedor que señoras como Emmanuelle Riva, una octogenaria que supura conocimiento y elegancia, continúen dignificando el apasionante, y quizá hermético, oficio de actor. Recuerdo haberla visto por primera vez en Hiroshima mon amour (Alain Resnais, 1959), donde interpretaba a una realizadora de documentales muy nostálgica y muy elocuente: su primer amor fue desterrado al campo de batalla, en mitad de ese sangriento conflicto que supuso la Segunda Guerra Mundial. Historias de amor incompleto a los pies de un colchón evanescente. Retazos en pretérito. Emmanuelle Riva se resiste a las convenciones modernas, a esa oscura idealización de la juventud; y en contraposición, Michael Haneke la insta a mostrar el deterioro físico y psíquico de una anciana que padece alzhéimer. De nuevo, el Amor en el horizonte. Y la resistencia a lo inevitable: la desaparición del recuerdo.
Hugh Jackman | “¡Yo soy Jean Valjean!”
El 22 de Febrero de 2009 descubrimos al auténtico Hugh Jackman, versátil intérprete en cintas de escaso relieve y, por encima de todo, aclamado por millones de frikis y cinéfilos que lo aupaban por su recreación de Lobezno en la trilogía de X-Men, y por su correspondiente (y fallido) spin-off. Descubrimos a un mago capaz de meterse a millones de espectadores en la chistera: presentó los Oscars en clave musical, con una chispa insólita en las últimas ediciones. No tardaron Universal y Tom Hooper en reclamar sus servicios para la adaptación de una de las más prolíficas obras teatrales de nuestro tiempo: la versión musical de Los miserables, de Víctor Hugo. ¿Su papel? El del prófugo y harapiento Jean Valjean. ¿Resultado en pantalla? Contundente, a pesar del toque mohoso del director británico. Al fin, pensará Jackman, me he liberado de esas negativas sobre mi solvencia, de si soy o no un simple actor bisagra. Antes de afilar nuevamente las garras de adamantium (Lobezno: Inmortal, de James Mangold, se estrena el 26 de Julio de 2013), el próximo domingo cruzará la alfombra roja con una incertidumbre: ¿saldré de aquí con mi codiciada estatuilla?
Juan José Ontiveros.
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