Nacido en 1939 en Besançon (Francia), Jean-François Laguionie estudió artes aplicadas y trabajó junto al animador Paul Grimault, pese a que al principio de su carrera sólo estuviera interesado en el teatro. Inmerso finalmente en el mundo de la animación, dirigió cortos como La demoiselle et le violoncelliste - gran premio en Annecy 1965 -, La Traversée de l’Atlantique à la rame (1978), que fue Palma de Oro en Cannes, así como los largometrajes Gwen et le livre de sable (1985), Le Château des singes (1995) y L’Ile de Black Mor (2003). Sin embargo, su momento de gloria llegó el pasado año con el estreno de Le tableau.
El undécimo largometraje del artesano frances es, ante todo, un prodigio delicioso lleno de simbología y articulado por el amor a la pintura y la constante vida personal-obra. Aunque se intuye una aproximación crítica hacia la lucha de clases, la película toma pronto derroteros distintos. Así, de la mano de los protagonistas, un grupo de habitantes de un cuadro que un pintor ausente dejó sin terminar, Le tableau es un viaje a una cromática tierra de Oz inspirada en cuadros de Matisse, Derain, Bonnard, Picasso... Todos buscan un trazo salvador que les arranque su estigma de parias. Lola – el carácter principal–, sin embargo, demostrará que para ella ese trazo es innecesario. Ya pertenece al mundo y está preparada para explorarlo hasta sus últimos confines. En realidad, el personaje del pintor y Lola se antojan almas gemelas. Uno ya ha hecho el camino. La otra, está a punto de acometerlo. Una de las obras del artista deja de pertenecerle y adquiere voluntad propia.
La calidad técnica desplegada en Le tableau es notable, mezclando homogéneamente animación tradicional en 2D, 3D e imagen real. El director se ocupó del diseño de todos y cada uno de los personajes y en preproducción se invirtieron un total de quince meses, más un año completo de producción. El diseño artístico de la película, como hemos comentado, es una mescolanza entre los estilos de varios pintores del siglo XX, impregnando los fondos, los personajes y las temáticas de los cuadros que van apareciendo. El guión es una fábula amable que, en principio, podría parecer que no va más allá del viaje iniciático de un grupo de personajes en un entorno poco habitual; como sería el del microuniverso de unos cuadros de los que se puede salir y entrar. Sin embargo, adquiere garra conforme se aproxima al ecuador de su metraje. Es entonces cuando, a través de los diálogos que los protagonistas mantienen con las figuras contenidas en otros cuadros abandonados por el demiurgo-pintor, vamos conociendo aspectos de su propia vida. Porque, ¿Qué es el arte sino una expresión de las propias vivencias del artista? Este es el tramo más interesante de la película donde la simbología de Le tableau, tanto pictórica como vital, sumerge al espectador en mundo tan real como fascinante. Un universo donde las obras de un pintor tienen vida propia y dejan de pertenecer a su creador. Una génesis liberada por su dios. Por su lirismo, su ideografía, su impecable factura gráfica y sus múltiples lecturas hacen de Le tableau una obra de visionado imprescindible para el amante del buen cine de animación, la pintura, el arte y todo lo que el acto de crear conlleva. ★★★★★
José Manuel Fernández.
redactor de Animatic.