Shame (Steve McQueen, 2011)
A lo largo de su historia, el cine nos ha ofrecido distintos retratos de perdedores, de seres humanos vapuleados por la vida y que, en su debilidad, caen presos de distintas adicciones. Desde el alcohol (Días de vino y rosas -1962-, Leaving Las Vegas -1995-) a las drogas (El hombre del brazo de oro -1955-, Réquiem por un sueño -2000-), pasando por el juego (El gran pecador -1949-), todas estas problemáticas han sido tratadas con mayor o menor fortuna por los mejores cineastas. La adicción al sexo ha sido, tal vez, la que aún no había encontrado un perfecto reflejo en el celuloide. Se ha solido caer en la ligereza a la hora de tratar el deseo incontenible que sufren algunas personas de mantener relaciones sexuales con más asiduidad de la normal, y casi siempre se ha mostrado en las películas a la mujer como víctima de este trastorno. Dos cintas españolas como Las edades de Lulú (1990) o Diario de una ninfómana (2008) intentaron explotar la cara morbosa del asunto con resultados mediocres. En 2011, queda oficialmente saldada esta deuda que había con el cine y Shame (2011) puede considerarse la obra maestra del subgénero, con el valor añadido (y es ahí donde reside gran parte de su originalidad) de que es un hombre el protagonista.
En 2008, el tándem formado por el director Steve McQueen y el actor Michael Fassbender ya se hizo notar con otra controvertida cinta, Hunger, la historia real de una huelga de hambre que emprendieron los miembros del IRA presos en una cárcel de Irlanda. Una película cruda, polémica en fondo y forma, donde el intérprete irlandés tuvo que sufrir una radical transformación física para dar veracidad a su personaje. Su excelente acogida en diferentes festivales puso en el disparadero de la fama a estos dos nombres que volvieron a incomodar a la audiencia más mojigata con esta Shame.
La historia nos presenta a Brandon, un treintañero neoyorquino que aparentemente lo tiene todo: un buen trabajo, una situación económica desahogada y el atractivo suficiente para llevarse a cualquier mujer a la cama. Pero bajo la fachada de hombre de éxito se esconde un ser infeliz, solitario y con un insaciable apetito sexual que le hace comportarse como un auténtico depredador. Prostitutas, cibersexo, tríos, nada es suficiente para saciar los instintos de Brandon que verá su vida totalmente trastocada con la llegada de su perturbada hermana Sissy. La fragilidad de la joven, una maníaco-depresiva con una gran carencia afectiva, la hace engancharse física y emocionalmente a cualquier hombre que se cruce en su camino. La convivencia bajo el mismo techo de estos dos personajes al límite suponen el explosivo leitmotiv de la película.
La escena de apertura del filme no puede ser más brillante y reveladora. El flirteo con la mirada entre Brandon y una atractiva desconocida en el metro está cargada de intensidad gracias a una afortunada combinación entre la interpretación de Fassbender y la portentosa música de Harry Escott. El actor consigue intimidar a su presa con solo mirarla, hasta el extremo de que el morbo inicial de la situación acaba tornándose en incomodidad en la chica. McQueen demuestra una gran sutileza y elegancia en esta presentación del personaje protagónico. Igualmente, Sissy queda perfectamente descrita desde los primeros mensajes suyos que oímos en el contestador automático.
Con un tema tan escabroso de fondo, el director sabe reflejar la soledad de estos dos hermanos de infancia infeliz que no acaban de encontrar su lugar en el mundo. La relación de amor-odio entre ambos alcanza momentos de gran intensidad dramática en escenas como la de la conversación ante la televisión, con unos diálogos durísimos, propios del Todd Solondz más cruel. Las interpretaciones de Michael Fassbender y Carey Mulligan (que ese año protagonizaría otra maravilla como Drive) son absolutamente descarnadas. Ambos se desnudan (física y emocionalmente) ante el espectador con una generosidad poco habitual en el star system y, aunque él ganó la Coppa Volpi en Venecia, vieron como sus trabajos fueron ignorados en las nominaciones a los Oscar. En el caso de Mulligan, el sólo momento en que interpreta la canción 'New York, New York' con esa amargura que únicamente surge del desamor, ya merecía todo tipo de alabanzas (Anne Hathaway y su Dreaming a Dream de Los miserables podrían ser su equivalente en 2012).
Las escenas sexuales, obligadas en este tipo de propuestas, están filmadas con naturalidad y absoluta falta de pudor. El realizador demuestra que la explicitud no debe estar reñida con la elegancia y todas las escenas de cama, por muy tórridas que puedan resultar, están rodadas con un gusto exquisito, colocando la cámara siempre en el lugar exacto. McQueen acierta a la hora de mostrarnos a un Brandon salvaje y dominante en sus encuentros furtivos con mujeres de una noche, pero que en el momento en que hay un atisbo de implicación emocional por medio (el personaje de Marianne, la compañera de trabajo), se vuelve perdido e inseguro (hasta el extremo del gatillazo). El miedo a enamorarse, a dejar atrás una vida en la que está atrapado sin remedio, le imposibilita a consumar la relación con esta chica. Ella no es una más, desde luego. La trama secundaria de Sissy iniciando un affaire con el jefe de su hermano no entorpece de ningún modo a la historia principal. Al contrario, sirve para que Brandon despierte una amplia gama de sentimientos encontrados que van desde los celos (la sombra del incesto sobrevuela latente), la rabia y el instinto de protección. Magnífico es el momento en que, ante la inaguantable situación de oír en la habitación a su hermana intimando con su amante, el protagonista abandona el apartamento en mitad de la noche para echarse a correr por las solitarias calles de Nueva York a ritmo de música clásica. La fotografía de Sean Bobbitt es remarcable en las estampas nocturnas de la ciudad que nunca duerme.
Elizabeth Masucci, una de las 'víctimas' de Brandon (Fassbender) en Shame, segunda película de Steve McQueen |
Shame es una obra dura, difícil, donde el personaje principal no es el típico que cae simpático al espectador. Es más, muchos se sentirán escandalizados con el depravado comportamiento de Brandon a lo largo de su descenso a los infiernos. Pero labor de Fassbender es lograr la proeza de que el público acabe sintiendo compasión por este ser débil e infeliz, que logra plasmar todo ese vacío existencial en un impactante plano donde, en el punto culminante de una relación sexual a tres bandas, su rostro reflejado en un espejo desvela que tras todo ese placer físico solo queda la nada. Un rostro desencajado, feo, al borde del llanto, un orgasmo doloroso. A estas alturas de la película, el personaje había tocado fondo. Si Sissy intentaba quitarse la vida repetidamente cortándose las venas, Brandon quería morir fornicando. Son dos personas destinadas a acabar mal, con una muy difícil posibilidad de redención. En este sentido, resulta enigmática la última escena en el metro donde comenzó todo, que deja el final abierto a la libre interpretación de cada espectador. Un broche de oro para uno de los mejores títulos de los últimos años. Imprescindible.
José Antonio Martín.
crítico de cine.
crítico de cine.
Reino Unido. 2011. Título original: Shame. Director: Steve McQueen. Guión: Steve McQueen, Abi Morgan. Productora: Film4/UK Film Council/See-Saw Films. Presupuesto: 6.500.000 dólares. Recaudación: 17.693.675 dólares. Localizaciones: Nueva York. Fotografía: Sean Bobbitt. Música: Harry Escott. Montaje: Joe Walker. Intérpretes: Michael Fassbender, Carey Mulligan, Nicole Beharie, James Badge Dale, Jake Richard Siciliano, Hannah Ware, Alex Manette.