Hitchcock | Sacha Gervasi, 2012
Una abultada figura se perfila a contraluz. Su barriga dibuja un balón de playa; su nariz, un gancho que descubre físicamente los complejos de ese artista de origen cockney. Avanza con tranquilidad proyectando su reconocible sombra. Se llama Alfred Hitchcock y dirige películas de suspense, artefactos perversos que escarban sin pudor en las vergüenzas mismas del ser humano. En su lado oscuro, también. Y sin embargo, Hitchcock mantiene el quid pro quo con los espectadores: diversión a cambio de reconocimiento. Porque Hitchcock —sesenta años de vida y cincuenta y nueve largometrajes tras de sí en el momento de rodar Psicosis— es ante todo un ególatra superior, consentido a duras penas por esa maestría que se le presupone antes de concederle financiación. Estamos ante alguien que ha trascendido ya los parámetros vulgarmente matemáticos que muchos utilizan para analizar este lenguaje en expansión. Hitchcock, el icono, es refractario al desprestigio, pues sólo ciertos necios se atreven a cuestionar una trayectoria casi modélica detrás de la cámara, desde sus trabajos como diseñador de créditos o director artístico hasta las cimas alcanzadas con títulos como Extraños en un tren, Vértigo —malinterpretada en determinados círculos intelectuales— y Con la muerte en los talones. Hitchcock, el hombre bajo el traje y la corbata, vive pendiente de las críticas, convencido de que los ignorantes que critican destructiva o vagamente sus obras están equivocados, de que no saben apreciar sus virtudes. Así, cuando los demonios acechan y la vanidad amenaza con cegarle, tan sólo puede recurrir a una persona: su querida Alma. O sea, la mujer que soportó su neurosis durante largas décadas de convivencia bajo el mismo techo, y quien ofició también de pareja intelectual, o sea creativa durante más de treinta años. Alma revisaba y corregía y aconsejaba y metía lupa en todos y cada uno de los libretos que caían en manos de Hitchcock. Digamos que Alma cumplía sobradamente la función metafórica de su nombre (no obstante, mostraba grandes aptitudes a la hora de pulir argumentos y desarrollos necesitados de vitaminas).
El principiante Sacha Gervasi, cuyo bagaje como director se limita a un rockumentary sobre la banda canadiense Anvil, nos sitúa inmediatamente después del revuelo mediático de Con la muerte en los talones, cuando Alfred Hitchcock se hallaba en barbecho a la espera del siguiente filme, en busca de esa historia que pudiera satisfacer al público y, de paso, a la Paramount, la productora y distribuidora que contaba con sus servicios por aquel entonces. Con todo, nadie o casi nadie perdía el sueño por ver en pantalla grande una película sobre el archiconocido director, más bien al contrario. ¿Qué interés podía suscitar un tipo biografiado desde todas las vertientes? ¿Qué interés renovador, si no el descubrimiento tardío de su filmografía, podía haber en una recreación hipertrofiada de un rostro tan singular como entrañable? ¿El casting? ¿Las morbosas elucubraciones acerca de su personalidad? En realidad, mucho y muy poco. Tenemos a Anthony Hopkins, que es la estrella principal y la masa inflamada de látex y maquillaje que en ningún momento nos hace olvidar que tal señor es Anthony Hopkins, y no el travieso voyeur robabragas con complejo de Edipo. Es el párpado, ese gesto duro y adhesivo como la flema, el no movimiento del actor británico lo que destruye toda empatía con un personaje que, paradójicamente, te cae bien, te convence de su gracia e ingenio. Pero redundo: algo huele a plástico en Hitchcock (2012). Quizá sea su meritoria factura académica intrínsecamente ligada a Mi semana con Marilyn, otro no biopic —éste ambientado en las depresiones del mito erótico— que intentaba arrojar luz sobre cuestiones mitómanas. Aquí, el guión adaptado de John J. McLaughlin y Stephen Rebello —a partir del libro de Stephen Rebello— pivota alrededor de los celos que padece Hitchcock al verse momentáneamente amenazado por un guionista que entabla amistad con Alma. Alma es Helen Mirren, una actriz elegante, sobria, exquisita, de vuelta de todo. Lo mejor, y la mejor: ni siquiera Scarlett Johansson, que interpreta a una insípida Janet Leigh, logra eclipsar su imponente altura interpretativa. Se agradece, eso sí, el homenaje a Alfred Hitchcock presenta, las epifanías turbadoras de un hombre que convive eventualmente dentro de la psicosis de Ed Gein, quien inspirara la arquitectura del parricida sexual Norman Bates, regente del motel donde aquella rubia se duchó entre cuchilladas y gritos mudos.
Juan José Ontiveros.
crítico de cine.
Estados Unidos, 2012. Título original: Hitchcock. Director: Sacha Gervasi. Guión: John J. McLaughlin, Stephen Rebello (Libro: Stephen Rebello). Música: Danny Elfman. Fotografía: Jeff Cronenweth. Reparto: Anthony Hopkins, Helen Mirren, Scarlett Johansson, James D'Arcy, Jessica Biel, Toni Collette, Danny Huston, Michael Stuhlbarg, Kurtwood Smith, Richard Portnow, Ralph Macchio, Michael Wincott, Frank Collison.
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