El último desafío (The Last Stand, Kim Ji-woon, 2012)
El emplazamiento de la cámara es vital a la hora de generar sensaciones en el espectador. Posee un lenguaje propio destinado a cohesionar los distintos elementos que componen el plano: dar puntada sin hilo o, en su defecto, dudar puede intervenir nocivamente en la consecución de esa secuencia embaucadora. Por eso los mejores cineastas son proclives a dejar huella en nuestro disco duro; porque dominan mejor que nadie los aspectos básicos de la estética emocional, el volátil “no existen fórmulas, sino trucos que ensanchan o contraen nuestro pecho”. Tal vez la industria surcoreana –con sus reservas lógicas, por supuesto— sea un buen ejemplo del conocimiento casi quirúrgico del encuadre y el ritmo que impulsan las acciones en pantalla. Aunque tampoco entrabas a desgranarlo después de ver A Bittersweet Life, dirigida por Kim Ji-woon. Un noir afilado y abrasador como el hierro candente. Dentro de ella se disponían varías gradaciones formales que, de alguna manera, evocaban aquella jungla hiperviolenta de los gánsters italoamericanos de Scorsese (quien, por cierto, le debe su Oscar por Infiltrados al filme chino Infernal Affairs), deudora a su vez de un thriller atávico con poso existencialista. Allí, en el epicentro del relato, permanecías boquiabierto ante golpes y venganzas que parecían surgir del Infierno mismo. Y ocurría igual en su siguiente filme, Encontré al diablo, cuyo movimiento pendular se antojaba demoledor y terrorífico. Su secuencia de apertura —gracias a la precisión sádica del realizador— era más gélida que la propia manta de nieve que cubría la carretera a través de un cerro oscuro en mitad de la negra noche. El peor lugar para quedarte tirado; el lugar perfecto para que ese psicokiller —el demonio más cruel del cine moderno—, interpretado por un intimidante Choi Min-sik, acuda en auxilio de una chica que jamás hubiese imaginado tal horror.
Visto su buen hacer, el debut de Kim Ji-woon en Hollywood se adivinaba ilusionante. El último desafío (2013) cuenta la historia del sheriff de un pequeño pueblo al sur de Arizona, y cómo éste y unos cuantos voluntarios o cafres se deciden a proteger su hogar ante la inminente llegada de un fugitivo que viaja en un Corvette ZR1, y tras el asesinato del ayudante del sheriff, un joven que no sabía de sangre. Asignatura sobradamente conocida para ese ex del departamento de policía de Los Ángeles, cuyo rostro refleja varias guerras y traza jeroglíficos. Arnold Schwarzenegger prometió que volvería antes de marcharse. Y ha cumplido su palabra. Se resiste a la jubilación y, de paso, dispara como en sus mejores tiempos. Ha vuelto, es inapelable. ¿Quién eres?, le pregunta un malo contra las cuerdas. “Soy el sheriff”, responde. Y a continuación le dispara entre ceja y ceja. Así es el Governator, y, sin embargo, hay algo en él que se resiste a la vulgaridad del action-hero ochentero. Asume su rol de patriota chabacano dispuesto a morir en primera línea de fuego. Imprime su disfrutable rúbrica —venerada hasta cotas demenciales por algunos espíritus nostálgicos— en esta película que funciona sin ambages: el compromiso es entretener a toda costa. Así, el cineasta surcoreano se nutre de un plantel donde la estrella (Schwarzenegger), cercana a la oxidación articular, se rodea de buenos segundas guitarras como Forest Whitaker —el desesperado agente del FBI que coordina la persecución al capo de la droga—, Peter Stormare, Johnny Knoxville —cerebro de Jackass que se autohomenajea encajando golpes bien traídos—, el sudoroso Luis Guzmán y hasta Harry Dean Stanton en un pequeño papel que se gana al respetable.
EL ENÉSIMO VILLANO | Eduardo Noriega en 'El último desafío' |
Queda por saber quién se mueve al volante del ostentoso deportivo que parte camino del sur, mientras esos colaboradores levantan un improvisado puente de acero sobre la oquedad que separa los desiertos fronterizos de Estados Unidos y México. Y no es otro que Eduardo Noriega, quien se maneja con soltura y chulería en un examen que, a primera vista, no es el adecuado para un actor que nunca ha suscitado elogios. En cualquier caso, El último desafío se circunscribe a la hibridez de géneros: desde la road movie hasta el western, pasando por el cine de acción anabolizante tienen cabida en un divertimento que cobra especial fuerza en la sucesión de gags: cuerpos que caen en ángulos frenéticos, sorpresas de gatillo fácil y un incesante hedor a producto barato, no sin méritos, que se hace trizas finalmente en una escena de croma. Con toda seguridad, Kim Ji-woon acusa las restricciones de unos estudios que hacen y deshacen sin reparar en autores. Lo de siempre. Y, sin embargo, tras abandonar la sala permanece esa tranquilidad que llega después del movimiento, después de la hipérbole del enemigo que se rompe como una piñata llena de confeti rojo. Y por qué no, de la simpatía grimosa que revela ese anciano con el pelo a lo Espinete, torciendo las comisuras de los labios al compás del retroceso de su rifle. Ya saben, en defensa propia. Por la ley. Por el honor. Lo de siempre. Y todavía quedan ganas para celebrar la existencia del verdadero sheriff, un fósil que se niega a ser (des)enterrado.
Juan José Ontiveros
crítico de cine.
Estados Unidos, 2013. Director: Kim Ji-woon. Guión: Jeffrey Nachmanoff, Andrew Knauer. Fotografía: Ji-yong Kim. Música: Alan Silvestri. Reparto: Arnold Schwarzenegger, Eduardo Noriega, Forest Whitaker, Johnny Knoxville, Luis Guzman, Harry Dean Stanton, Peter Stormare, Zach Gilford, Jaimie Alexander, Rodrigo Santoro, Génesis Rodriguez.