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    Cine Alemán Siglo XXI

    DJANGO DESENCADENADO | CRÍTICA

    Django Unchained review
    PÓLVORA NEGRA
    Django desencadenado (Django Unchained, Quentin Tarantino, 2012)

    Hablar de Quentin Tarantino se presta a debates de diversa índole, muchos de ellos estériles, anclados en el efecto placebo de un director que copia en nombre del homenaje. Y, por supuesto, esta opinión puede resultar algo incómoda: el de Knoxville, Tennessee, es una enciclopedia andante que guarda en latas miles de bobinas con miles de metros de celuloide. No hay manera de identificar todos y cada uno de los “guiños” que se filtran y casi escupen al espectador en sus filmes. Pero ¿dónde empieza y acaba el homenaje? ¿Es respetable copiar planos y escenas y retórica de otros señores cuya personalidad residía precisamente en esa disposición? Una vez más (y me señalo), nos sumergimos en cuestiones pantanosas, las de la autoría y la originalidad, que se moldean a gusto del interlocutor. Porque, en definitiva, lo importante es pagar por una entrada que te asegure diversión, emociones, risas y/o llantos. Excesos, también. Y ahí Tarantino se erige en creador indómito. Su debut tras la cámara, Reservoir Dogs, nació a comienzos de los 90 como desafío formal de una cinematografía anacrónica. Se adhirió a nuestra mente a través de un proceso orgánico, quizá falsamente transgresor, pero fascinante a fin de cuentas. Reservoir Dogs eran Harvey Keitel, Michael Madsen, Steve Buscemi, Lawrence Tierney, Chris Penn, un joven Tim Roth y el propio Tarantino sentados a la mesa mientras intercambiaban sucias teorías sobre Like a Virgin de Madonna y el deber moral de dejar propina a las camareras. Diálogos dependientes de la cultura pop, de la sonoridad del fuck y su elocuencia pringosa; un psicópata cortándole la oreja a un poli ensangrentado con Stuck in The Middle with You reverberando en las paredes de aquel almacén o matadero degradante. Aunque la consagración —como estrella indiscutible de un negocio centenario— llegaría dos años más tarde, con el estreno de Pulp Fiction. Un filme que mutó instantáneamente en mantra generacional (y que es de culto porque es muy bueno y, por tanto, culturiza, o algo así), en religión de un vasto núcleo que solía despreciar el western. Es decir, a los maestros de su nuevo mesías. Es decir, Quentin Tarantino. Es decir, ese hombre de sonrisa bonachona que guarda un nervio dialéctico impredecible y abrumador. Contradicciones al margen, ya conocemos el resto de la historia: a pesar de sus altibajos, permanece junto a los tótems de Hollywood.

    Muchos nos habíamos preguntado cómo sería una de vaqueros firmada por esta mente febril. Si alguien podía conocer e hilvanar los distintos códigos del western, ése era Tarantino: amante confeso del spaghetti western (un sucedáneo proveniente del suroeste de Europa), de los primerísimos primeros planos de Sergio Leone y del universo mórbido de Mario Bava, era cuestión de agenda, o sea de tiempo y disponibilidad que iniciara la escritura de una cinta ambientada bajo el implacable sol del desierto, que cae a machete en aquellos horizontes en donde John Wayne personificó ese inefable concepto llamado honor. Así pues, Tarantino no dejaría de lado el potencial de su casting, ya que los personajes se componen de miradas y soliloquios interrumpidos por otros personajes que miran desconfiados y probablemente atacarán, verbal o físicamente. Jamie Foxx sería Django (sí, como la película homónima de Sergio Corbucci); Christoph Waltz el cazarrecompensas y alemán, de nombre King Schultz, en un país foráneo; Leonardo DiCaprio el sádico algodonero Calvin Candie, dueño de Candyland y comerciante de hombres que luchan hasta la muerte, ante la demencial mirada de unos apostadores que después de tan salvaje espectáculo se ponen la chaqueta con melancolía, como quien asiste a un partido de fútbol y dos horas más tarde sale triste por la derrota de su equipo.
     
    Django Unchained
    TRÍO DE ASES | Leonardo Di Caprio, Christoph Waltz y Jamie Foxx encabezan 'Django desencadenado'

    La historia versa sobre un esclavo, Django, que recibe la libertad a manos de un mercenario leído, quien a su vez le propone ayudarle a buscar a su mujer cuando hayan matado a varios racistas torturadores. Y el comienzo es prometedor. Observamos unas letras, unos créditos que evocan la tipografía de Grindhouse. El montaje enlaza varios planos de espaldas y manos y pies con grilletes. Son esclavos negros que arrastran gruesas cadenas, fijando sus ojos en el pedregal infinito, respirando la polvorienta atmósfera que remueven los caballos de sus dos captores. Las panorámicas describen ese campo abierto que se cierra al paso de una fila renqueante. Y suena el score: acordes agudos y arpegios incandescentes, ecos que brotan de las montañas en la lejanía, bajo la batuta de Ennio Morricone. Tarantino pulsa el play de su jukebox. Luego, se hace la oscuridad en el bosque y vemos un pequeño carro acercándose sin prisa pero sin pausa, los esclavos mirando agotados, a los dos negreros. El conductor es Christoph Waltz y se presenta como dentista. Ha tuneado el carro con una muela gigante unida por un muelle al techo, así que su presentación es perversamente cómica. Dice buscar a un negro que trabajaba en una plantación de algodón. Y ese negro es Django. A continuación pasa lo que tenía que pasar –y, por supuesto, lo disfrutarán en la sala de cine-.

    No descubro nada si afirmo que Christoph Waltz es con diferencia el mejor de la película. No es el protagonista, y sin embargo despliega unas dotes impensables, te hace reír, es dinamita con un arco de transformación sorprendente. Su personaje es el mayor triunfo del libreto de Tarantino, que traza el discurso racista más antirracista de todos los tiempos (hasta donde alcanza mi memoria). Django desencadenado (2012) es una historia sobre la venganza y el sur paleto, cuyos ignorantes pobladores se enfundaban esa máscara impoluta y embrionaria del Ku Klux Klan. La misma agrupación que, durante una de sus incursiones, se reúne en torno al fuego de las antorchas para valorar positivamente el esfuerzo de la mujer de uno de sus integrantes, quien ha fabricado esos pasamontañas con los que no ven “una mierda”. Todo surge a partir de unos diálogos catalizadores, combustible de un director cuyas constantes estilísticas son ya universalmente apreciadas. Conoce el lenguaje y sus trucos, plagia con un virtuosismo eufórico. Y esa misma euforia le obliga a destrozar un gran western, puesto que decide omitir el broche de oro a una aventura tan romántica como brutal. Quiere ser tan guay y molón y destroyer –desconozco de quién es la culpa— que acaba hinchándose de ego y nos obliga a contemplar media hora de paja inútil, donde se viste el disfraz de Sam Peckinpah y se autoconcede un papel estúpido que hará mucha gracia a los que no estén pensando en la solidez del producto. Pincha canciones de manera aleatoria –véase el Ain’t No Grave de Johnny Cash, que ya sonaba en Blackthorn con mayor influencia y acierto-, y reduce la sombra de Django a una porción minúscula de héroe chic. Sobran treinta minutos de metraje. Y sin esos treinta minutos de falsa serie B y homenajes fatuos, Django desencadenado sería un peliculón.

    Juan José Ontiveros.
    crítico de cine.

    Estados Unidos, 2012. Título original: Django Unchained. Director: Quentin Tarantino. Guión: Quentin Tarantino. Fotografía: Robert Richardson. Música: Varios. Reparto: Jamie Foxx, Leonardo DiCaprio, Christoph Waltz, Kerry Washington, Walton Goggins, Samuel L. Jackson, Don Johnson, Bruce Dern, Franco Nero, Jonah Hill, Tom Savini, M.C. Gainey, RZA, James Remar, Todd Allen, James Russo, Tom Wopat, Misty Upham, Gerald McRaney, Cooper Huckabee, Dennis Christopher, Laura Cayouette. 

    Django Unchained poster
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