Los conquistadores de Atlantis (Warlords of Atlantis, Kevin Connor, 1978).
Vivimos una época en donde la crisis creativa ha llegado a Hollywood y las grandes productoras se dedican a desenterrar antiguos éxitos para hacer dinero con sus remakes. El cine de aventuras tiende a ser grande y caro, con apabullantes efectos digitales pero también una falta alarmante de ideas. Se ha perdido algo que antaño nos hizo pasar los mejores ratos frente a una pantalla, el sense of wonder (o sentido de la maravilla), esa capacidad que tenían incluso muchos productos de serie B, que veían compensadas sus carencias presupuestarias con formidables dosis de imaginación, fantasía y una saludable falta de complejos a la hora de mezclar ingredientes imposibles en sus historias. Un ejemplo reciente de esta corriente vendría a ser la fracasada (aunque muy reivindicable) John Carter (2012), que no supo ser entendida como el entretenimiento ligero y desacomplejado que es. Y es el caso también de nuestro primer título de nuestra aventurera Sesión doble de esta semana: Los conquistadores de Atlantis (1978), un título hoy prácticamente olvidado, pero que a muchos nos hizo pasar muy buenos momentos en nuestra infancia.
Cuarta y última de las cuatro entrañables cintas de aventuras realizadas entre 1975 y 1978 por Kevin Connor y protagonizadas por Doug McClure, Los conquistadores de Atlantis merece ser rescatada del olvido por numerosas razones. La tierra olvidada por el tiempo (1975), En el corazón de la tierra (1976) y Viaje al mundo perdido (1977) fueron sus ilustres antecesoras, igualmente recuperables por el aficionado al género fantástico. Supusieron un retorno momentáneo a un tipo de cine de aventuras en estado puro, al estilo de las adaptaciones de Julio Verne estrenadas durante las décadas de los 50 y 60. Títulos como Viaje al centro de la Tierra (1959) o La isla misteriosa (1961) transportaron al público a lugares imposibles repletos de grandes peligros. También tienen estas cuatro obras de Connor mucho en común con inolvidables fantasías como Simbad y la princesa (1958), donde los efectos especiales de Ray Harryhausen dejaron imágenes para la posteridad. Pero si por algo puede caracterizarse, ya concretamente, a Los conquistadores de Atlantis es por su descarada (y muy hábil) combinación de retazos argumentales y estéticos de éxitos de mayor presupuesto. A Kevin Connor no se le caen los anillos por mostrar a una tripulación que bien podría ser la de 20.000 leguas de viaje submarino (1954), que se ve aprisionada por azar en una civilización en donde los humanos sirven de esclavos de una raza superior (¡de origen marciano!) al más puro estilo de El planeta de los simios (1968). Que la estética de esta ciudad sumergida nos recuerde en demasía a la de la exitosa sociedad distópica de La fuga de Logan (1976) puede ser casualidad o no, pero lo cierto es que este pastiche acaba resultando divertidísimo y, aunque suene paradójico, tremendamente original.
Fotograma de 'Los conquistadores de Atlantis', un clásico matinal de difícil olvido |
La historia nos presenta al profesor Aitken y su hijo que, en compañía de un ingeniero, buscan la sumergida ciudad de Atlantis. Cuando encuentran una espectacular estatua de oro en el fondo del mar, los marineros de la embarcación tratan de hacerse con el tesoro, pero el ataque de un pulpo gigante hará que todos acaben prisioneros en la mítica ciudad sumergida, a merced de los malignos atlantes. Estos diabólicos seres mantienen esclavizados a multitud de humanos, transformados en tritones. Por supuesto, el plan principal de esta raza es dominar la Tierra. Un argumento bastante audaz para una cinta de presupuesto bastante limitado, ya que se requerían grandes dosis de imaginación para crear, no sólo los decorados que forman la ciudad de Atlantis, sino toda una fauna de terroríficos animales gigantes. Pese al paso de los años, hay que reconocer que escenas como la del ataque del pulpo gigante al barco siguen resultando muy efectivas. Los trucajes visuales están muy bien conseguidos, teniendo en cuenta las limitaciones de presupuesto del proyecto, utilizando técnicas tradicionales como miniaturas o transparencias. Monstruos gigantes, peces carnívoros voladores –curiosamente, el mismo año de Piraña (1978)- o un dinosaurio marino son algunas de las estupendas aportaciones de esta cinta a la memoria cinéfila de varias generaciones. Kevin Connor, que en esta ocasión no adaptó a Edgar Rice Burroughs como en sus anteriores obras, sino que confió un guión original a Brian Hayles, supo imprimirle un ritmo endiablado a su película. 96 minutos de acción, ciencia ficción, un humor muy británico y el obligado romance, hacen prácticamente imposible el aburrimiento. El reparto, sin grandes nombres (con la excepción de la célebre bailarina Cyd Charisse en un pequeño papel de villana), cumple a la perfección, especialmente Doug McClure, un tipo que solía caer simpático en sus películas sin llegar a ser nunca un gran actor.
Un filme que combina la mitología griega sobre Atlantis con las leyendas en torno a abduciones alienígenas en el Triángulo de las Bermudas y que presenta a unos atlantes con explícitas similitudes ideológicas con los nazis, ya merece toda nuestra consideración. Fue una lástima que Kevin Connor y Doug McClure no continuaran explotando este tipo de películas unos años más, por lo que tuvimos que conformarnos con su sucedáneo español, Juan Piquer Simón. Pequeñas perlas del cine fantástico nacional más casposo como Viaje al centro de la Tierra (1976) o Misterio en la isla de los monstruos (1981) bebieron claramente de aquellas joyas británicas y, por supuesto, también merecen su oportunidad.
José Antonio Martín.
crítico de Sesión doble.
Reino Unido. 1978. Título original: Warlords of Atlantis. Director: Kevin Connor. Guión: Brian Hayles. Productora: EMI Films/British Lion. Localizaciones: Malta/Estudios Pinewood (Reino Unido). Música: Mike Vickers. Fotografía: Alan Hume. Montaje: Bill Blunden. Intérpretes: Doug McClure, Peter Gilmore, Shane Rimmer, Lea Brodie, Donald Bisset, Michael Gothard, Hal Galili, Cyd Charisse, Robert Brown, John Ratzenberger.