Skyfall (Sam Mendes, 2012)
Han pasado 50 años desde el nacimiento cinematográfico de James Bond. En 1962 el mundo permanecía dividido en dos sistemas diferenciados por sus motivaciones ideológicas, opuestas como el día y la noche. Ian Fleming, un cuarentón oriundo de Mayfair, un barrio situado en el West London, había escrito varias novelas de espionaje como catalizador de su experiencia en la Royal Navy (la Marina Real Británica). En esas páginas descubrimos al celebérrimo agente 007, el arquetipo de dandi inglés con licencia para matar. Degustador de Dry Martinis y mujeres, casi siempre con esmoquin negro. Irresistible. Y quizá más profundo de lo que demostraron sus primeras incursiones en la gran pantalla, donde Sean Connery nos regaló a ese eterno mujeriego que destila clase e inteligencia, mutismo y frialdad, entereza y cálculo. En él se proyectaban los deseos prohibidos de miles de espectadores –necesitados de instrumentos lúdicos– que anhelaban vivir aquellas aventuras narradas en Dr.No y sus posteriores (y eternas) secuelas. A mediados de los 90, los estudios confiaron en Pierce Brosnan para mantener la rentabilidad del producto, cuyas esencias apenas resistían los envites del tiempo, de una época refractaria al hechizo de esos gadgets inverosímiles y al famoso cliché del libreto: “Me llamo Bond. James Bond”.
Afortunadamente, los estudios no son tan miopes como pretenden aparentar. Jubilaron al galán de sonrisa esmaltada. Mantuvieron intacto el ADN del personaje, aunque subvirtieron los parámetros psicológicos del mismo: el protagonista debía transitar por un mundo de aparente redención, con fuertes claroscuros en su transformación episódica. Casino Royale reinició la máquina en el momento justo, planteando un giro tan impactante como atractivo. Así, crítica y público contemplaron aliviados la nueva propuesta con Daniel Craig en la piel de James Bond. Una elección arriesgada por su condición de actor rocoso y de corta filmografía. Un triunfo inapelable si nos remitimos a las pruebas: el inglés ha sabido canalizar la alta graduación del reto. Quantum of Solace no sólo certificó su simbiosis con el ídolo crepuscular, sino que maximizó su caché en un Hollywood con déficit creativo. Y recuerdo lo que comentó Juan Carlos Fresnadillo en un acogedor coloquio tras un pase de Intruders. Según él, Clive Owen habría sido el mejor 007. Y, por supuesto, el protagonista de Hijos de los hombres es un actorazo. Pero la encarnación de Craig impide imaginar a cualquier otro al volante del fabuloso Aston Martin DB5. Asimismo, la secuela no agradó tanto como su predecesora, así que los productores recurrieron a un director ilustre para cerrar el círculo abierto con Casino Royale. Un hombre cuya inteligencia se traduce también en un gusto exquisito para las mujeres: entre su lista de relaciones se cuentan, entre otras muchas, Rachel Weisz y Kate Winslet, con la que llegó a estar casado y tuvo un hijo. Su nombre, Sam Mendes, disfraza las esencias del antiguo Imperio británico. Es el responsable de varias cimas del cine moderno tituladas American Beauty, Camino a la perdición –la mejor película de gánsters del siglo XXI– y Revolutionary Road –retrato a color de un matrimonio en sepia, condenado a extinguirse– .
Daniel Craig, vuelve como lo hiciera Bruce Wayne en 'El caballero oscuro'. 'Skyfall', de Sam Mendes |
Lo opuesto a Skyfall (2012), que representa todas las virtudes de una fórmula que se resiste a morir. Desde el principio, haciendo especial hincapié en ese preámbulo que persigue la estela del mejor Jason Bourne, hasta el final nos enfrentamos a un ejercicio de estilo que funde magistralmente la excelencia técnica del sistema de estudios –el blockbuster de gran calibre– y la artesanía de un guión –escrito a seis manos por Neal Purvis, Robert Wade y John Logan– que rezuma cariño por la mitología del autor. Sin fonanbulismos en la trama, pues no intenta aportar nada insólito por lo que respecta a su forma. Y, sin embargo, no hay manera de quitar ojo a la pantalla durante sus casi dos horas y media de metraje. Cuando suena la cadente voz de Adele (ganadora virtual del Oscar a Mejor Canción) ya es demasiado tarde para resistirse a la maquinaria visual dispuesta por Sam Mendes. La voz rompe suavemente con un juego de espejos que refleja los distintos planos emocionales del héroe. Esta Dusty Springfield con amplificador en las cuerdas vocales pone música y letra a un infierno mostrado, primero tímidamente, y luego sin paliativos mediante la psicótica figura de Javier Bardem, quien ofrece una exhibición de muchos kilates. Nada raro. Es el rostro inefable del cine. Español o internacional. Bardem cruzó hace varios años la gruesa línea que separa a los sobresalientes de los genios. Así, sin más.
Tema aparte es la fotografía de Roger Deakins, hacedor de la imponente atmósfera que salpica cada plano de este filme. La iluminación es una verdadera obra de arte. El ejemplo más ilustrativo es una escena en la que Bond camina sobre un lago helado, mientras la luz anaranjada del fuego (fuera de campo) mancha el azul que se esparce lentamente por la neblina. Sin palabras. Y ocurre igual cuando vemos una pelea cuerpo a cuerpo con el contraluz que brota de una inmensa proyección en un rascacielos de Shangai. Tan sólo observamos las siluetas de esos dos hombres a 150 metros de altura. Y basta para certificar que Skyfall es una gran película, con sus obligados guiños y tics. Ofrece un espectáculo de primer nivel y ratifica que Sam Mendes está a la altura del mito.
Juan José Ontiveros.
Reino Unido, 2012. Título original: ‘Skyfall’. Director: Sam Mendes. Guión: Neal Purvis, Robert Wade, John Logan (Personaje: Ian Fleming). Música: Thomas Newman. Fotografía: Roger Deakins. Reparto: Daniel Craig, Judi Dench, Javier Bardem, Ralph Fiennes, Naomie Harris, Bérénice Marlohe, Albert Finney, Ben Whishaw, Rory Kinnear, Ola Rapace, Helen McCrory, Nicholas Woodeson, Elize du Toit, Ben Loyd–Holmes, Tonia Sotiropoulou, Orion Lee. Productora: MGM / Columbia Pictures / Albert R. Broccoli / Eon Productions / B23.