El norteamericano Ted Tetzlaff fue un prestigioso director de fotografía que inició su carrera en la época del cine mudo. La lista de directores para los que trabajó es todo un lujo, destacando en la etapa muda Frank Capra, pero hasta que decide abandonar esta labor para dedicarse exclusivamente a dirigir películas trabajaría con Gregory La Cava, Mitchell Leisen, René Clair, George Stevens, Alfred Hitchcock… En fin, lo dicho, un escándalo. Bajo las órdenes de Stevens conseguiría su única nominación al Óscar en la excelente comedia dramática del año 1942 El asunto del día (The Talk of the Town). En el año 1946 se despediría de su trabajo como director de fotografía en la película de Alfred Hitchcock Encadenados (Notorious). A lo grande. Aunque con anterioridad había dirigido dos películas, es a partir de este año cuando comienza su trabajo como director a tiempo completo, siendo su primera película (la tercera contando las dos que había dirigido en 1941) esta Riff-Raff (1947) que rescatamos hoy.
Riff-Raff comienza de manera prodigiosa. Bajo la lluvia, elegantes movimientos de cámara nos mostrarán a quienes protagonizarán las primeras secuencias de la película. Los pasajeros de un avión esperan en un aeropuerto de Perú. Todos se vigilan, se cruzan miradas, una misteriosa llamada de teléfono cuando despega el avión… Seis minutos de silencio absoluto durante los cuales la banda sonora será tan solo la lluvia cayendo torrencial y los dos motores del avión surcando la noche. Dentro de este las sombras se harán más densas, encuadres precisos nos llevarán de un actor a otro siguiendo sus miradas y sus gestos fascinados por todo lo que se nos cuenta sin utilizar una sola palabra. Hasta el minuto doce apenas se habrán dicho cuatro o cinco líneas de texto y la atmósfera de peligro inminente resulta casi irrespirable. La acción se ha trasladado a Panamá y los planos rodados en exteriores sudamericanos aportan toda la verosimilitud necesaria frente a lo rodado en estudio. Es una producción RKO, una película de serie b que en el caso de esta productora casi supone una producción normal, y hasta aquí un ejemplo modélico de lo que el género de cine negro supuso en su década más gloriosa.
Ya en Panamá la trama comienza a desvelarse, aunque todo deviene un maravilloso caos pues aquí casi nadie resulta ser lo que parece. La red de mentiras, engaños, asesinatos y falsas personalidades nos arrastra en una vorágine de sorpresas y descubrimientos que, vale, es verdad que no sorprenden mucho, pero logran que la atmósfera resulte en todo momento perversa y oscura, de esa intensidad siempre teñida de peligro presente en las mejores y más famosas películas del género, en especial las rodadas en el lustro posterior al fin de la Segunda Guerra Mundial. El desasosiego que vivía el ciudadano de a pie, su desilusión ante la vuelta a una normalidad que ya no podría ser normal nunca tras el horror, son trasladados de manera magistral a la pantalla.
La trama se desenvuelve con la excusa de unos buscadísimos planos de unos pozos de petróleo en Perú, un mapa que todos anhelan que hace de perfecto MacGuffin en la historia, ya sabéis, una excusa que en este caso es un mapa pero que perfectamente podría haber sido cualquier otra cosa. Antes de ser asesinado un personaje lo oculta a la manera que ya nos enseñó Edgar Allan Poe en su magnífico relato La carta robada, lo cual aportará un grado de genial ironía a la mortal búsqueda. Ironía apoyada en todo momento además por unos diálogos sensacionales en los que se mezclan a partes iguales el humor socarrón, los latigazos bordes típicos del género, las respuestas perfectas a las situaciones más peligrosas, esas del tipo “ojalá se me hubiera ocurrido en el momento” que se nos suelen aparecer siempre tarde a los demás mortales, y cargados de dobles sentidos punzantes y precisos. Así es cuando nuestros dos protagonistas, Maxine (la chica) y Dan Hammer (el chico), se conocen. Dan ha resuelto un pequeño problema a puño limpio en un bar y Maxine vierte sobre su vestido una copa. Se acerca a él para recriminarle que se le ha manchado el vestido por su culpa, todo excusas para lograr conocerlo, y le increpa mientras se toca el hombro: “Un momento, Tarzán. ¿Quién pagará por esto?” A lo cual responde el avispado Dan: ”Cualquiera lo haría.” ¡Genial!
Visualmente Riff-Raff está muy cuidada en los encuadres, siempre presididos por algún objeto o parte del decorado sin ahogar el cuadro pero delimitándolo con fuerza, lo cual ayuda a fortalecer la idea de opresión. Y sus imágenes siempre son más poderosas que la misma trama: es el arte de saber contar una historia con la cámara. Así, en el hotel en el cual se aloja Charles Hasso (interpretado por Marc Krah, al cual hemos seguido desde el principio en el aeropuerto, genial en su mirada entre temerosa y maligna: en verdad nunca llegaremos a saber en qué endiablado bando se encuentra, de parte de quién está) han asesinado a un hombre en la bañera y han dejado el grifo abierto. El hostelero, en el recibidor del hotel justo debajo de esta habitación, observa cómo caen gotas de agua sobre el libro de registro. Mira al techo y ve cómo se está filtrando el agua desde el piso superior. Las gotas de agua pronto comienzan a caer teñidas de rojo en el libro justo sobre el nombre de la persona que han asesinado. Las palabras sobran.
El actor Pat O’Brien sería el encargado de dar vida a esa especie de detective para todo que protagoniza la película, Dan Hammer. Se dedica a todo tipo de trapicheos pero no deja de ser en el fondo un tipo legal, ese personaje tan típico del cine negro clásico que tan bien caracterizó Humphrey Bogart, esa mezcla de hombre sin escrúpulos pero con principios que otorgan cierta nobleza a su actuar siempre frío e interesado. O’Brien se aplica a conciencia el carácter parsimonioso y duro que requiere su personaje, pero resulta demasiado blando en su aspecto. A pesar de los buenos diálogos que le toca interpretar no deja de tener en todo momento cierto aire a acomodado padre de familia bonachón y simpático. No por nada había interpretado casi una década antes al santurrón padre Connolly en la gran película de Michael Curtiz Ángeles con caras sucias (Angels with Dirty Faces, 1938), rodeado por James Cagney, Bogart y George Bancroft, tres duros de libro. Algo parecido podríamos decir de la protagonista, la cantante y actriz Anne Jeffreys, la cual carece de esa frialdad tan pasional de las típicas vampiresas del género. Se nos antoja muy buena chica si tenemos en cuenta su entrada en escena (el momento de la copa sobre el vestido) y en especial con quién anda encamada en la película. Bien es verdad que aquí el guion (escrito por Martin Rackin) no juega a su favor, reservando sorpresas difíciles de creer a su personaje teniendo en cuenta el carácter que muestra en todo momento. Sin embargo no es así con el malo de la película, un impresionante Walter Slezak que con su aspecto rechoncho y cara de niño bueno consigue transmitir todo el pavor que requiere su personaje. Da más miedo que los matones malencarados que lo acompañan, y eso que los que dan las palizas son estos mientras él se dedica a dibujar vistas de la ciudad en su cuaderno. O Jerome Cowan, perfecto en su interpretación del malvado empresario de una compañía petrolífera que borda su papel de ricachón sin escrúpulos que se hace caca en el pañal en cuanto aparecen los puños.
Justo cuando se ponen todas las cartas sobre la mesa es cuando la trama se desinfla un tanto y todo se vuelve algo rutinario. Es más interesante mientras se mantiene la tensión de no saber quién es quién, o cuando los espectadores ya lo sabemos pero los personajes aún lo ignoran. Desvelados los misterios la historia deviene convencional. Pero bueno, esto es ya hacia el final y nadie nos quitará la impresionante atmósfera y la intensidad conseguidas hasta entonces. Un ejemplo perfecto de lo mejor del cine negro en su formato de serie b, ese lugar de segunda que cuando muestra ingenio e imaginación puede desbancar de sus palacios a cualquiera de sus hermanos mayores.
José Luis Forte.
"Escribe encerrado en una cueva, nunca entra el sol.
Proyecta películas en la pared, ni que fuera Platón.
Cuando sale se divierte, aunque solo piensa en volver.
Cuando por las noches llueve, también le gusta leer."
Ficha técnica:
Estados Unidos, 1947. Título original: "Riffraff". Director: Ted Tetzlaff. Guión: Martin Rackin. Productora: RKO Radio Pictures. Fecha de estreno: 15 de septiembre de 1947. Música: Roy Webb. Fotografía: George E. Diskant. Montaje: Philip Martin. Intérpretes: Pat O'Brien, Anne Jeffreys, Walter Slezak, Percy Kilbride, Jerome Cowan, George Givot, Jason Robards Sr., Marc Krah.