VIOLÍN SIN CUERDAS
Pollo con ciruelas (Poulet aux prunes, Marjane Satrapi & Vincent Parronnaud, 2011)La pasada semana leí una noticia que hablaba de la posibilidad de morir de amor. En ella aseguraban que es algo más normal de lo que parece: puedes sufrir un infarto luego de la tristeza acontecida por la pérdida de un ser querido o un romance maltrecho. El amor, pues, sería parte de la ciencia. Una ciencia frágil e inexacta, pero dependiente de los designios de la naturaleza, alojada en ese rincón que tantos ríos de tinta ha costado a poetas y pretenciosos. Ya lo decía Enrique Vila–Matas: “Todo la literatura habla de tres cosas: del amor, de la muerte y del paso del tiempo”. Esta última hace que las dos primeras sólo coexistan a su merced. Dichos conceptos, de una forma u otra, son la piedra angular de toda narración, ya que son temas recurrentes, que nos inquietan, que moldean nuestra vida, que enmarcan nuestras pasiones en la vasta decadencia del hombre (antiguo o moderno). Es realmente fascinante ver cómo algo tan manido –y repetido hasta la saciedad– alimenta la imaginación de millones de artistas y, de paso, sirve para alentar el espíritu romántico de la plebe. Aquella palabra inabarcable, sin sinónimos, se ha transformado a lo largo de los siglos. Aún resuena el eco de clásico que sentenció con tristeza: “Fue bonito mientras duró”. Pero el tópico resiste, y ese amor –o lo que sea– no ha muerto sino que se ha devaluado, como una moneda sin recorrido económico. Hoy más que nunca, los sentimientos responden a su carácter utilitario.
Y éste es el camino narrativo que intenta seguir Pollo con ciruelas, la nueva obra de la escritora y dibujante –ahora metida a cineasta– Marjane Satrapi. Ella fue la creadora de un cómic exquisito titulado Persépolis, una autobiografía en la que Satrapi retrató toda su vida en el efervescente Irán asolado por la guerra con sus vecinos iraquíes. Tras el éxito de ventas y crítica, la propia autora decidió hacerse cargo de su transposición a la gran pantalla. Escribió y dirigió su libreto junto a Vincent Paronnaud, una copia fidedigna de las viñetas impresas en papel. Persépolis se benefició del boom de las adaptaciones de historietas, una moda –nada pasajera, por cierto– que, en muchos casos, respondía más al efecto estético que a la calidad del guión. No obstante, éste no era un buen ejemplo de ese negocio: allí había personajes verosímiles, evidenciando una síntesis vital de primer orden; emotiva, compleja, interesante, una trama social en donde la familia era parte indisoluble de un drama mayor: la tragedia del conflicto bélico. Y, sin embargo, mostraba equilibradamente el paso de la infancia –más breve y amarga– a la etapa adulta, te situaba frente a esa niña cuyo espíritu rebelde, quizá el de un enfant terrible, no comprendía los porqués de una cultura precursora de dogmas atávicos y muy restrictiva con el género femenino. Es decir, una prueba de fuego que se adivinaba gris pero levemente esperanzadora¬. Y era inevitable sonreír cuando la veías comprando un cassette de Iron Maiden de estraperlo. Y durante su adolescencia, la seguías en su viaje hacia Europa, entonces en las antípodas de la decrepitud moral.
Mathieu Amalric es el extravagante protagonista de 'Pollo con ciruelas' |
Presentada en la Sección Oficial del pasado Festival de Venecia, Pollo con ciruelas no recibió grandes elogios. De hecho, la crítica internacional mostró cierta decepción ante la segunda película de Marajane Satrapi, esta vez con actores de carne y hueso. Con todo, ese título tan original como gastronómico, esconde una historia de calado sentimental, pues versa sobre un virtuoso del violín (Mathieu Amalric) que decide abandonarse a la muerte (así, sin tácticas suicidas de por medio) tras ver cómo su quisquillosa mujer (Maria de Medeiros) rompe su violín cual John McEnroe gritando y destrozando su raqueta después de fallar un golpe. “He decidido morirme”, anuncia con ojos desorbitados, mientras se pone el pijama de hilo, certificando sus reminiscencias físicas dalinianas. Y es que, es un hombre aparentemente rendido a su arte, que respira y muere por él, que apenas sobrevive unos minutos sin acariciar las cuerdas de ese instrumento conmovedor. Sin embargo, tarda mucho el filme en revelar el verdadero conflicto del personaje: vemos a través de numerosos flashbacks qué será de sus hijos cuando él muera, cómo conoció a su mujer –una Rottenmeier locamente enamorada de ese violinista impasible– y quién es la atractiva morena que se cruza en su camino veinte años atrás.
El problema es que su estructura minimalista hace más hincapié en los detalles nimios del humor de trazo grueso y, finalmente, no cristaliza en la tierna y profunda metáfora que intenta alcanzar. Las pinturas de un paisaje que se apoya en el cómic no desactiva el aburrimiento de la primera hora de metraje. No faltan los guiños, las licencias de autor (el único cine de la ciudad se llama Persépolis y en él proyectan la última película de Sophia Loren, una mujer de sinuosas caderas y pechos generosos, según la acertada imitación gestual que hace el hermano del protagonista). Pollo con ciruelas quiere ser ingeniosa, original, divertida, tal vez una excusa para (re)vivir la retórica del amor. Pero en su afán de trascender –sea como sea– malgasta la oportunidad de completar un filme notable: el melodrama que disfrutamos en la secuencia resumen del final. La que me convence de la existencia del síndrome del corazón roto.
Juan José Ontiveros
Ficha técnica:
Francia-Alemania, 2011. Título original: “Poulet aux prunes”. Directores: Marjane Satrapi y Vincent Paronnaud. Guión: Marjane Satrapi, Vincent Paronnaud. Productora: Celluloid Dreams Productions / Studio Babelsberg / TheManipulators. Presupuesto: 12.000.000 euros. Localización principal: Berlín, Alemania. Cámara: Hawk V-Series Anamorphic Lenses. Música: Olivier Bernet. Fotografía: Christophe Beaucarne. Montaje: Stéphane Roche. Intérpretes: Mathieu Amalric, Maria de Medeiros, Isabella Rossellini, Golshifteh Farahani, Jamel Debbouze, Chiara Mastroianni, Edouard Baer, Eric Caravaca, Frédéric Saurel, Dustin Graf.