"El dictador" (The Dictator, Estados Unidos, 2012), de Larry Charles |
DEMÓCRATAS, LOS DICTADORES DEL SIGLO XXI
El dictador (The Dictator, Larry Charles, Estados Unidos, 2012)
Es verdad, todos mienten. Los políticos, los medios de comunicación, los líderes sectarios, o sea religiosos, los artistas de sonrisa esmaltada, los vendedores de moral. Usted miente a diario. Yo estoy mintiendo ahora mismo. Todo es una gran mentira. La comedia es mentira: te hace reír para dulcificar irónicamente la miseria. Es horrible, malvada. ¿Existe algo peor que hablar de la catarsis? La risa vende, como la noticia del espectador que sufrió un infarto durante la proyección de La pasión de Cristo. Vivimos en un mundo absurdo, en una sociedad malévola cuyas carcajadas radiografían al más desfavorecido. Y, por tanto, el cómico está bajo sospecha.
Ocurre con Sacha Baron Cohen, un tipo que se hizo un hueco entre bambalinas protagonizando sketches en su programa The 11 O’Clock Show, en Channel 4, donde creó a esos irreverentes personajes que desde hace unos años pueblan también la gran pantalla. Por supuesto, hablo de Ali-G –el escatológico rapero que tiró abajo varios tabúes sociológicos–, Borat y Bruno, creaciones que trascienden lo cinematográfico para convertirse en figuras públicas que responden al infalible ejercicio del autobombo. El cómico inglés sabe de la importancia del “que hablen mal de mí, pero que hablen”. Y su ejército de exegetas es numeroso, admiran el ingenio de un tipo nada sutil, que hace del humor radical un campo de minas para radicales cuyo principal interés es reír desenfrenadamente hasta alcanzar ese punto casi peligroso en el que te duele la tripa y la mandíbula. Y la propuesta es radical porque hoy día apenas existen actores que se atrevan a satirizar con el statu quo de ciertas culturas: a las primeras de cambio pueden acusarte de racista e intolerante, de retrogrado y anormal. Lo cool es ser plural, hablar con metáforas y lenguaje proteico de no sé qué situaciones que nos inquietan. Y soy el primero en defender el humor negro, el efecto del chiste que aturde y obliga a la reflexión. Pero supongo que no tendrán inconveniente en que, de cuando en cuando, lleguen a la cartelera productos tal vez menos ambiciosos en ese aspecto, pero merecedores de nuestra atención.
El dictador que pone título a la última gamberrada de Sacha Baron Cohen es el líder de una nación llamada Wadiya. Es un híbrido de todos los dictadores más o menos contemporáneos, sustituye conceptos y palabras como positivo o negativo por su nombre: Él es el blanco y el negro y, a su vez, carece de gradaciones entre dichos tonos. Prepara unos Juegos Olímpicos en los que vence de manera inapelable, porque sí. Y si no, le pega un tiro al rival. Supervisa su programa nuclear (compuesto por un mísil de medio metro de altura), contrata los servicios de miles de estrellas del cine como Megan Fox y se acuesta con ellas –y ellos–, para después registrar el encuentro con una Polaroid. Y, sin embargo, su equipo de gobierno –liderado por un contenido Ben Kingsley– prepara su asesinato durante la visita a Nueva York, donde ha de comparecer ante medio mundo desde el estrado de la ONU. Y por si fuera poco, la amenaza de una constitución que estableciera un sistema democrático es inminente; y las petroleras han untado al consejero traidor para que les deje vía libre. Así pues, el director Larry Charles firma una película dispuesta por y para Sacha Baron Cohen, quien co–escribe un libreto divertido, con un subtexto cáustico que estigmatiza políticamente a la democracia y la sitúa en el foco de la inversión de valores. Baron Cohen, además, no deja títere con cabeza: negros, chinos, diplomáticos, mujeres de cualquier geografía y conceptos como “progresismo”, “igualdad” y “libertad” son objeto de mofa. Siempre mediante una narración obvia, cuyo ADN, quizá transgresor, encuentra en el estereotipo una llave para el gag.
Anna Faris y Sacha Baron Cohen en una escena de "El dictador", de Larry Charles |
Con todo, es imposible no reaccionar ante determinadas secuencias. El dictador perdido emocionalmente por las masificadas calles de Nueva York, mientras suena una versión en árabe de Everybody Hurts, de R.E.M. (más tarde pretende, aunque no logra, causar el mismo efecto con Let’s Get It On, ese repetido tema de Marvin Gaye con el que Nick Hornby nunca haría el amor). También el discurso final, que habla de una verdad incómoda que todo el mundo sabe, pero nadie grita. Por fobia o simple pereza. Sacha Baron Cohen demuestra que es un actor notable, pero su condición de pope mediático pierde crédito filme tras filme. Y puesto que es judío, su mordacidad contra los musulmanes podría no ser tan casual (¿para cuándo una película disfrazado de rabino?). Está claro que nunca será un genio de la comedia, aunque celebro su mala hostia. Y todo el mundo miente. Incluso él. ¿Para decir la verdad? No, hombre, no. Por joder, por el sencillo placer de reír.
Juan José Ontiveros.
Ficha técnica:
Estados Unidos, 2012. Título original: “The Dictator”. Director: Larry Charles. Productora: Paramount Pictures. Presupuesto: 65.000.000. Localizaciones principales: Barcelona, New York y Sevilla. Cámara: Arri Alexa, Panavision Primo Lenses. Guión: Sacha Baron Cohen, Alec Berg, David Mandel, Jeff Schaffer. Fotografía: Lawrence Sher. Música: Erran Baron Cohen. Montaje: Greg Hayden, Eric Kissack. Intérpretes: Sacha Baron Cohen, Anna Faris, Ben Kingsley, Jason Mantzoukas, Anthony Mangano, Jeff Grossman, Megan Fox, John C. Reilly.
Póster:
Póster de "El dictador" |