El sexto sentido (1929) de Nemesio M. Sobrevila |
La historia del cine mudo es, por fuerza, un relato incompleto. La gran cantidad de películas perdidas o desaparecidas supera la mitad de su producción total, siendo el caso de algunas cinematografías en verdad siniestro. Así el español, que llega al 90 % de material perdido. El cine aún no era considerado por todos un arte, por lo que no se pensaba ni en su preservación ni en su conservación. El nitrato, material con el que se fabricaba el celuloide, es de vida perecedera y muy inflamable y, hasta en el caso de muchas de las películas que fueron guardadas, el paso de los años acabó por descomponerlas y las disolvió en sus latas originales.
El período mudo en España tiene en su contra además otro factor importante: carece de industria, y las películas que surgen son producto de cineastas aislados y productores solitarios que realizan sus películas siguiendo los modelos predominantes, en especial el norteamericano, por lo que la norma es trasladar tal cual los éxitos foráneos e introducirlos en un mercado que las ignora ante la fuerza de las producciones extranjeras. No deja de haber un afán por españolizar los temas mostrando nuestro folclore más castizo, pero siempre bajo la mirada feroz de unas instituciones dominantes que no dejarán respirar en libertad a ese nuevo monstruo infectado por el pecado que es el cinematógrafo.
Pero como en todas partes también nacen extraños casos, películas curiosas y únicas que pese a la miseria del nivel de producción luchan contra los elementos y se erigen en pequeños intentos, por lo general fallidos en lo que a éxito, difusión y reconocimiento se refiere, que han logrado superar eso que se llama “barrera del tiempo”. Este sería el caso de la película que Nemesio M. Sobrevila dirigió en el año 1929, El sexto sentido. Un caso en verdad peculiar, pues se trata de una película que podríamos considerar un pequeño clásico en la sombra del cine español que nunca llegó a estrenarse en los cines.
Tercera película de su director, El sexto sentido pasa por ser una rareza mayúscula, una película de vanguardia nacida en el seno de una cinematografía que ya de por sí condenaba al fracaso a los productos más comerciales. Podemos disfrutarla hoy en todo su esplendor gracias a una magnífica copia restaurada por la Filmoteca Española. Y desde luego que es una rareza, pero no por lo que se ha escrito sobre ella. Ya llegaremos a eso.
Antoñita Fernández y Enrique Durán en El sexto sentido, todo un clásico anónimo en los albores de la "industria" española |
El sexto sentido comienza con unos intertítulos prometedores: el estrambótico y borrachuzo filósofo Kamus (interpretado por Ricardo Baroja, hermano del escritor Pío Baroja) afirma haber descubierto gracias al nuevo arte del cinematógrafo una forma de llegar a conocer la Verdad de todas las cosas. Es, como indica el título, un sexto sentido mecánico que nos dará acceso a entender la realidad tal cual es sin el filtro de las emociones humanas. Un plano de Kamus enredando con un proyector, iluminado por su fantasmal y expresionista luz, parece prometernos un festival de rarezas visionarias y secuencias sorprendentes, pero tras esa imagen solitaria enseguida pasamos a la verdadera película.
En un picnic campestre vemos a dos parejas disfrutar de un día de asueto. Carlos (Enrique Durán) y Carmen (Antoñita Fernández, una actriz de mirada en verdad hermosa) representan la felicidad en la pobreza, el amor luminoso y optimista que se rebela en su risa contra la adversidad. Opuesto a ellos, León (interpretado por Eusebio Fernández Ardavín, director de cine de dilatada carrera al que algunas fuentes consideran codirector de esta), un joven amargado de mirada fúnebre que ve el charlestón, el vino y las risas como algo inadecuado y horrible (en el picnic él bebe… ¡un vaso de leche!). Carlos, viéndolo sufrir, le conmina a que vaya a ver a un amigo suyo filósofo que le ayudará con sus problemas y le hará conocer la Verdad. Este sabio amigo es, cómo no, el estrafalario Kamus.
Pero antes de que León vaya a visitar a Kamus la película nos muestra el día a día de la joven Carmen, una corista que cuida de su padre (Faustino Bretaño), un tipo desagradable a más no poder que le quita el dinero y la obliga a vender el anillo que le ha regalado su enamorado Carlos para obtener dinero con el que poder ir a los toros. Entrañable. Vemos así cómo la pobre Carmen debe enfrentarse con resignación a un mundo dominado por hombres que no valdrían ni para limpiarle el barro de los zapatos. Uno llega a pensar que la visión oscura de la vida de León es la acertada.
Hacia la mitad del metraje llegamos al fin a las escenas sobre las que se han levantado el pequeño mito vanguardista que supone esta película. León visita a Kamus, el cual le explica su teoría de que esa nueva máquina, un ojo extrahumano, que es la cámara de cine nos desvelará la Verdad de todo pues la deja libre rodando lo que acontece ante ella. Kamus prepara su proyector e invita a León a que vea el fruto de su trabajo: unos breves planos con sobreimpresiones de Madrid (nada que Walter Ruttmann o Dziga Vertov no nos hubieran mostrado ya mucho mejor), un par de trucajes y muchas escenas de su joven ayudante regañado por su terrorífica madre. Y la magnífica conclusión de Kamus: la cámara nos permite llegar allí donde nuestro ojo no puede acceder. Y ese lugar no es otro que las piernas y lo que se oculta bajo las faldas de las mujeres. Pura vanguardia.
Más sorprendentes son los planos rodados cámara en mano, en la película sería Kamus el autor escondido bajo una mesa, en los que se dedica a inmortalizar las piernas de Carmen cambiándose en su camerino y mostrando una escena en la que recibe dinero y abrazos de un hombre. Como León y Kamus ignoran que ese hombre es el padre de Carmen, la Verdad que ven es que Carmen se prostituye. En fin, que uno piensa seriamente si Sobrevila, más que vanguardista, lo que nos está mostrando es una parodia de aquellos que quieren ver en el arte la esencia de nuestra humanidad cuando, y esto está refrendado por el desenlace feliz de la película y las dos soberanas palizas que recibe Kamus por liante, lo que de verdad nos hará disfrutar de la vida es una mirada optimista, aceptando su belleza sencilla y siendo uno feliz con lo que tiene, por poco que esto sea.
Pero si bien como película vanguardista no pasa de mera curiosidad, y atendiendo a que ya es un auténtico milagro que una película así se rodara en una cinematografía tan raquítica y pacata como la nuestra, creo que sí que merece todo nuestro aprecio como comedia melodramática. Sobrevila encuadra e ilumina de manera elegante, es un narrador más que solvente y las imágenes fluyen con un ritmo magnífico. La indigencia de medios no derrota a Sobrevila, sino que lo engrandece a nuestros ojos. Para su tiempo, consta como todo un acto de amor al cine que los años nos han devuelto en toda su ingenua pero brillante magnificencia.
Así, mucho sainete entreverado de melodrama de a duro y poca vanguardia en una película que es imposible no ver con absoluta simpatía. Eso sí, siempre que uno no espere lo que no es.
Por José Luis Forte
Escribe encerrado en una cueva, nunca entra el sol.
Proyecta películas en la pared, ni que fuera Platón.
Cuando sale se divierte, aunque solo piensa en volver.
Cuando por las noches llueve, también le gusta leer.
llosef13 [@] gmail.com
La décima víctima
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