Fotograma de El canguro (The Sitter) una de las peores películas para la crítica americana el año pasado |
SUCIA AFECTACIÓN
A veces sorprende escuchar esa frase tan lógica y manida de “el mejor cine proviene de América, concretamente de Hollywood”. Y es que, estamos hablando de una industria que produce cerca de novecientas películas al año –aunque seguramente usted no llegue a ver ni la vigésima parte de esa extensa lista– y controla el 85% del mercado internacional. Allí, en la Meca del Cine, se mueven los hilos de las grandes superproducciones que llenan –y casi monopolizan– nuestra ineficaz cuota de pantalla. Desde allí, productores y directivos de las distintas majors y distribuidoras de perfil alto deciden qué se hace y qué no, las líneas económicas del proyecto, si este contará con un director u otro, si tal rostro es prescindible o, en cambio, hay que llamar a la estrella de moda. En la mayoría de casos, impera la filosofía del mainstream: construir un divertimento perfecto, que genere un “efecto llamada” en las salas de medio mundo, puesto que ahí se encuentra el verdadero negocio. Es decir, el sustento de la industria.
Sorprende también encontrar a determinados sabios que acusan a ciertas cinematografías de pobres y aburridas (en ocasiones con razón, pero eludiendo de paso la realidad), de vacuas y pretenciosas. Ellos se conforman con lo instantáneo, tal vez el gancho de un montaje frenético sin espíritu narrativo. No obstante, es lógico, e incluso exigible que de entre esa interminable lista anual, salgan cinco o diez películas brillantes, normalmente llamadas a triunfar en los Oscar. Es meritorio por las personas que trabajan en esos proyectos, aportando su talento y su esfuerzo en vistas a brindarnos obras que calan en nuestras mentes, que nos emocionan, que nos dejan huella de por vida. A nivel mercadotécnico, no es tan plausible: lo tienen (casi) todo para triunfar, y así lo hacen, pero a costa de concentrar sus obras maestras en la época de premios. Luego, durante el resto del año, no paran de estrenar naderías ciertamente alienantes. Hollywood posee un don muy característico para los thrillers revestidos de misterio y terror epidérmico; son profesionales de la comedia teen con ínfulas transgresoras –en realidad perversamente retrogradas–, destinada a un público que rinde tributo al dios Onán.
Con este conciso preámbulo en mi cabeza me siento a ver El canguro (The Sitter), la nueva creación de ese poeta llamado David Gordon Green, responsable de dos filmes abrumadores por su sensibilidad para retratar el desvarío: Superfumados (Pinnapple Express, 2008) y Caballeros, princesas y otras bestias (Your Highness, 2011). Es un tipo cuyo rostro de niño travieso impide prever su ineptitud detrás de una cámara. Muchas de sus pelis (entendamos este posesivo sin necesidad de añadirle más culpa de la que le corresponde como realizador) se venden adheridas al efectivo eslogan de “gamberras y políticamente incorrectas”. Por supuesto, está en disposición de un vocabulario que supuestamente conecta con la muchachada, que retrata con humor al nerd más problemático, al feo de la clase, al depresivo amante del chiste de esfínteres. Ahora pretende (supongo) que paguemos por ir a ver su última comedia, con Jonah Hill encabezando el casting. Un actor que últimamente ha demostrado ser muy válido fuera de su género fetiche (qué bien estaba en Supersalidos, por cierto), en potentes cintas como Moneyball, donde interpretaba a la mano derecha –y consejero analista– de Brad Pitt. Sin embargo, esta vez encarna a un joven de padres divorciados que no tiene más remedio que hacer de canguro de tres niños –una pequeña obsesionada con la fama y el maquillaje, un reprimido que sufre ataques de ansiedad y un panameño adoptado que hace la guerrilla contra todo aquello que se interpone en su camino– que le acompañan a buscar cocaína; aunque como era de esperar, la cosa se tuerce y de repente le debe 10.000 dólares a un camello trastornado. Ese traficante y boxeador a tiempo parcial está interpretado por Sam Rockwell, un maravilloso actor que se muestra aquí perdido y sin gracia. Algo extrapolable al relato, compuesto de varios microepisodios en donde la retórica del cliché alcanza niveles preocupantes.
Jonah Hill, nominado al Óscar por Moneyball, encabeza The Sitter. |
Arranca la función con un apasionado Jonah Hill haciéndole un cunnilingus a su amiga rubia. Los fotogramas se suceden con encadenados mientras se escuchan en off los orgasmos femeninos: ese gordito ha desarrollado una técnica magistral husmeando en los bajos fondos. Tras el clímax, ella le da las gracias; él, reclama tímidamente una compensación. Pero esa rubia de escasas neuronas asegura tener el estómago revuelto. “Otro día”, sentencia. Y que no sufra el espectador, porque más tarde el libreto –escrito a cuatro manos por Brian Gatewood y Alessandro Tanaka– revela su trasfondo pedagógico y profundamente sentimental. “Eh, tíos”, nos dice. “No seáis infieles, no busquéis placer con otras. Porque hay una mínima posibilidad de que vuestros hijos sufran. Mirad a Jonah Hill, un rey condenado a perder”.
Por Juan José Ontiveros
Leo, escribo, a veces pienso.
El cine es totalmente subjetivo.
Decía Hitchcock que "son 400 butacas que llenar".
En esas butacas, además, puedes ver clásicos como Johnny Guitar.
Edición por Emilio Luna
Special Message from Johnny Lang
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