Desde hace unos cuantos años, la cinematografía surcoreana insiste en brindarnos un tipo de thriller sobre personas desesperadas, en situaciones límites. Habla sin concesiones de violencia extrema y arquetipos románticos que pueblan, de una forma más o menos casual, un mundo infestado de asesinos y crimen organizado. Al rememorar parte de estas características comunes es lógico citar filmes como Oldboy (2003), del ya célebre Park Chan Wook, y esa –otra que no me hartaré de recomendar– autopsia del Mal titulada Encontré al diablo (Akmareul Boattda, 2010), dirigida magistralmente por Kim Ji–woon. En ambas había un claro enfrentamiento entre protagonista y antagonista, este primero marcado por un castigo vil y brutal; el segundo, adherido de manera congénita a una sed de sangre que deja tras de sí decenas de cadáveres. Sea como sea, la industria surcorena deja entrever su vocación narrativa secuencia tras secuencia, apoyando su estimable potencia visual en argumentos desgarradores que generan adeptos y detractores a partes iguales, pues se trata de poner a prueba no ya la psicología del espectador sino su capacidad para enfrentarse a una filosofía visceral y deshumanizante. Como hicieran otros cineastas orientales (Wong–Kar Wai es un buen ejemplo) antes que ellos, recurren a la memoria como si esta fuera un puzle esencial para comprender el presente, interpretando un leitmotiv –sonoro y visual– embriagador. La tragedia del personaje reside en lo que no posee o, mejor dicho, en lo que ha perdido: está condenado a vagar junto a sus recuerdos, oscuros y enfermizos, en una tierra decadente.
La jovencísima Kim Sae-ron desborda desparpajo en El hombre sin pasado (Ajeossi, 2010) |
Ahora, después de contemplar hace escasos meses otra película de corte similar aunque opuesta en sus pretensiones como The Yellow Sea (Hwanghae, 2010), nos llega una nueva propuesta más cercana al buen cine de acción norteamericano. Se titula El hombre sin pasado (Ajeossi, 2010) y la dirige un tal Lee Jeong–Beom, (des)conocido por su ópera prima Cruel Winter Blues (2006), estrenada en su país en 2006. La historia gira en torno a Cha Tae–sik, un solitario hombre que trabaja en una tienda de empeños situada en un mugriento edificio. Su vecina, una niña que prefiere pasar el rato junto a este tipo casi mudo que estar con su madre yonqui, es el único lazo que le ata a la cordura. Todo parece tan frío y normal hasta que un día esa madre roba una bolsa con droga y la deja empeñada en la tienda de Tae–sik. Por supuesto, el hombre, cuyo rostro vemos partido en dos por su largo cabello, ignora el contenido de la mochila. Rápidamente los gánsters acuden a reclamar lo que les pertenece, pero descubren que Cha Tae–Sik no es la persona desvalida e inofensiva que aparenta ser: calla un pasado como ex-agente especial. Es decir, puede reducirte con un simple movimiento de brazos y, si quiere, matarte sin despeinar su cabello de dibujo manga. Cuando los miembros de esa organización criminal deciden secuestrar a la niña, inician una oleada de enfrentamientos cuyo final –seguramente transgresor– se antoja incierto.
La simpática relación entre una niña y un misterioso joven (Won Bin) marca el inicio de El hombre sin pasado |
Así las cosas, estamos ante un thriller que recoge lo sembrado por sus antecesores y lo entremezcla con un estilo apabullante, sin olvidar su condición de producto comercial (no obstante, se anuncia como un “récord absoluto" de taquilla en Corea con más de seis millones de espectadores). Su ritmo es aparentemente lento y reflexivo, la acción se oxigena para contrarrestar las agotadoras (sólo físicamente) escenas de acción. Pero al instante recupera su tono excesivo, cortante a la hora de mover la cámara, que se mueve generando tensión. Y es que, estos tíos saben que el movimiento de la cámara es indivisible del montaje, donde actúan como verdaderos cirujanos: corte milimétrico, si no es útil, fuera. Tampoco deja de lado su poética –a veces, incluso, sobreproducen los planos–, la motivación de Tae–Shik, un Apolo nihilista que busca en su amistad con So–Mi –la pequeña que bien podría ser su hija– una razón para seguir adelante. Además, El hombre sin pasado compone un homenaje a Bruce Lee: el héroe es un fino estilista rodeado de sicarios (aquí más duros y verosímiles). Dejando de lado el largo final y cierto arrebato melódico, esta cinta es un regalo para los sentidos. “Al principio quería hacer una película de acción con una argumento trepidante”, cuenta el director. “Pero más que un entretenimiento, quise hacer una película inolvidable que hablara de la emoción y la humanidad, y entonces tomé ese punto de partida”. Y esa humanidad soterrada se percibe en la desesperación del recuerdo.
Por Juan José Ontiveros
Leo, escribo, a veces pienso.
El cine es totalmente subjetivo.
Decía Hitchcock que "son 400 butacas que llenar".
En esas butacas, además, puedes ver clásicos como Johnny Guitar.
Edición por Emilio Luna
Special Message from Johnny Lang
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