AMOR DE CABALLO
Cada temporada, la categoría de mejor película a los Óscar cuenta con un título o dos que parecen estar ahí en señal inequívoca de eclecticismo, consenso (tela con la palabrita) y buen rollo. Suelen poseer la mágica virtud de robarte –a veces ni eso– una lágrima fácil con su carácter melodramático, escenas que aúnan (democráticamente) color y planos preciosistas, belleza premeditada y ni ápice de riesgo dramático: responden a la llamada del mainstream, pero de forma aparentemente suave. Este año, las cintas que llevaban el sambenito de tan distinguida etiqueta eran Criadas y señoras, Tan fuerte, tan cerca de Stephen Daldry, y War Horse (Caballo de batalla).
Con esta tercera película, las sospechas eran similares. Aunque si en el cartel de director aparece el nombre de Steven Spielberg, hay que prestar atención sí o sí. War Horse nos habla de la férrea amistad entre un chaval (Jeremy Irvine) y su caballo, un ejemplar que, por culpa de la llegada de la Gran Guerra (y de las deudas que acechan a la familia del chico) a ese bello paraje que es la campiña inglesa, acaba sirviendo de montura para el Capitán Nicholls. Un comienzo vagamente esperanzador para una aventura que llevará a esos dos amigos –el caballo y el joven– a luchar por reencontrarse en mitad del conflicto. Los ingredientes, sin duda, ponen a Spielberg al servicio de un relato cuya duración (dos horas y media) no prohíbe que disfrutemos de él. A pesar de que haya escenas demasiado edulcoradas y subrayadas infaliblemente por la banda sonora de John Williams, estamos ante un filme sólido, con momentos tan pretenciosos (ay, la fotografía y las imágenes bucólicas) como anquilosados. La nueva luminaria del cine inglés, Benedict Cumberbatch, merecía un personaje más relevante en la historia. Su magnética presencia no debería ser desaprovechada jamás.
Fotograma de War Horse (Steven Spielberg, 2011). Nominada al Óscar como mejor película |
Basado en la novela homónima de Michael Morpurgo, el guión –escrito a cuatro manos por Lee Hall y Richard Curtis– utiliza una especie de leitmotiv (véase el distintivo de guerra en forma de pañuelo) que persigue de principio a fin ese sentimiento radiante y cegador que desemboca en un final pintado con brocha gorda. Coherente con un producto diseñado para competir (sin opciones) en los Oscar. ¿En contra? Que su director sea el responsable de obras maestras como La lista de Schindler y Munich.
Por Juan José Ontiveros
Leo, escribo, a veces pienso.
El cine es totalmente subjetivo.
Decía Hitchcock que "son 400 butacas que llenar".
En esas butacas, además, puedes ver clásicos como Johnny Guitar.
Edición por Emilio Luna
Special Message from Johnny Lang
Leo, escribo, a veces pienso.
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