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    Cine Alemán Siglo XXI

    LA BARQUERA MARÍA (FRANK WYSBAR, 1936)

    Sybille Schmidt en una escena de La barquera María (Fährmann Maria, 1936)
    Tras ver dos películas seguidas del alemán Frank Wysbar y quedar tan fascinado como extrañado me puse enseguida a buscar información acerca de quién podría ser este misterioso director. ¡Imposible que fuera un desconocido! Y al final pues parece que sí, lo es, que si bien un poco de información se puede encontrar tampoco es mucha que digamos (recomiendo este artículo de Roberto Amaba; una excelente introducción).

    Wysbar comienza a hacer cine en el año 1932 en Alemania hasta que en 1939 debe abandonar su patria ante la presión del gobierno nazi, el cual lo veta como director al estar casado con una judía. Al llegar a Estados Unidos cambia su apellido a Wisbar y se mueve entre los márgenes más oscuros del cine de serie b. Al final de su carrera volvería a Alemania, donde rodaría varias películas de las cuales tanto crítica como aficionados coinciden en definir como conseguidas, historias narradas con eficacia y convicción en entornos realistas, muy preocupado por la guerra. Nada parece indicar que su vertiente fantástica tuviera también un renacimiento en esos últimos días. Y es una lástima, porque La barquera María (Färhmann Maria, 1936) es una maravillosa película de género fantástico de esplendente raíz europea, esto es, no necesariamente adscrita al terror o a la fantasía más comunes, sino a ese espíritu especial en el cual lo real es la leyenda, donde lo imaginado es tan poderoso como lo vivido, donde lo onírico es el lugar en el cual se desarrolla toda la acción.

    En La barquera María predomina un tono irreal, como si todo lo que sucediera en la película discurriera ajeno al tiempo normal. La atmósfera se crea al detenerse la cámara en pequeños detalles, en mostrarnos momentos narrados con delectación, sin prisa pero nunca sin sentido, jamás sin llevarnos a ninguna parte: el objetivo es hacernos partícipes de la extrañeza de un lugar que no está en nuestra realidad aunque la refleja. Siempre buscando la emoción y la belleza, porque al final lo que se nos va a contar es, de manera sencilla, el triunfo del amor sobre la misma muerte. Los sentimientos puros y desinteresados, la entrega y la pasión sobreviven a todo lo demás.

    No hay tiempo y no hay espacio porque la acción acontece en un lugar indeterminado, o lo que es lo mismo, en ningún lugar: una isla sin nombre a la que se puede acceder solamente por medio de una barcaza. Cuando la Muerte en persona venga a llevarse al viejo barquero en una de las escenas más hermosas y poéticas de la película y sea la joven María quien lo sustituya, veremos reforzada esa idea de ningún lugar, pues nadie sabe de dónde viene María, y ella afirma no tener patria, ser una vagabunda. Los personajes que vienen del exterior, tanto María como un violinista que acude para tocar en las fiestas del pueblo que se alza en la isla como el jinete herido que huye en la noche perseguido por unos oscuros caballeros, lo más que llegan a decir es que vienen del otro lado. Como la Muerte. Aunque ella más bien está en todas partes.

    Färhmann Maria
    Fotograma de La barquera María, uno de los mitos de la cinematografía germana de los años treinta
    En alemán la Muerte tiene género masculino, así que nadie se extrañe si la interpreta un hombre, el impresionante Peter Voß. Aparecerá cada vez que tenga que llevarse alguien a su reino, y a él se enfrentará María (interpretada por Sybille Schmitz, actriz que el régimen nazi relegaría poco después del cine al no representar el modelo ario) buscando salvar a su enamorado. ¡Durante la media hora final María se enfrentará desesperadamente a la Muerte, luchando incansable contra ella! Ocultando al jinete de su vista, confundiéndola y guiándola lejos de él, María intentará que la Muerte no lo encuentre. Hasta el momento final, terrible y poderoso. Místicos planos que acontecen en el pantano que separa la casa de la barquera del pueblo, la postrera ordalía a la que María se lanzará sin dudar y durante la cual acontecerá el milagro. La secuencia en la ciénaga resulta trémula en su forma de acercarse a lo fantástico, oscura en su tono y de una belleza desgarradora en su resolución. El broche final perfecto a ese duelo sin piedad entre una joven enamorada y la Muerte que, después de todo, solo viene a hacer su trabajo. Elementos exacerbados que combinan a la perfección con un extraño aire de mesura y contención, como si asistiéramos a un combate brutal en el que no hubiera gritos, ni sangre ni golpes, solo miradas y pasos deslizándose sobre una fina capa de hielo bajo la cual espera el fin de todas las cosas.

    Resulta curioso que en la otra película de Frank Wysbar que he visto, Anna y Elisabeth (Anna und Elisabeth, 1933), se muestre, aunque de manera bien distinta, también no ya un milagro sino muchos. Otra rareza mayúscula en la que la capacidad de obrar milagros de una joven (la hermosa Hertha Thiele, Anna) provocará lo locura milagrera de todo un pueblo hasta contagiar a una mujer paralítica (Elisabeth, Dorothea Wieck), la cual se obsesionará de manera enfermiza con ella. Ver estas dos películas una detrás de otra supone toda una maravillosa doble sesión en la cual resulta fascinante abrir los ojos a una manera distinta de narrar, muy influida, eso sí, por Carl Theodor Dreyer y sus primeros planos casi dolorosos (de manera especial en Anna y Elisabeth), pero con un hálito fantástico y extraño que las aleja, incluso con sus imperfecciones de ritmo, de todo a lo que uno está habituado. Solo por lo raras que son ya merecen la pena. Pero si además resultan hermosas y emocionantes es todo un regalo que solo podemos agradecer.

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    Imdb Fährmann MariaPor José Luis Forte

    Escribe encerrado en una cueva, nunca entra el sol.
    Proyecta películas en la pared, ni que fuera Platón.
    Cuando sale se divierte, aunque solo piensa en volver.
    Cuando por las noches llueve, también le gusta leer.

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