Steve McQueen (Beech Grove, 1930 - Ciudad Juárez, 1980) |
Segundo episodio de la sección biográfica "Un mohicano en Tennessee". Jon Alonso nos deja uno de las grandes ídolos del cine de acción y aventuras de los años cincuenta.
STEVE MCQUEEN, THE DRIVER
Rebelde sin remedio, recibió innumerables golpes en su vida. Pero los devolvió todos. Desde su más tierna infancia aprendió a encerrarse en sí mismo y a comunicarse, entre la súplica y la amenaza, con una intensa mirada de acero, un mohín chulesco o una franca sonrisa. Irónicamente, una niñez de mierda le convirtió en un actor extraordinario. Steve fue un superviviente, que se mantuvo a flote mientras todo a su alrededor se hundía y que supo sobrevivir a los bandazos de una madre tan inestable como su patria en aquellos años, la dura década de los treinta en que una depresión terrible terminó en Guerra Mundial.
Este taciturno muchacho de rostro imperturbable y ojos azules, profundos y airados como un océano tormentoso, nunca lo tuvo fácil y pronto se acostumbró a pedirle a las cosas sólo lo que estaba seguro que estas podían darle.
Y lo primero que le pidió a su vida fue que esa infancia terrible, terminara pronto; lo segundo, a su juventud, intensidad para olvidar un ayer de dolor y un hoy de vacío. A la vejez no le pidió nada porque Steve nunca fue viejo.
Hijo abandonado por un artista de circo y olvidado por una madre joven e inexperta, los que le conocieran en su infancia dirían que fracasó en la vida desde que empezó a jugar en ella. Los que le conocieron después, piensan que la que fracasó fue la vida, ya que Steve consiguió evadirse de sus desagradables trampas y sacarle lo que todo el mundo busca de ella sin renunciar a ser él mismo.
STEVE MCQUEEN, THE DRIVER
Rebelde sin remedio, recibió innumerables golpes en su vida. Pero los devolvió todos. Desde su más tierna infancia aprendió a encerrarse en sí mismo y a comunicarse, entre la súplica y la amenaza, con una intensa mirada de acero, un mohín chulesco o una franca sonrisa. Irónicamente, una niñez de mierda le convirtió en un actor extraordinario. Steve fue un superviviente, que se mantuvo a flote mientras todo a su alrededor se hundía y que supo sobrevivir a los bandazos de una madre tan inestable como su patria en aquellos años, la dura década de los treinta en que una depresión terrible terminó en Guerra Mundial.
Este taciturno muchacho de rostro imperturbable y ojos azules, profundos y airados como un océano tormentoso, nunca lo tuvo fácil y pronto se acostumbró a pedirle a las cosas sólo lo que estaba seguro que estas podían darle.
Y lo primero que le pidió a su vida fue que esa infancia terrible, terminara pronto; lo segundo, a su juventud, intensidad para olvidar un ayer de dolor y un hoy de vacío. A la vejez no le pidió nada porque Steve nunca fue viejo.
Hijo abandonado por un artista de circo y olvidado por una madre joven e inexperta, los que le conocieran en su infancia dirían que fracasó en la vida desde que empezó a jugar en ella. Los que le conocieron después, piensan que la que fracasó fue la vida, ya que Steve consiguió evadirse de sus desagradables trampas y sacarle lo que todo el mundo busca de ella sin renunciar a ser él mismo.
"Nazis en sidecar a mí... Ya puede venir Hitler en DKV, si quiere." |
Este monstruo del lenguaje no verbal disfrutaba muy poco del otro, como un Lord Chandos del medio oeste. Lo único que le daba paz completa eran las conversaciones que mantenía con los vehículos a motor: estos le rugían y él contestaba en adrenalina. Montado en ellos era completamente feliz: el veloz estruendo que le envolvía a lomos de una motocicleta o conduciendo un Lotus de carreras customizado le convertían en lo único real en el universo. Un veloz asteroide rubio perdido en un vacío en el que todo era perfecto y feliz. Sin embargo, era bajarse del vehículo y, aunque en su madurez el destino se las dio de cal, no faltaba con cada una otra de arena. Amó a sus tres esposas, pero le atormentaban los celos; disfrutó cultivando su cuerpo, pero este le traicionó; gozó haciendo películas, pero odiaba aprenderse guiones y tratar con los directores. Sin embargo, a lomos de su bólido o su moto BMW, no había pegas: todo era felicidad.
Cinematográficamente, nos dejó como legado la personalidad ante la cámara de uno de los más intensos sex symbols y modelos de conducta del Hollywood de los sesenta y los setenta. Siempre recordaremos sus papeles en La Gran Evasión, Papillón, Bullit, o Los siete magníficos. Películas en que más que actuar, jugaba a ser el niño rebelde que fue y a hacer rabiar a los soberbios, como en el rodaje de Los siete magníficos, en que se dedicó en cuerpo y alma a fastidiar al engreído Yul Brynner; o cuando en La gran evasión, obligado por la compañía que aseguraba el rodaje a ser sustituido por un doble en la memorable persecución en moto, no dudó en enfundarse un uniforme nazi y convertirse en unos de sus perseguidores.
Cinematográficamente, nos dejó como legado la personalidad ante la cámara de uno de los más intensos sex symbols y modelos de conducta del Hollywood de los sesenta y los setenta. Siempre recordaremos sus papeles en La Gran Evasión, Papillón, Bullit, o Los siete magníficos. Películas en que más que actuar, jugaba a ser el niño rebelde que fue y a hacer rabiar a los soberbios, como en el rodaje de Los siete magníficos, en que se dedicó en cuerpo y alma a fastidiar al engreído Yul Brynner; o cuando en La gran evasión, obligado por la compañía que aseguraba el rodaje a ser sustituido por un doble en la memorable persecución en moto, no dudó en enfundarse un uniforme nazi y convertirse en unos de sus perseguidores.
"Se va aprender ese guión tu señora madre" |
Si preguntáramos, una vez más, a los que le conocieron, estos nos dirían que la única película en que fue él mismo, fue en la menos celebrada Le Mans. Aunque es probable que a Steve McQueen, en profundidad, no le conociera nadie.
Aun así nos aseguran que nunca se le vio tan feliz y concentrado en un rodaje como cuando la rodó: consiguió hacer una película, conducir, evitar tratar con el director y no tener que bregar con el corsé creativo de un guión creado por esos escritores a quienes despreciaba. A pesar de ello, nunca le vieron sonreír durante el rodaje, porque cuando Steve McQueen hacía algo importante, nunca sonreía.
No mucho más tarde, otro enemigo silencioso, el cáncer, se lo llevo prematuramente cuando apenas contaba 50 años. Un mesotelioma, probablemente provocado por el amianto que comúnmente contenían los monos de piloto de carreras de esa época, pudo ser la posible causa del tumor. Si fuera verdad, sería un trágico ejemplo de que “hay amores que matan”. Hay otros que dicen simplemente que Steve se apagó prematuramente porque todavía quería ser más leyenda. Como si eso fuera posible.
Aun así nos aseguran que nunca se le vio tan feliz y concentrado en un rodaje como cuando la rodó: consiguió hacer una película, conducir, evitar tratar con el director y no tener que bregar con el corsé creativo de un guión creado por esos escritores a quienes despreciaba. A pesar de ello, nunca le vieron sonreír durante el rodaje, porque cuando Steve McQueen hacía algo importante, nunca sonreía.
No mucho más tarde, otro enemigo silencioso, el cáncer, se lo llevo prematuramente cuando apenas contaba 50 años. Un mesotelioma, probablemente provocado por el amianto que comúnmente contenían los monos de piloto de carreras de esa época, pudo ser la posible causa del tumor. Si fuera verdad, sería un trágico ejemplo de que “hay amores que matan”. Hay otros que dicen simplemente que Steve se apagó prematuramente porque todavía quería ser más leyenda. Como si eso fuera posible.
Por Jon Alonso
Extremeño tornado americano, que al regreso de simpares aventuras,
decidió que el mejor de sus legados, sin dudarlo, lo deja la escritura;
investiga sin descanso lo profano, de aquellos cuya fama aun perdura,
sin un euro cobrar, pues no es ufano, en la red se lo publican con premura.
Edición de Emilio Luna
El antepenúltimo mohicano
Extremeño tornado americano, que al regreso de simpares aventuras,
decidió que el mejor de sus legados, sin dudarlo, lo deja la escritura;
investiga sin descanso lo profano, de aquellos cuya fama aun perdura,
sin un euro cobrar, pues no es ufano, en la red se lo publican con premura.
Edición de Emilio Luna
El antepenúltimo mohicano