Leo una noticia de paleontología cuyo titular reza: “El Tiranosaurio Rex poseía el mordisco más potente de todos los tiempos”. Siempre que escuchamos el nombre de esa especie de dinosaurio letal, automáticamente lo unimos al sufijo “Rex”. No obstante, el tema que acontece en estas líneas habla de personas obligadas a convivir con pequeñas bestias que, haciendo uso de su mordisco, acaso mucho más pequeño que el de su antecesor –y probablemente verdugo–, el Rey (en latín, Rex), sobreviven a un estado perpetuo de amargura que los absorbe en un vórtice oscuro, donde reinan la violencia y el desamparo. Ni siquiera de manera explícita, ahondando en los sentimientos, como un silencio mortecino que guarda incertidumbre, niebla.
Redención (Tyrannosaur), debut del realizador –conocido también por su faceta de actor en multitud de cintas– Paddy Considine, nos habla de un viudo que, aparentemente, vaga de pub en pub aliviando su dolor y encontrando algo de bronca a su paso. Tal vez inmerso en la cincuentena, canoso y de rasgos duros, parece un tipo despreciable, peligroso hasta niveles insospechados. Y así nos lo hace saber nada más empezar el filme, cuando paga su febril enfado –y pertinente borrachera– con un simpático perro que le esperaba a la salida de ese deprimente tugurio de alcohol. Suponemos que está perdido, que ha debido pasar por un infierno embrutecedor, que esconde miserias tan profundas como reales. Y desde su cadalso particular, mientras camina bajo un cielo plomizo, entra a una tienda regentada por un alma caritativa (Olivia Colman) que le ofrece ayuda o, mejor dicho, comprensión. Luego, mediante la narración paralela, vemos qué sucede realmente con esa mujer y ese asesino de perros, es decir, su contexto (el entrañable niño/vecino que padece a un chulo con pit-bull, la de un viejo amigo postrado en la cama), sus anhelos (la no presencia de su mujer, a la que amaba profundamente), sus odios, sus fobias, un pasado turbio que tan sólo presuponemos y que, sin embargo, basta para advertir que si él es disfuncional o reacciona de manera violenta ante determinadas situaciones, es porque desde muy pequeño padeció esa lacra social llamada violencia machista, cuyos indefensos espectadores, los niños, caían presa del terror más primario.
Redención (Tyrannosaur), debut del realizador –conocido también por su faceta de actor en multitud de cintas– Paddy Considine, nos habla de un viudo que, aparentemente, vaga de pub en pub aliviando su dolor y encontrando algo de bronca a su paso. Tal vez inmerso en la cincuentena, canoso y de rasgos duros, parece un tipo despreciable, peligroso hasta niveles insospechados. Y así nos lo hace saber nada más empezar el filme, cuando paga su febril enfado –y pertinente borrachera– con un simpático perro que le esperaba a la salida de ese deprimente tugurio de alcohol. Suponemos que está perdido, que ha debido pasar por un infierno embrutecedor, que esconde miserias tan profundas como reales. Y desde su cadalso particular, mientras camina bajo un cielo plomizo, entra a una tienda regentada por un alma caritativa (Olivia Colman) que le ofrece ayuda o, mejor dicho, comprensión. Luego, mediante la narración paralela, vemos qué sucede realmente con esa mujer y ese asesino de perros, es decir, su contexto (el entrañable niño/vecino que padece a un chulo con pit-bull, la de un viejo amigo postrado en la cama), sus anhelos (la no presencia de su mujer, a la que amaba profundamente), sus odios, sus fobias, un pasado turbio que tan sólo presuponemos y que, sin embargo, basta para advertir que si él es disfuncional o reacciona de manera violenta ante determinadas situaciones, es porque desde muy pequeño padeció esa lacra social llamada violencia machista, cuyos indefensos espectadores, los niños, caían presa del terror más primario.
Peter Mullan en Redención (Tyrannosaur, Paddy Considine, 2011) |
Resulta sorprendente que un personaje tan repulsivo como el que interpreta Peter Mullan acabe provocando empatía, incluso ternura (ahí queda esa contenida pero sublime escena en la que Joseph, es decir Peter Mullan, le cuenta a su amiga, llena de moratones a causa de la paliza que le ha propinado su marido, que todos los que se acercan a él corren peligro, ya que es una mala persona condenada a sobrevivir en solitario) en más de un momento. Paddy Considine, quien también ha escrito el libreto, ejecuta con extrema precisión un drama de envoltura social que, lejos de recurrir a giros de carácter acuosos, o de conformarse con un simple juego de fuerzas entre redención y esperanza, se afianza como filme –independiente si prefieren– de calado moral. Los primeros planos se encargan de subrayar las arrugas que surcan el rostro del protagonista, rocoso y duro, temerosamente afectivo, pero sobre todo afectado por esos cinco años que lleva sin abrazar a su mujer. Y duele observar que un hombre tan seco puede sentir más que nadie. Su premisa no ofrece nada nuevo, pero su lúcido desarrollo y una sensibilidad que recorre cada milímetro del fotograma hacen de Tyrannosaur una película admirable; y a pesar de su aspecto barato (se trata de una peli cuyo presupuesto es ínfimo) fija y mueve la cámara con buen pulso, administrando el efecto de cada reacción óptica.
Olivia Colman & Peter Mullan en Redención (Tyrannosaur, 2011), una de las películas más destacadas de Sundance '11 |
Cuando el borracho entra a la tienda de esa mujer en peligro, sabes que el viaje será incómodo. El ambiente es opresivo por la desesperación circundante. Con todo, sonríes cuando ella le pregunta su nombre, y Joseph responde: “Robert De Niro”. Sonríes con pesar, ya que le has visto matar a su perro; conoces al monstruo que se esconde infantilmente detrás de la ropa. Es él. El Tiranosaurio. Pero no es Rey. Es, sencillamente, un tiranosaurio. Uno cualquiera.
Por Juan José Ontiveros
Leo, escribo, a veces pienso.
El cine es totalmente subjetivo.
Decía Hitchcock que "son 400 butacas que llenar".
En esas butacas, además, puedes ver clásicos como Johnny Guitar.
Edición por Emilio Luna
Special Message from Johnny Lang
Leo, escribo, a veces pienso.
El cine es totalmente subjetivo.
Decía Hitchcock que "son 400 butacas que llenar".
En esas butacas, además, puedes ver clásicos como Johnny Guitar.
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