¡Todos drogados!
El misterio de los peces saltadores (The mystery of the leaping fish, Christy Cabanne y John Emerson, EE.UU., 1916).
Los años del cine mudo fueron años de locura, de arte, de desfase y lluvias de dinero, de ruinas absolutas, de aventuras imposibles y escándalos sin fin. Aquellos locos que huyeron hacia la costa oeste y se instalaron en Hollywood huyendo de Thomas Alva Edison y sus matones de Nueva York, dueños a la fuerza de la industria cinematográfica, con el tiempo consiguieron derrotarlo y salirse con la suya en una nueva tierra de promisión. Un lugar para la esperanza de gloria y éxito que también era una quimera y un pozo de fracaso. En fin, la vida misma representada sin tapujos y a lo salvaje en un microcosmos formado de celuloide, sueños y fiestas hasta el amanecer. Desde principios de los años 20, la Asociación de Productores Cinematográficos de Estados Unidos (MPAA), con William H. Hays al frente, intentaron poner orden en el caos sin conseguirlo. Los obispos, los políticos republicanos y los sectores más reaccionarios de la sociedad norteamericana veían con pavor cómo en aquella ciudad del demonio los valores eternos que ellos querían imponer se iban por el sumidero. Acabarían venciendo, claro está, pero esa es otra historia. Vamos a recordar una película que refleja a la perfección qué significaron aquellos años de locura, de libertad expresiva y de descontrol. No todo fue así, claro está: la memoria nos crea un lugar con el que soñar y elegimos hacerlo lo más real posible. Pero el cine es un sueño, dicen, y la vida sueño es, ¿no?
El misterio de los peces saltadores (The Mystery of the Leaping Fish, 1916) es un mediometraje que parodia de manera tan salvaje como genial la figura de Sherlock Holmes. El guion de Tod Browning, el director que en la década de los 20 filmaría alguna de las grandes obras maestras protagonizadas por el actor Lon Chaney, y ya en la etapa del cine sonoro el Drácula (Dracula, 1931) protagonizado por Bela Lugosi y, de manera especial para todos los amantes del cine, la sublime La parada de los monstruos (Freaks, 1932), centra sus divertidas perlas en la fama de detective científico del gran Sherlock, en su capacidad increíble para disfrazarse y, cómo no, en su afición a las drogas. Arthur Conan Doyle, en la segunda novela protagonizada por su personaje Sherlock Holmes, El signo de los cuatro (The Sign of the Four, 1890), muestra a su héroe justo en el primer párrafo inyectándose con una jeringuilla una disolución de cocaína. Doyle, debido a la fama que desde entonces adquirirá su personaje, apenas volverá a mostrar esta afición de manera tan cruda, pero todos los seguidores de su creación sabemos que cuando Holmes se aburre y Watson nos cuenta cómo se encierra en su habitación presa de un mutismo absoluto y una abstracción inhumana pues, bueno, repito, ya sabemos qué ha hecho Holmes. Esta adicción tomará un protagonismo especial en la parodia que nos ocupa ofreciendo algunos de los momentos más absolutamente divertidos de la película.
El misterio de los peces saltadores queda como un magnífico ejemplo de una época loca donde la comedia podía tratar cualquier tema con una libertad que quizá hoy también exista, pero desde luego no con esa falta de pretensiones, con esa naturalidad, con el único objetivo de hacer reír al espectador sin tomarlo por tonto, donde lo delirante venía apoyado por un gag casi a cada plano y una imaginación visual prodigiosa.
Empezando por el nombre del protagonista, nada más y nada menos que Coke Ennyday, hasta su reloj de pared que no marca las horas sino los momentos en que toca dormir, comer, beber y drogarse. Es brutal cómo el bueno de Coke se inyecta una dosis a casi cada plano, y cuando no está con la jeringuilla está esnifando cocaína o comiéndose un bote entero de opio. En fin, un humor que deja en evidencia a la mayor parte de las supuestas comedias “salvajes” de casi un siglo después. Pero esta modernidad y esta libertad en el tratamiento no se limitan solo al uso de las drogas (los personajes que no se drogan tienen toda la pinta de hacerlo más aún que los que sí lo hacen, tal es el caso del jefe de policía, por ejemplo), que ya es bastante, sino que se extienden a la totalidad de la película. Así la figura femenina, la típica damisela en apuros que en esta ocasión no solo salvará al héroe más de una vez sino que demostrará ser de armas tomar cuando haga falta. Interpretada por la adorable Bessie Love, que ese mismo año protagonizaría Intolerancia (Intolerance: Love’s Struggle Throughout the Ages, 1916), la mastodóntica obra maestra de David Wark Griffith (supervisor de producción en esta que nos ocupa), da un toque encantador a su personaje de la infladora de flotadores, un trabajo tan delirante que por eso mismo encaja a la perfección en la trama.
La lista de nombres que participaron en esta gamberrísima genialidad no acaba aquí, porque aún ni hemos mentado quién interpretó a nuestro detective favorito tras el mismo Holmes: Douglas Fairbanks, uno de los actores más famosos e inolvidables de los años del mudo. Auténtico protagonista de películas de acción y aventuras, también sabía desenvolverse de manera magistral en la comedia. Visto hoy, parece increíble que un actor de su popularidad se implicara en semejante proyecto, y más aún incluyendo la magnífica broma final (y debemos aclarar que Douglas Fairbanks sí que escribió numerosos guiones de cine, por lo que hay que añadir la capacidad de saber reírse de sí mismo a sus ya numerosas cualidades). En la dirección, un oscuro John Emerson y un todo terreno que acabaría su carrera a finales de los 40, Christy Cabanne, no acreditado. Los aficionados al cine fantástico quizá lo recuerden como el director de la única película en color como protagonista del gran Bela Lugosi, Miedo a la muerte (Scared to Death, 1946). El misterio de los peces saltadores queda como un magnífico ejemplo de una época loca donde la comedia podía tratar cualquier tema con una libertad que quizá hoy también exista, pero desde luego no con esa falta de pretensiones, con esa naturalidad, con el único objetivo de hacer reír al espectador sin tomarlo por tonto, donde lo delirante venía apoyado por un gag casi a cada plano y una imaginación visual prodigiosa. Sí, ya, es verdad, no todas las películas eran así, pero estamos soñando.
José Luis Forte
© Revista EAM / Cáceres
Ficha técnica
USA, 1916. Título original: The Mistery of the Leaping Fish. Directores: Christy Cabanne y John Emerson. Guion: Tod Browning, con intertítulos de Anita Loos. Productora: Triangle Film Corporation. Estreno: 11 de junio de 1916. Fotografía: John W. Leezer. Supervisor: David Wark Griffith. Ayudante de cámara: Karl Brown. Intérpretes: Douglas Fairbanks, Bessie Love, Allan Sears, Tom Wilson, George Hall, William Lowery, Joe Murphy, Alma Rubens, Charles Stevens, B. F. Zeidman.
A continuación, pueden ver la versión cinematográfica de 1916 de The Mystery of the Leaping Fish. Existe una copia restaurada —en 2003— de 35mm en el Museo de Arte Moderno de New York.