La etapa del cine mudo nos dejó grandes películas, obras maestras plenas de riesgo y experimentación, muchas de ellas logrando una capacidad expresiva y unas cotas artísticas incluso hoy día difíciles no ya de superar, sino en ocasiones de igualar. Pero, cómo no, también gran cantidad de películas más intrascendentes y comerciales. El sistema de grandes estudios norteamericano, plenamente desarrollado ya en la década de los años 20, buscaba igual que ahora el éxito inmediato y las ganancias económicas generadas por él. Parte imprescindible de este éxito se basaba en las grandes estrellas cinematográficas. Actores y actrices se promocionaban como la nueva revelación o la gran adquisición y las películas que protagonizaban recogían triunfos y fracasos tal que ahora mismo. En fin, pocas cosas han cambiado en un siglo si nos olvidamos de los formatos y de cómo se ven las películas.
Las estrellas levantaban pasiones desatadas y cada nuevo estreno de las más populares era esperado con máxima expectación. Algunas de las más famosas en su tiempo están hoy olvidadas, aunque internet ha logrado que desde diversas páginas se recupere la memoria de muchas de ellas. Ver sus películas puede resultar en ocasiones una tarea de titanes, en otras imposible debido a todas las películas perdidas debido al frágil soporte que es el celuloide, sumado a que entonces no se pensaba en el concepto de preservación de un legado. El cine era arte de masas, y como tal de consumo inmediato y vida breve.
Una de estas estrellas de enorme éxito en su momento pero pronto olvidada con la llegada del cine sonoro, ese cementerio para muchos pero también ese renacimiento de un arte que apenas tenía tres décadas de existencia, fue la magnífica Colleen Moore. Actriz de enorme popularidad en los años 20, lograría protagonizar alguna película sonora en los años 30, pero su estrella para entonces se había apagado y abandonó el cine. Afortunadamente la historia de Colleen Moore ni es triste ni tuvo un final deprimente: supo invertir en diversos negocios las inmensas ganancias que le generó su etapa de éxito y nunca tuvo que sufrir ni la pobreza ni el deterioro moral que sí padecieron muchas de esas estrellas que brillaron fulgurantes y se apagaron con la misma rapidez con la que habían cegado al mundo.
En su mejor momento, Colleen Moore fue una estrella de comedias ligeras y divertidas. Su éxito fue arrollador, siendo su imagen de flapper tanto modelo como reflejo de muchas jóvenes de la época. En los años 20, una flapper era lo que consideraríamos una chica moderna. Una revolución frente al recatamiento anterior: estas nuevas jóvenes bebían, fumaban, bailaban en fiestas interminables al ritmo de esa nueva música del demonio llamada jazz, habían tirado sus corsés a la basura, vestían de manera atrevida y se habían cortado el pelo. Un corte de pelo a la garçon, a lo chico, que tuvo su imagen en el cine en dos actrices que revolucionaron la pantalla y expresaron este nuevo sentir: Louise Brooks y Colleen Moore. La gran Louise Brooks haría su escapada a Alemania para protagonizar películas, como ella misma contaba, más artísticas que la sacaran de los papeles estúpidos que le ofrecían. Colleen Moore nunca huyó de nada. Aceptó lo que le tocó en suerte, y cuando lo bueno terminó se retiró igual de plácidamente.
Ella Cinders, dirigida en el año 1926 por Alfred E. Green (un director que logró superar el corte del sonoro y acabó sus días trabajando para la televisión), es una película protagonizada por Colleen Moore en su etapa de mayor popularidad. Aquí muestra su imagen de flapper, aunque solo la imagen porque la historia no daba para mostrar fiestas ni locuras, salvo la locura misma de su divertido guion. Inspirada en un cómic (el formato de entonces era el de la comic strip o tira de prensa) creado por William M. Conselman y Charles Plumb (que por desgracia no he leído), la historia que nos narra la película es bien sencilla. Su título ya nos da una pista más que clara: Ella Cinders es una moderna Cinderella, una Cenicienta de nuestros tiempos que intentará huir de sus malvadas madrastra y hermanastras gracias a un concurso que se celebra en su pueblo y que llevará a la ganadora a protagonizar una película en Hollywood.
La película comienza mostrando la triste vida de Ella como criada de sus insoportables familiares. Pero cuidado, que pese a su penosa situación estamos viendo una comedia y desde el primer momento las risas están aseguradas. En especial por la increíble actuación de Colleen Moore, llena de vida, vibrante, emocionante en cada gesto y de una fuerza que resulta prodigiosa. Creedme que la película es ella, es Colleen Moore brillando a través del tiempo con una intensidad incombustible.
A pesar de su final, impostado y resuelto con un recurso que es puro deus ex machina, esto es, que se lo sacan de la manga cuando les parece y porque sí, y que el mismo Green resuelve con unos pocos precipitados planos, el resto es una maravilla. Eso sí, nada de experimentos formales ni descubrimientos narrativos impresionantes: esto es cine comercial de los años 20. Y viéndolo hoy, uno sueña con que el cine comercial de nuestros tiempos fuera tan solo una décima parte de bueno.
Hay dos secuencias que a mi gusto destacan de manera especial. En ambas Colleen Moore está colosal y resulta imposible no reírse a carcajadas con su maravillosa interpretación. Una es cuando Ella se está preparando para el concurso siguiendo las indicaciones de un libro sobre cómo ser una buena actriz. Todo un recital de expresiones faciales que Moore desgrana con un encanto que no parece de este mundo. La otra, su viaje en tren camino a Hollywood para probar las mieles del éxito. El vagón en el que viaja está vacío y Ella se queda dormida. El tren hace una parada y el vagón se llena de indios con sus trajes de guerra (la solución a por qué van así también es sorprendente). Tres se sientan junto a ella y comienzan a fumar unos enormes puros. Las reacciones de nuestra heroína al despertar y ponerse a fumar con ellos un puro al que la invitan y que no se atreve a rechazar son impagables.
Como curiosidad, cuando Ella está al fin en Hollywood, el director que la descubre para la pantalla está interpretado por el mismo director de la película, Alfred E. Green. La película también cuenta con un cameo, una aparición breve, de un actor de cine cómico muy famoso de la época, otro grande: Harry Langdon.
En fin, no puedo sino recomendar de corazón esta película tan sencilla como maravillosa. Si no adoráis a Colleen Moore al terminar de verla, cosa que imagino igual a alguien le podría pasar, no perdáis la fe en vosotros mismos. Si os maravilló como a mí, podéis visitar esta fantástica página donde pervive para nosotros la eterna Colleen Moore: The Colleen Moore Project. A la altura de su memoria.
Por José Luis Forte
Escribe encerrado en una cueva, nunca entra el sol.
Proyecta películas en la pared, ni que fuera Platón.
Cuando sale se divierte, aunque solo piensa en volver.
Cuando por las noches llueve, también le gusta leer.
arthurmachen [@] hotmail.com
La décima víctima
Escribe encerrado en una cueva, nunca entra el sol.
Proyecta películas en la pared, ni que fuera Platón.
Cuando sale se divierte, aunque solo piensa en volver.
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