Contaba con veintidós años el joven Béla Tarr cuando comenzaba su carrera como director, realizando documentales que retrataban la pobreza de Hungría. Dichos proyectos llamarían la atención de los Béla Balázs Studios que serían parte fundamental de su carrera. Hoy con 56 años de edad y con un total de 9 películas, Béla Tarr se ha convertido en un director de culto, que sin duda ha marcado al cine mundial. Este año ha presentado en el Festival de Cine de Berlín, “The Turin Horse” (A Torinói ló, 2011), cinta que (por desgracia) será la última película en su carrera como director. El filme obtuvo el premio de la Federación Internacional de Críticos de Cine (FIPRESCI) y el Premio Especial del Jurado en la capital germana.
The Turin Horse parte de un hecho histórico, el 03 de enero de 1889 el filósofo Friedrich Wilhelm Nietzsche (1844-1900) comenzó a atravesar sus últimos días de lucidez mental, antes de hundirse en la demencia. En esta etapa está enmarcado el episodio de su abrazo a un caballo que estaba siendo maltratado por su dueño, le pidió disculpas en nombre de la humanidad por la brutalidad humana.
Olvídense, por un momento, de Nietzsche. Béla Tarr nos propone un viaje seco, cruel y apocalíptico al lado de un padre anciano, su hija y el citado equino. “The Turin Horse” abre con una voz en off narrando la historia del pensador alemán; seguidamente vemos a un anciano (Janos Derszi), su caballo y una carreta, fotografía en blanco y negro. El viento agresivo trae polvo y hierbas secas durante un largo recorrido hasta su casa, en ese momento un rótulo nos indica que estamos en el “Primer día”. La película está dividida en seis capítulos traducidos al mismo número de días. El anciano llega a su humilde hogar, lo espera su hija (Erika Bok). Durante gran parte del filme observaremos la misma rutina que se repite día tras día: la hija se levanta, va al pozo a recoger agua, cocina patatas, toman Pálinka (Un aguardiente hecho de frutas típico de Hungría), despierta a su padre y lo viste (parece que uno de sus brazos esta paralizado). En ese primer día el padre intenta sacar al caballo pero no consigue que se mueva. El caballo cansado no camina hacia ninguna dirección, parece haber perdido el deseo de moverse, de comer y ha decidido solamente esperar el final. A partir de este momento con el animal como protagonista cambian los aires de la narración. No hay diálogos y ni falta que hacen, llegando a la hora de metraje aparece un emisario soltando una ráfaga de diálogos filosóficos y anunciando una catástrofe, tiempos difíciles se acercan. Los cinco días restantes siguen el mismo patrón, todo es rutinario, pero todo comienza a complicarse, van apareciendo ciertos personajes que socavan dicha situación, de los que no daré más detalles.
Durante el visionado del filme he recordado una de las mejores películas latinas, la magistral: Vidas secas (Brasil, 1963) de Nelson Pereira dos Santos. Un clima parecido acompaña a "The Turin horse". Aquí no hay explosiones ni locura colectiva, hay silencios de muerte, una atmosfera asfixiante, la pieza musical que actúa como fondo está impregnada de dolor, cargada de melancolía, acompañando a un viento sopla sin piedad trayendo oscuridad y misterio. Es magistral la manera que Béla Tarr nos propone el fin del mundo, aún siguen rondando en mi cabeza cada uno de los días y me provoca pánico. El cineasta magyar logra que suframos con los personajes, es un miedo extraño, profundo y macabro.
Una propuesta sobria y lúgubre donde hay lugar para la ternura en la relación entre un padre enfermo y una hija que debe darlo todo por él. Una historia de fortaleza y, a la vez, con aires de impotencia. Cámara fija en el interior de la casa como último reducto de humanidad. Afuera todo es turbio, desolado, estéril, erosionado, sin vida. Una sensación de frío que provoca el deseo de estar en el interior. Hay un par de planos que me encantaron, particularmente uno: Mientras están sentados a la mesa comiendo, la cámara enfoca primero al padre, luego la hija y por ultimo juntos, todo esto en días diferentes, fue un detalle que me dejo fascinado.
Increíblemente al final quien se ha quedado quieto, sin moverse, es otro; nos han quitado nuestras ilusiones. “The Turin Horse” se vuelve con todo eso una cinta enigmática, una película para todos y para nadie, una obra maestra.
Por Olvín Otero
Otaku del cine, veo el arte como ente de cambio,
headbanger en las espesas hierbas de un bosque milenario,
danzando enloquecido en los claros de los espíritus y en hondos huecos de los fantasmas internos
Edición de Emilio Luna
Cinema 2.0
Otaku del cine, veo el arte como ente de cambio,
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