crítica de El árbol de la vida | The Tree of Life, Terrence Malick, 2011
“Magnético tratado sobre la vida y la naturaleza centrado en el espíritu humano. Evocadora e inspiradora, El Árbol de la Vida no sólo toca la óptica también secuestra nuestra memoria proyectándola como un precioso álbum sobre la infancia."
“…hay dos caminos que puedes seguir en la vida: el de la Naturaleza y el de lo Divino. Debes elegir cual vas a seguir. Lo Divino no busca agradarse a sí mismo, acepta ser desairado, olvidado, no agrada. Acepta los insultos y las heridas. La Naturaleza sólo busca agradarse a sí misma y conseguir que otros la agraden... Encuentra razones para ser infeliz cuando todo el mundo que la rodea resplandece y el amor sonríe a través de todas las cosas. Nos enseñaron que nadie que amara el camino de lo Divino acabaría mal. Yo te seré fiel, no importa lo que me suceda…”. Terrence Malick es una “rara avis”. En plena época donde la mercadotecnia es el único sentido cinematográfico el director tejano representa el alma, la vida y la originalidad en forma de celuloide. Malick elige el camino de la gracia y lo divino en su último filme, El árbol de la vida (The Tree of Life, 2011).
Alejada de cualquier tipo de convencionalismo, la filmografía de Malick ha mantenido una estrecha relación con la naturaleza y el espíritu humano. Desde Malas tierras (Badlands, 1973) hasta El nuevo mundo (The New World, 2005), pasando por Días del cielo (Days of Heaven, 1978) y La delgada línea roja (The Thin Red Line, 1998) han tratado el estrecho vínculo entre alma y natura. Esta escueta carrera le ha valido la consideración de director de culto. Cada filme con su firma representa el lado pictórico del cine, ese que desnuda al hombre, su esencia inherente, la luz interna que delimita su camino. Una experiencia extra-cinematográfica reflejo de una personalidad arraigada en la sombra, fuera del foco mediático y donde cada sutil y elaborado trabajo está provisto de un halo místico y personal. Algo que en El árbol de la vida, ganadora de la Palma de Oro del pasado festival de Cannes, se eleva a la máxima potencia.
Un proyecto cuya gestación alcanza tono autorreferencial. Ya desde su etapa universitaria, como estudiante de filosofía en Harvard, Terrence Malick se acercó a los conceptos del origen del mundo con autores como Soren Kierkegaard (1813-1855) y Martin Heidegger (1889-1976). Pensadores muy presentes en el mensaje de El árbol de la vida. Un mensaje moldeado con la propia experiencia personal de su director. Un emotivo retrato familiar que nos traslada a las cuestiones y dudas planteadas en la niñez y que en la etapa adulta tienen pragmática respuesta. Dejando a un lado la presunta religiosidad del filme, conjunción evidente (casi obligada) con cualquier trama sobre el nacimiento del espíritu, El árbol de la vida es una elegía, llena de bella retórica, sobre la existencia de la existencia.
El comienzo del metraje nos remite al anterior filme de Malick, El nuevo mundo, una maravillosa fábula sobre el amor y la naturaleza que tuvo un silencioso paso por las carteleras del planeta. Desde el umbral de una cabaña se vislumbra una mirada a la vida, un vistazo a los recuerdos y la nostalgia, a todos los sentimientos bondadosos y etéreos que siempre acompañan. Un prólogo que da a lugar a un enorme torrente visual, pleno en imágenes evocadoras que trasladan al espectador al comienzo de los tiempos. Un virtuoso carrusel de instantáneas que golpean con vehemencia el iris y que atrapan con un aura de misticismo poco proclive en las artes contemporáneas. Una plasticidad inalcanzable gracias al talentoso trabajo del operador Emmanuel Lubezki y el compositor Alexandre Desplat (y todas las piezas clásicas que lo complementan). Magia hecha cine que, pese a su exultante pretenciosidad y complejidad, encuentra su verdadero valor cuanto mayor sea el nivel de atención.
Un primer segmento que jamás encontrará la unanimidad del público y que explica con clarividencia el alma de la obra de Terrence Malick. Una primera parte que parece un eco de la obra del nombrado Kierkegaard, “Etapas del camino de la vida” (Stadier paa Livets Vei), y sus tratados sobre el existencialismo, tendencia clave en el pensamiento filosófico del siglo XIX europeo. Como ocurre en numerosas ocasiones, la complejidad provoca confusión y, con ésta, la posible divergencia con el segundo tramo de El árbol de la vida. Un barroco lienzo sobre la infancia tratado con una elegancia y detalle nunca reflejado de este modo en treinta y cinco milímetros. Si la primera fracción del largometraje se gana a una maravillada retina, la segunda golpea directamente a la memoria y al corazón.
La dualidad presentada en la cita del primer párrafo de este artículo toma forma corpórea. La gracia con el rostro de Jessica Chastain, como entregada y generosa figura materna; la naturaleza con los rígidos valores personalizados por Brad Pitt cómo silueta paterna. Todo en el seno de una familia donde sus pequeños integrantes van descubriendo cómo es la vida, cómo son los sentimientos, que supone crecer. Un retorno a la puericia, a ese recuerdo imborrable que jamás nos abandona, el mismo que anhelamos cuando todo se torna en oscuridad. Sin duda alguna, un hilo central que merece todos los elogios y que tiene una capacidad evocadora inigualable. Un justo premio para mentes avezadas que han sido atraídos por el potente magnetismo de la narrativa del cineasta nacido en Waco (Texas).
Un primer segmento que jamás encontrará la unanimidad del público y que explica con clarividencia el alma de la obra de Terrence Malick. Una primera parte que parece un eco de la obra del nombrado Kierkegaard, “Etapas del camino de la vida” (Stadier paa Livets Vei), y sus tratados sobre el existencialismo, tendencia clave en el pensamiento filosófico del siglo XIX europeo. Como ocurre en numerosas ocasiones, la complejidad provoca confusión y, con ésta, la posible divergencia con el segundo tramo de El árbol de la vida. Un barroco lienzo sobre la infancia tratado con una elegancia y detalle nunca reflejado de este modo en treinta y cinco milímetros. Si la primera fracción del largometraje se gana a una maravillada retina, la segunda golpea directamente a la memoria y al corazón.
La dualidad presentada en la cita del primer párrafo de este artículo toma forma corpórea. La gracia con el rostro de Jessica Chastain, como entregada y generosa figura materna; la naturaleza con los rígidos valores personalizados por Brad Pitt cómo silueta paterna. Todo en el seno de una familia donde sus pequeños integrantes van descubriendo cómo es la vida, cómo son los sentimientos, que supone crecer. Un retorno a la puericia, a ese recuerdo imborrable que jamás nos abandona, el mismo que anhelamos cuando todo se torna en oscuridad. Sin duda alguna, un hilo central que merece todos los elogios y que tiene una capacidad evocadora inigualable. Un justo premio para mentes avezadas que han sido atraídos por el potente magnetismo de la narrativa del cineasta nacido en Waco (Texas).
El filme supone una semilla para nuestra mente, la misma que tocó la imaginación (allá por los años setenta con ese pequeño embrión llamado Q --primera aproximación a El árbol de la vida--) de este autor, impertérrito ante el alocado ritmo cinematográfico actual. Un director que desafía las leyes marcadas y nos invita a un viaje a nuestro interior a través del sendero de la nostalgia. El árbol de la vida concluye con una metáfora que recoge toda la esencia proyectada en estas cortas dos horas y media de metraje. La vida no es nada sin la muerte. Es el camino donde los recuerdos son un fiel acompañante. No somos nada sin ellos. Sea el camino de lo natural o de lo divino el elegido, nuestro espíritu es nuestra experiencia. Manténgase abiertos, sean fieles a sí mismos.
Lo mejor| Impresionante despliegue técnico. La dirección de Malick.
Lo peor| Se pierde su mensaje por momentos. Pese a su originalidad pudiera ser considerada una obra menor del autor de Malas Tierras.
Puntuación| 8.8/10
¿Cuándo tocaste mi corazón por primera vez?
Emilio Luna.
editorial.
Lo mejor| Impresionante despliegue técnico. La dirección de Malick.
Lo peor| Se pierde su mensaje por momentos. Pese a su originalidad pudiera ser considerada una obra menor del autor de Malas Tierras.
Puntuación| 8.8/10