Melancolía | Melancholia, Lars Von Trier (2011)
“Mágico y reflexivo tratado sobre el ego, la vida y la muerte impregnado de un embriagador magnetismo en su segundo segmento que evoca la esencia y los miedos del ser humano."
El fin del mundo se acerca. Y lo hace, a ojos de los de autores europeos, de forma íntima y sin estridencias. Una afirmación que se extrae de dos de los largometrajes de mayor repercusión en la temporada de festivales: 4:44 Last Day on Earth (Abel Ferrara, 2011) y Melancholia (Lars Von Trier, 2011) que se unen a la norteamericana Another Earth (Mike Cahill, 2011) en una mirada introspectiva a la psique humana cuando el final se haya más cerca. En la oscuridad, aparece una recreación fidedigna del espíritu; un dibujo tan turbador cómo lleno de belleza. Es la mejor definición posible para el filme que hoy nos ocupa. Melancholia, es arte en su forma más vehemente, alumbrada por un virtuoso analista de los sentimientos más lúgubres y primarios, una película dotada de la personalidad de un cineasta que hace de su obra su propio retrato.
Von Trier, un genio incomprendido, ha firmado obras claves de la cinematografía europea de los últimos veinte años. Rompiendo las olas (Breaking the Waves, 1996); Bailar en la oscuridad (Dancer in the Dark, 2000) o Dogville (2003) son historia viva del cine continental y la constatación de una de la figuras referentes de la historia del cine nórdico. Con una filmografía irregular a sus espaldas, a caballo entre el dogma inicial y la deriva de sus últimas creaciones (Manderlay –2005-- y la poderosa pero insatisfactoria Anticristo –Antichrist, 2009-), Von Trier vuelve al camino con Melancholia. Un filme que supone el retorno del nihilismo, de la filosofía irracional y emocional. Lo hace en forma de díptico, con un planeta de grandes dimensiones que amenaza a la Tierra mientras en un lugar de ésta se celebra un peculiar enlace.
Tras una larga y poco acertada “overture” que recuerda levemente a su coetánea El árbol de la vida (The Tree of Life, Terrence Malick, 2011), Melancholia se presenta en dos segmentos bien diferenciados. A cada uno le dan nombre sus protagonistas: Justine y Claire. Dos episodios repletos de simbología y un dominio técnico sobresaliente. Desde grandes planos elevados por la sensacional fotografía del operador Manuel Alberto Claro hasta minimalistas enfoques que ahondan en el proceso interior de dos hermanas azotadas por la duda, el miedo y, ahora, el destino. La evolución de ambas es más que evidente tras el paso del metraje. Enorme mérito de unas entregadas actrices con la piel y voz de Charlotte Gainsbourg y Kirsten Dunst. Ellas son la musa que no sólo inspira a su director también a un espectador maravillado con semejante despliegue.
Kirsten Dunst, en el mejor papel de su carrera, compone a una insegura y depresiva Justine. Un personaje que se va cubriendo de tristeza en el día más importante de su vida. Ajena a la catástrofe que se avecina, la paulatina llegada de Melancholia marcha paralelo a la pérdida de la ilusión vital. Este segmento aúna momentos maravillosos con otros frívolos e insustanciales. Cómo ocurre con la apertura, todo se antoja superficial. Por suerte Dunst, rescata la función con esta compleja caracterización que le otorgó la Palma de Oro en la pasada edición de Cannes. No sería descabellado pensar en una nominación a los grandes premios americanos. La virgen suicida luce más hermosa y taciturna que nunca. Si Dunst representa la gracia en Melancholia, Gainsbourg es el miedo.
Del vano primer capítulo, a la tensa y maravillosa espera del segundo fragmento. Una parte sobresaliente donde el horror de Claire ante una posible mirada a la muerte llega a nuestro sistema nervioso. Gainsbourg, en su segunda colaboración consecutiva con el director danés, borda una interpretación llena de ansiedad y angustia. Cada ojeada suya al firmamento supone un momento de inflexión en Melancholia.
Un filme irregular, con momentos mágicos que golpean nuestro corazón y retina por instantes, con otros menos inspirados y superfluos. Melancholia es más que un drama familiar lleno subterfugios morales y místicos. Es la dicotomía sobre la esencia de la vida. La visión de cada segmento variará según el prisma pero en líneas generales nos encontramos antes una obra sugerente, inteligente y de excelente factura. Es la vuelta del mejor Von Trier.
“La vida no vale nada, pero nada vale una vida.”
Albert Camus.
Lo mejor: Kirsten Dunst y Charlotte Gainsbourg.
Lo peor: La overture y partes frívolas del segmento dedicado a Justine.
Puntuación: 8|10
El fin del mundo se acerca. Y lo hace, a ojos de los de autores europeos, de forma íntima y sin estridencias. Una afirmación que se extrae de dos de los largometrajes de mayor repercusión en la temporada de festivales: 4:44 Last Day on Earth (Abel Ferrara, 2011) y Melancholia (Lars Von Trier, 2011) que se unen a la norteamericana Another Earth (Mike Cahill, 2011) en una mirada introspectiva a la psique humana cuando el final se haya más cerca. En la oscuridad, aparece una recreación fidedigna del espíritu; un dibujo tan turbador cómo lleno de belleza. Es la mejor definición posible para el filme que hoy nos ocupa. Melancholia, es arte en su forma más vehemente, alumbrada por un virtuoso analista de los sentimientos más lúgubres y primarios, una película dotada de la personalidad de un cineasta que hace de su obra su propio retrato.
Von Trier, un genio incomprendido, ha firmado obras claves de la cinematografía europea de los últimos veinte años. Rompiendo las olas (Breaking the Waves, 1996); Bailar en la oscuridad (Dancer in the Dark, 2000) o Dogville (2003) son historia viva del cine continental y la constatación de una de la figuras referentes de la historia del cine nórdico. Con una filmografía irregular a sus espaldas, a caballo entre el dogma inicial y la deriva de sus últimas creaciones (Manderlay –2005-- y la poderosa pero insatisfactoria Anticristo –Antichrist, 2009-), Von Trier vuelve al camino con Melancholia. Un filme que supone el retorno del nihilismo, de la filosofía irracional y emocional. Lo hace en forma de díptico, con un planeta de grandes dimensiones que amenaza a la Tierra mientras en un lugar de ésta se celebra un peculiar enlace.
Tras una larga y poco acertada “overture” que recuerda levemente a su coetánea El árbol de la vida (The Tree of Life, Terrence Malick, 2011), Melancholia se presenta en dos segmentos bien diferenciados. A cada uno le dan nombre sus protagonistas: Justine y Claire. Dos episodios repletos de simbología y un dominio técnico sobresaliente. Desde grandes planos elevados por la sensacional fotografía del operador Manuel Alberto Claro hasta minimalistas enfoques que ahondan en el proceso interior de dos hermanas azotadas por la duda, el miedo y, ahora, el destino. La evolución de ambas es más que evidente tras el paso del metraje. Enorme mérito de unas entregadas actrices con la piel y voz de Charlotte Gainsbourg y Kirsten Dunst. Ellas son la musa que no sólo inspira a su director también a un espectador maravillado con semejante despliegue.
EL APOCALIPSIS SEGÚN TRIER |Alexander Skårsgard y Kirsten Dunst en 'Melancolía', de Lars Von Trier |
Kirsten Dunst, en el mejor papel de su carrera, compone a una insegura y depresiva Justine. Un personaje que se va cubriendo de tristeza en el día más importante de su vida. Ajena a la catástrofe que se avecina, la paulatina llegada de Melancholia marcha paralelo a la pérdida de la ilusión vital. Este segmento aúna momentos maravillosos con otros frívolos e insustanciales. Cómo ocurre con la apertura, todo se antoja superficial. Por suerte Dunst, rescata la función con esta compleja caracterización que le otorgó la Palma de Oro en la pasada edición de Cannes. No sería descabellado pensar en una nominación a los grandes premios americanos. La virgen suicida luce más hermosa y taciturna que nunca. Si Dunst representa la gracia en Melancholia, Gainsbourg es el miedo.
Del vano primer capítulo, a la tensa y maravillosa espera del segundo fragmento. Una parte sobresaliente donde el horror de Claire ante una posible mirada a la muerte llega a nuestro sistema nervioso. Gainsbourg, en su segunda colaboración consecutiva con el director danés, borda una interpretación llena de ansiedad y angustia. Cada ojeada suya al firmamento supone un momento de inflexión en Melancholia.
Un filme irregular, con momentos mágicos que golpean nuestro corazón y retina por instantes, con otros menos inspirados y superfluos. Melancholia es más que un drama familiar lleno subterfugios morales y místicos. Es la dicotomía sobre la esencia de la vida. La visión de cada segmento variará según el prisma pero en líneas generales nos encontramos antes una obra sugerente, inteligente y de excelente factura. Es la vuelta del mejor Von Trier.
“La vida no vale nada, pero nada vale una vida.”
Albert Camus.
Emilio Luna.
Lo mejor: Kirsten Dunst y Charlotte Gainsbourg.
Lo peor: La overture y partes frívolas del segmento dedicado a Justine.
Puntuación: 8|10