"Estruendoso y fallido espectáculo pirotécnico lleno de clichés y carente de vida donde la propaganda y la moralina son los estandartes de un guión endeble y una desatinada dirección."
Se cumplen cincuenta años desde que Yuri Gagarin (1934-1968) se convirtiera en el primer hombre en atravesar la atmósfera y surcar el espacio exterior. Un sueño que acompañó al ser humano en sus orígenes y que el cosmonauta ruso hizo realidad en otro consecuente paso de la evolución y el progreso. Un progreso que aún no ha desvelado la respuesta de una de las inherentes cuestiones de la humanidad. Aquella que se pregunta si nuestro planeta es un lugar exclusivo para la vida inteligente en el universo. Precisamente, reflejo de la naturaleza humana, el cine ha retratado como una amenaza inmisericorde la posible presencia de vida en otros sistemas solares. Lejos del retrato de Steven Spielberg en Encuentros en la Tercera Fase (Close Encounters of the Third Kind, 1977) o E.T, El Extraterrestre (1982), el séptimo arte ha trasladado en forma de invasión una posible visita de habitantes de otros mundos. El objetivo, los sabios recursos de la madre naturaleza. Ciencia-ficción como una reivindicación clara en contra del consumismo y la desigualdad.
La pantomima de Orson Wells en su programa de radio en 1938, descubrió los miedos de una población que huye del enigma. Un recurrente bulo que movilizó ciudades ante una amenaza extraterrestre basado en la novela de H.G Wells, La Guerra de los Mundos. Su posterior adaptación cinematográfica por Byron Haskin en 1953 abrió las puertas a un género que ha sido clave en el cine de entretenimiento de las últimas cuatro décadas. Dibujados de diferentes formas y cualidades, los alienígenas han viajado por el espacio interestelar vestidos con forma y piel humana (el serial V -1984-); cómo grandes estrategas (La Guerra de los Mundos -1953/2005- e Independence Day -1996-); en forma de asedio anónimo y silencioso (La Invasión de los Ultracuerpos -1978-) o cómo sociedad desamparada (District 9 -2009-). Centenares de producciones de diverso índole que han creado un género propio y atemporal siempre atractivo para el público. Justamente en el mismo año que el primer hombre voló alrededor de la Tierra, llegan numerosas creaciones de temática similar: Skyline (Strausse Brothers, 2010); Battlefield (Peter Berg, 2011); la segunda temporada de la nueva versión de V (Scott Peters, 2011); Super 8 (J.J Abrams, 2011) y el filme que hoy nos ocupa, Invasión a la Tierra (Battle Los Angeles, 2011).
Dirigida por el joven realizador Jonathan Liebesman, Battle Los Ángeles (“Invasión a la Tierra” como título en castellano) era una de las apuestas de gran estudio de la temporada, precedido de atractivos avances y una sólida campaña viral. El resultado ha sido cercano al fracaso de crítica y público que espera remontar en el mercado doméstico. El director sudafricano, con una corta carrera en cintas de terror y misterio, demuestra cierta bisoñez ante un proyecto monocorde y poco trabajado. La pauta la marca un guión sin matices que adolece de una falta de inspiración alarmante. Un producto que no esconde sus limitaciones en ningún momento y que acomoda la vista y el cerebro del espectador a las emociones más anodinas. Carente de nervio y de atmósfera, Invasión a la Tierra no deja ningún tipo de sensaciones otorgándole todo el peso narrativo al simplificado equilibrio entre el ruido y la partitura musical. Nada resulta creíble en un escenario donde la épica brilla por su ausencia en lo que pudiera haber sido cualquier episodio piloto de un serial televisivo.
Poco importa la presencia del estupendo Aaron Eckhart; actor de contrastada versatilidad que, sin embargo, cómo el resto de compañeros y elementos del filme luce hierático ante un torrente de tópicos que dejan Invasión a la Tierra como una Serie B de alto presupuesto. Liebesman alarga los diálogos de manera constante, buscando el discurso y la arenga que despierte al espectador de este espectáculo disonante. Propaganda pro-bélica llena de testosterona y ensalzamiento militar cuyas sensaciones se acercan peligrosamente a la fina línea que separa la mediocridad de la vergüenza. Tan sólo su corta duración y cierta amabilidad del receptor de las imágenes pueden dar cierto crédito a un filme estólido e inerte. De nada sirve el ritmo y la celeridad si no habita en ellas un atisbo de profundidad. Probablemente, las retinas de Gagarin experimentaron la mejor de las producciones cinematográficas sin necesidad de armarla de ruidos, música o discursos solemnes.
Lo Peor: Un paupérrimo guión unido a una impersonal dirección de Liebesman cómo puntas de lanza de un producto insalvable.
Puntuación: 4/10 CINE USA 2011/CIENCIA-FICCIÓN.