Si existiera la figura de “mi abuelo cinematográfico” ese sería Manuel Alexandre. Siendo muy pequeño, mis primeros escarceos en el mundo del cine desembocaban en las matinales de la cadena estatal. Por entonces la televisión era un genial y limitado entretenimiento para un niño con aspiraciones de explorador.
Dibujos animados con David El Gnomo, Los Diminutos y Don Quijote; series como El Coche Fantástico, McGyver y el Equipo A; películas infantiles como de Julio Verne o las películas de Parchís. Parchís, aquel mediático grupo infantil que significaban el fenómeno fan de los ochenta. En aquellas amenas e ingenuas películas resaltaba la figura de un abuelo sosegado, humilde y bonachón, ese era Manuel Alexandre.
En aquella época y con esa edad, no se es consciente de filmografías o críticas, sólo piensa en disfrutar y jugar. Se me quedó marcado ese actor, que despedía carisma y cariño por los cuatro costados. No conocía su nombre, sólo una sonrisa pícara y su contagiosa risa. Con el paso del tiempo, la razón y el conocimiento llegan pero sin limitar la memoria. Años después a ese rostro le puse nombre y me alegraba verlo siempre en la pantalla cada noche en “Los Ladrones van a la Oficina”. Una típica serie española que veía mi familia cada noche en la que yo deseaba ir a la cama para soñar en nuevas aventuras. A medida que mi interés por el cine iba en aumento conocí que este entrañable abuelito había trabajado en Bienvenido Mr. Marshall (1952), Muerte de un Ciclista (1955), Plácido (1961), El Ángel de la Guarda (1996) o Elsa y Fred (2006) junto centenas de cintas, obras de teatro y productos televisivos.
Dibujos animados con David El Gnomo, Los Diminutos y Don Quijote; series como El Coche Fantástico, McGyver y el Equipo A; películas infantiles como de Julio Verne o las películas de Parchís. Parchís, aquel mediático grupo infantil que significaban el fenómeno fan de los ochenta. En aquellas amenas e ingenuas películas resaltaba la figura de un abuelo sosegado, humilde y bonachón, ese era Manuel Alexandre.
En aquella época y con esa edad, no se es consciente de filmografías o críticas, sólo piensa en disfrutar y jugar. Se me quedó marcado ese actor, que despedía carisma y cariño por los cuatro costados. No conocía su nombre, sólo una sonrisa pícara y su contagiosa risa. Con el paso del tiempo, la razón y el conocimiento llegan pero sin limitar la memoria. Años después a ese rostro le puse nombre y me alegraba verlo siempre en la pantalla cada noche en “Los Ladrones van a la Oficina”. Una típica serie española que veía mi familia cada noche en la que yo deseaba ir a la cama para soñar en nuevas aventuras. A medida que mi interés por el cine iba en aumento conocí que este entrañable abuelito había trabajado en Bienvenido Mr. Marshall (1952), Muerte de un Ciclista (1955), Plácido (1961), El Ángel de la Guarda (1996) o Elsa y Fred (2006) junto centenas de cintas, obras de teatro y productos televisivos.
Considerado un secundario de lujo, para mi era más que eso. Un actor impresionante que siempre tenía algo que ofrecer. Cuando supe que iba a interpretar hace dos años al General Franco, me quedé alucinado con la capacidad de este actor que merece todos los elogios. Hablan los más cercanos que todo lo que yo veía cuando era pequeño, era cierto. Sinceramente me alegro mucho de haber crecido con un actor cómo él tan cerca. Parte de mi amor por el cine, se lo debo a él, Manuel Alexandre.