|| Críticas | ★★★★☆
Sorda
Eva Libertad
Comunicarse y saber escuchar
Ignacio Navarro Mejía
Málaga |
ficha técnica:
España, 2025. Dirección: Eva Libertad. Guion: Eva Libertad. Producción: Distinto Films. Fotografía: Gina Ferrer. Montaje: Marta Velasco. Música: Aránzazu Calleja. Dirección artística: Anna Auquer. Reparto: Miriam Garlo, Álvaro Cervantes, Elena Irureta, Joaquín Notario. Presentación: Festival de Berlín 2025. Duración: 109 minutos.
España, 2025. Dirección: Eva Libertad. Guion: Eva Libertad. Producción: Distinto Films. Fotografía: Gina Ferrer. Montaje: Marta Velasco. Música: Aránzazu Calleja. Dirección artística: Anna Auquer. Reparto: Miriam Garlo, Álvaro Cervantes, Elena Irureta, Joaquín Notario. Presentación: Festival de Berlín 2025. Duración: 109 minutos.
La película, presentada con éxito en la sección Panorama de la reciente Berlinale y ahora lanzada en competición oficial en el festival de Málaga, sigue con constancia y empatía la experiencia, a lo largo de unos dos años, de una mujer sorda. Esta tiene una pareja oyente (interpretado con gran convicción y cercanía por Álvaro Cervantes) y ambos están en esa fase avanzada de su relación en que la maternidad y paternidad respectivas ya no son un objetivo más o menos inminente, sino una suerte sobrevenida que puede o no acontecerles. Pues bien, poco lleva avanzado el metraje cuando llega la noticia del embarazo, acogido con ilusión por la pareja pero con cierto recelo por los padres de la protagonista (sobre todo la futura abuela), temiendo que la niña que entonces es apenas un feto nazca también sorda. Los médicos afirman que la posibilidad es de un 50%, y la comprobación no puede realizarse hasta pasado un tiempo después del parto, por lo que buena parte de la narración afronta estas dudas, que generan temores distintos según quien las asuma. El conflicto principal es el de la superación de la protagonista para vivir con normalidad pese a su sordera y en su relación con otras personas, pues desde que aparece en pantalla se nos muestra como una mujer autónoma y segura de sí misma. Pero la maternidad es el desencadenante para, progresivamente, hacerla recobrar mayor conciencia y recaer en sus limitaciones, por emplear ahora de nuevo, y más correctamente, esta palabra. La narración es sutil en esta evolución, pues ello se revela, al menos en la primera parte, sobre todo en determinados gestos y miradas (no en contrastes violentos), al margen del lenguaje de signos que ella y todo interlocutor suyo debe emplear. Este lenguaje aparece sin embargo incorporado como una gestualidad natural, como una prolongación del normal comportamiento de cualquiera de los personajes, sordos u oyentes… hasta que esa normalidad deja de ser tal, en paralelo al avance del embarazo, el parto (rodado en un plano secuencia de una tensión y emoción increíbles) y el posterior crecimiento de la niña recién nacida.
Esta progresión enmarca por tanto el conflicto personal y profundiza en él, yendo más allá de la intimidad personal para entrar en el terreno social (aunque sin caer nunca en lo moralista ni didáctico), al abordar varias dimensiones de la maternidad de una mujer sorda, no solo por ella misma sino también en relación con otras personas de su entorno. El drama es evidente por la citada diversidad funcional, y aquí las dos realidades son compartidas por las personas sordas y oyentes, pero en verdad son dos realidades, como señalábamos al principio, y ello se confirma en la última parte del metraje, lógica y consecuente con lo narrado hasta entonces. En todo caso, más allá de esos impactantes minutos finales, la virtud más llamativa de Libertad y su equipo (predominantemente femenino) reside precisamente en el riguroso y sensible trabajo con que despliegan la referida progresión de su película. Ya hemos mencionado el marco temporal que abarca, y ese paso del tiempo está escenificado y editado con una fluidez asombrosa, conduciendo cada escena a la siguiente con un ritmo muy ajustado y transiciones invisibles. Esto, en efecto, es tanto mérito de la puesta en escena como del montaje, cuidados hasta un nivel poco habitual en este tipo de cine, que a menudo cae en la austeridad, por no decir la dejadez, estética. En Sorda ocurre todo lo contrario, sin llegar a apostar por una estilización que chocaría con sus pretensiones naturalistas, pues ese cuidado queda patente en el diseño de los encuadres (con una inteligente profundidad de campo en la colocación de los términos, un respeto del juego de ejes y miradas y una sucesión entre ellos basada en el movimiento de los personajes, con sus entradas y salidas de campo u otras acciones orgánicas) o, a mayor escala, en el ensamblaje de las secuencias, consiguiendo como decíamos esa progresión natural. Gracias a ello, tenemos la impresión genuina de haber sido participes privilegiados de la vida de una persona (sintetizados en un par de años), que, aunque pertenezca a una «realidad» distinta de la nuestra, nos genera una empatía que trasciende no solo las condiciones personales, sino la línea que separa la ficción de la realidad, al fin y al cabo, común a todos. ♦
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