|| Críticas | ★★★☆☆
Presence
Steven Soderbergh
Un día más en la oficina
Raúl Álvarez
ficha técnica:
EE.UU. 2024. Título original: Presence. Director: Steven Soderbergh. Guion: David Koepp. Productores: Julie M. Anderson, Corey Bayes, H.H. Cooper, Gus Gustafson, Claire Kenny, David Koepp, Samara Levenstein, Ken Meyer. Productoras: Extension 765, The Spectral Spirit Company. Fotografía: Peter Andrews. Música: Zack Ryan. Montaje: Mary Ann Bernard. Reparto: Lucy Liu, Chris Sullivan, Callina Liang, Eddy Maday, West Mullholland, Julia Fox, Benny Elledge, Lucas Papaelias.
EE.UU. 2024. Título original: Presence. Director: Steven Soderbergh. Guion: David Koepp. Productores: Julie M. Anderson, Corey Bayes, H.H. Cooper, Gus Gustafson, Claire Kenny, David Koepp, Samara Levenstein, Ken Meyer. Productoras: Extension 765, The Spectral Spirit Company. Fotografía: Peter Andrews. Música: Zack Ryan. Montaje: Mary Ann Bernard. Reparto: Lucy Liu, Chris Sullivan, Callina Liang, Eddy Maday, West Mullholland, Julia Fox, Benny Elledge, Lucas Papaelias.
Nos encontramos, por lo tanto, ante uno de los cineastas norteamericanos más prolíficos de los últimos treinta años, capaz de nadar con la misma soltura tanto en las aguas del cine comercial como en las del cine independiente autoproducido. Su famoso «una para ellos, otra para mí». Una figura escurridiza, ambigua, que va a su aire y hace lo que le da la gana, sin miedo al fracaso ni a la burla, con una idea clara de las cosas y siempre dispuesto a ser la gota de vino en el mantel. Como el memorable Graham (James Spader) de Sexo, mentiras y cintas de vídeo (Sex, Lies, and Videotape, 1989), Soderbergh aparece en la cartelera cuando menos te lo esperas y con las películas más random posibles. Que pueden ser buenas, malas o flojas, cierto, pero siempre resultan personales y muestran un compromiso irreductible con las posibilidades del lenguaje cinematográfico. A Soderbergh le gusta más probar lentes que contar historias.
En el maremágnum de géneros que bañan su obra, Presence constituye su segunda incursión en el terror psicológico después de Perturbada (Unsane, 2018), con la que comparte no pocos puntos de contacto. El más notable, la concentración en un solo personaje del nudo de la historia y del juego que se le plantea el espectador. Si en aquélla la duda consistía en averiguar si los tormentos de Claire Foy eran reales o imaginarios, en ésta se trata de saber quién es y cuál es el propósito de la presencia que visita a Callina Liang, toda vez que resulta evidente que, sí, en esta historia hay un fantasma. La joven actriz da vida a Chloe, una estudiante traumatizada por la muerte de su mejor amiga, posiblemente a causa de las drogas. Sus padres y su hermano no terminan de creer que Chloe sienta una presencia extraña en su nueva casa. Ni el planteamiento ni las situaciones que vertebran Presence resultan novedosos. Tampoco el punto de vista, aunque la película sea sugerente porque se nos cuenta de manera íntegra desde la perspectiva del espíritu. Lo uno y lo otro estaba ya en El ente (The Entity, Sidney J. Furie, 1982). El principal reclamo es, una vez más en el cine de Soderbergh, el jugo formal que este le saca al nuevo juguete que ha caído en sus manos. En esta ocasión, la cámara Sony A9 III, un equipo digital portátil de alta definición que permite filmar en 4K y a 120 fotogramas por segundo sin espacios negros. Otros milagros que obra son la captura de sujetos en movimiento sin distorsión o el mantenimiento de la iluminación uniforme pese a posibles cambios en las fuentes de luz. Una bestia tecnológica para una bestia visual como Soderbergh, seguramente uno de los pocos cineastas en el mundo que no se cansa de probar nuevas cosas en cada filme que realiza. Recordemos que, junto con Michael Mann, fue uno de los primeros en abrazar y sacar provecho de la imagen digital. Efectos secundarios (Side Effects, 2013) es su cima en este sentido.
Lo mejor de Presence es la sensación de ligereza y vaporosidad que Soderbergh otorga a la dirección. Consciente de que recrear la subjetividad de un espectro es algo que ya han hecho otros cineastas, su empeño se concentra en utilizar la A9 III para transmitir al público lo que supondría existir sin ser, sentir sin estar, mirar sin ver. No quiere habitar el espíritu sino la sombra del espíritu. Aspira a fundirse con una cámara etérea y omnisciente, como deseaba Vertov. Todas las trampas del guion que firma David Koepp, Soderbergh las encauza hacia la consecución de esta idea, tan antigua como el propio cine. Su «presencia» es una excusa para tratar de eliminar la barrera entre la cámara y la realidad, y ofrecer así un flujo de imágenes, no una sucesión de ellas. Es tan hábil al respecto, que incluso los cortes a negro se perciben como los instantes en que la presencia cierra los ojos, o elige no ver. Habría que retrotraerse al Kim Ki-duk de Hierro 3 (Binjip, 2004) para apreciar una intencionalidad parecida con este mismo recurso.
Aunque agazapado detrás de otros nombres, la fotografía (Peter Andrews) y el montaje (Mary Ann Bernard) también llevan la firma de Soderbergh. Se trata de un requiebro habitual en su obra, pero en esta ocasión adquiere una dimensión tan fascinante como perturbadora, en línea con lo planteado en el párrafo anterior. El cineasta que quiere disolver la cámara también quiere diluir cualquier efecto relacionado con la luz y el montaje. ¿Acaso Soderbergh se ha propuesto perseguir el imposible de Protazánov? ¿Que el cine se proyecte directamente desde la mente del director a la del público? Es una suerte que pronto estrene otras dos películas para comprobarlo. Y al año siguiente otras dos. Y al siguiente otras dos… ♦
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