|| Críticas | Berlinale 2025 | ★★★★★
Kontinental'25
Radu Jude
Europa, 2025
Rubén Téllez Brotons
ficha técnica:
Rumanía, 2025. Título original: Kontinental'25. Dirección: Radu Jude. Guion: Radu Jude. Compañías: Saga Film. Festival de presentación: Festival Internacional de Cine de Berlín. Fotografía: Marius Panduru. Montaje: Cătălin Cristuțiu. Música: Matei Teodorescu. Reparto: Eszter Tompa, Annamária Biluska, Marius Damian, Ilinca Manolache, Oana Mardare, Șerban Pavlu, Adrian Sitaru, Gabriel Spahiu, Adonis Tanta. Duración: 109 minutos.
Rumanía, 2025. Título original: Kontinental'25. Dirección: Radu Jude. Guion: Radu Jude. Compañías: Saga Film. Festival de presentación: Festival Internacional de Cine de Berlín. Fotografía: Marius Panduru. Montaje: Cătălin Cristuțiu. Música: Matei Teodorescu. Reparto: Eszter Tompa, Annamária Biluska, Marius Damian, Ilinca Manolache, Oana Mardare, Șerban Pavlu, Adrian Sitaru, Gabriel Spahiu, Adonis Tanta. Duración: 109 minutos.
La crispación que afectaba a los personajes de Un polvo desafortunado o porno loco y que convertía sus intentos de comunicación en un intercambio de insultos y gritos estaba provocada por el frenético ritmo que imponía la ciudad, además de por la sobreestimulación a la que se veían sometidos cuando caminaban por sus calles; y la desesperación agónica que motivaba a la protagonista de No esperes demasiado del fin del mundo a publicar, bajo seudónimo, vídeos abiertamente machistas, racistas y homófobos encontraba su germen en el interminable devenir de una jornada laboral que, definida por la precariedad y la ausencia de derechos laborales, se desarrollaba casi enteramente dentro de un espacio de tránsito —el coche— que, a su vez, se movía dentro de otro —la autovía— que desembocaba en la muerte —inolvidable el fragmento de las cruces colocadas al pie de la carretera—. Pues bien, Kontinental´25 supone un paso más allá dentro del proceso de indagación que Jude lleva a cabo dentro de las ciudades, puesto que aquí los elementos urbanos no intervienen en el devenir argumental desde los márgenes, ni son figuras epigonales que presionan a los personajes desde el fondo del plano, sino que se incrustan en la columna argumental del relato para romperlo por completo, condicionando y oprimiendo, en el proceso, las vidas de las criaturas que lo habitan.
El protagonista es un hombre en situación de pobreza extrema que se dedica a limpiar la basura que la gente tira en las calles y parques. El director captura el contraste entre la loable labor que realiza y el desprecio que recibe de parte de los transeúntes con los que se cruza, utilizando planos generales estáticos que le sirven para unir de forma inexorable los conceptos de encuadre y espacio filmado. Jude mantiene la cámara —un Iphone 16— fija durante casi toda la película y los pocos movimientos que realiza son paneos que no exigen un cambio de posición del aparato: de nuevo, lo importante no son las emociones o recuerdos que un determinado lugar le trae a los personajes, sino el modo en que dicho lugar —barrio, parque, casa— condiciona todos los aspectos de su vida. A los quince minutos de metraje, una alguacil, con la ayuda de la policía, desaloja al protagonista del sótano en el que vive: una empresa de pisos de lujo le ha comprado la totalidad del edificio al único propietario y piensa derruirlo para poder reconstruirlo según sus intereses. El protagonista se suicida y la alguacil se ve aplastada por un sentimiento de culpa del que no consigue librarse.
Comienza entonces un encadenado de diálogos a través de los cuales intenta deshacerse del peso que sobre su conciencia ejerce el recuerdo del suicidio. El despliegue verbal que la mujer lleva a cabo con la ayuda de sus compañeros de trabajo, su marido, su sacerdote de confianza, su mejor amiga y un antiguo alumno al que dio clase años atrás, se ve refutado por la propia estructura —arquitectónica— que sostiene su rutina. Su angustia y sus lágrimas no surgen del dolor que le provoca el suicido del hombre, sino de la dificultad casi irracional que tiene para seguir con su día a día como si nada hubiese pasado, de la imposibilidad de librarse de la mancha que ha ensombrecido la impoluta imagen que tenía de sí misma. “No has cometido ningún delito”, le dice en determinado momento su jefe. La frase explícita la principal diferencia que la separa del resto de su círculo social: su incapacidad para olvidar un rostro; no una vida, no un final, no los factores y fuerzas que provocaron dicho final: sólo un rostro convertido en presencia fantasmal que le impide disfrutar del trayecto en coche de vuelta a casa, que aparece y desaparece para arruinarle las vacaciones en familia, que la pone frente al espejo de sus contradicciones. Después de las lágrimas, la alguacil se despide de su marido en el porche de su casa. Situados en el gran plano general en el que los filma Jude, no son más que pequeñas figuras de juguete que se abrazan dentro de una gran maqueta de chalets de lujo. Las confesiones de la mujer se estampan contra la fachada de su impoluta casa, cuya construcción, se intuye, esconde otra injusticia no constitutiva de delito.
Jude utiliza como base argumental el punto de partida de Europa 51 desechando, eso sí, toda la retórica católica que inundaba la cinta de Rossellini para poder trazar un meticuloso y por momentos irónico seguimiento del proceso de descomposición de la autopercepción de la alguacil. Su intento de huida hacia delante se ve frustrado en todo momento por los signos de una ciudad devenida en parque turístico —esas maquetas de los dinosaurios colocadas en el parque— que no dejan de recordarle que su vida se levanta sobre una serie de violencias que, desde la muerte del protagonista —sí, el hombre del principio sigue siendo el protagonista legítimo de la obra—, ya no puede ignorar. La gentrificación y la especulación inmobiliaria ejercen de núcleo temático de la obra, pero Jude se adentra, en ningún momento de forma superficial, en tantas otras cuestiones que resulta imposible abordarlas todas en un sólo artículo. Debido a la homogeneidad con la que el director consigue empastar las distintas herramientas formales que utiliza, Kontinental'25 puede parecer una obra menor al lado de sus dos anteriores ficciones, cuyos cambios de registro eran más evidentes y bruscos —no en un sentido negativo—, pero, nada más lejos de la realidad, la cinta protagonizada por Gabriel Spahiu y Eszter Tompa no supone sino un paso adelante dentro de su filmografía, uno coherente tanto a nivel ético como estético, que lo confirma como uno de los cineastas más rigurosos, comprometidos y audaces de la actualidad. ♦
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