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    Cine Alemán Siglo XXI

    Crítica | The Ice Tower

    || Críticas | Berlinale 2025 | ★★☆☆☆ ½
    The Ice Tower
    Lucile Hadzihalilovic
    La levedad de un esfuerzo técnico


    Rubén Téllez Brotons
    Berlín |

    ficha técnica:
    Francia, Alemania, 2025. Título original: La Tour de glace. Dirección: Lucile Hadžihalilović. Guion: Lucile Hadžihalilović, Geoff Cox. Compañías: 3B Productions, arte France Cinéma, Sutor Kolonko, Bayerischer Rundfunk (BR). Festival de presentación: Festival Internacional de Cine de Berlín. Fotografía: Jonathan Ricquebourg. Montaje: Nassim Gordji Tehrani. Música: No disponible. Reparto: Marion Cotillard, Clara Pacini, August Diehl, Gaspar Noé, Marine Gesbert, Lilas-Rose Gilberti, Dounia Sichov. Duración: 118 minutos.

    The Ice Tower es una obra que juega con la ambigüedad, que se pierde en la opacidad de las sombras expresionistas que copan el pequeño pueblo en el que sucede su acción dramática, que coloca delante de un espejo deformante la fascinación que le provoca la languidez de sus propias imágenes para amplificarla, para presentarle al espectador el reflejo de sus imprecisas obsesiones, ofreciéndole la posibilidad de que se pierda en sus esquivos meandros. The Ice Tower propone trucos de ilusionismo que no conducen sino a un callejón sin salida: Lucile Hadzihalilovic construye su nueva película a partir de un ejercicio de difusión en el que la imposibilidad de distinguir decorado y argumento, paredes y cuerpos, edificios y vidas, funciona como principal sostenedora de la tensión de las secuencias. El problema surge cuando la directora termina inducida por el estado de sonambulismo que define cada uno de sus planos y, en consecuencia, pierde tanto el control de la atmósfera que había aguantado el peso del silencio de sus personajes, como el sentido de la orientación que le permitía recordar cuál era el propósito inicial de la obra. Se podría decir que la responsable de Erwig olvida el punto de partida de la película, pero también que se aleja de él a conciencia debido a la fascinación que le producen las formas de su relato.

    The Ice Tower es, en cualquiera de los casos, un trabajo en la que la magnitud de la máscara, de la carcasa, de la estética, de la potencia visual de la imagen prima por encima de cualquier otra cosa. Película formalista, sí, pero no en el sentido que define, por ejemplo, la filmografía de Albert Serra. Por mucho que el director de Honor de caballería se defina a sí mismo en las entrevistas que le concede a la prensa como alguien obsesionado con encontrar planos que se sostengan por su originalidad, los signos que los componen están siempre anclados a una realidad que los alejan de la inconcreción de la impostura retórica. No sucede lo mismo en la película de Hadzihalilovic. Y no lo hace, precisamente, porque la directora abstrae los objetos, escenarios y personajes de la propia irrealidad dentro de la que se mueven, para impedir que se alcen como símbolos de nada, que puedan ser leídos o interpretados de alguna forma. A través de esta estrategia, Hadzihalilovic consigue crear una suerte de tapiz terrorífico sutil, casi imperceptible, que utiliza la inconcreción constante de las imágenes como combustible: al espectador le resulta imposible predecir lo que va a suceder en cada momento.

    Las escenas, como los personajes, parecen flotar sobre la pantalla; no hay un nexo lineal ni lógico que las una, tampoco una frontera que separe el sueño, la fase REM y el estado de conciencia de la niña protagonista, cuyo punto de vista se acopla por momentos con el de la propia película. El terror en The Ice Tower surge precisamente de ahí, de la dificultad de anticipación: nunca se tiene la certeza de que dentro de las sombras que asfixian cada espacio haya un peligro esperando para abalanzarse sobre alguien, pero la posibilidad de que dicho peligro exista, de que pase algo, de que un mecanismo de la narración estalle, es lo que genera la tensión. De entre los muchos leitmotivs que puntúan la cinta, el más expresivo es un cuervo cuyas resonancias lógicas se muestran esquivas durante la primera mitad del metraje: el animal no funciona como símbolo de la oscuridad irracional —como en la literatura de Poe—, ni de la muerte; no es tampoco un ser vivo sin más, que aparece de vez en cuando en escena, ni un elemento disonante que abre en las imágenes una grieta por la que entra la violencia. El cuervo podría ser todo eso, sí, pero la decisión inicial de Hadzihalilovic de no precisar su sentido dentro del cuadro abstracto que es la película desestabiliza al espectador.

    Se atisba entonces una suerte de núcleo que ordena las imágenes. ¿Es The Ice Tower una obra sobre la fascinación que experimenta un niño cuando escucha un cuento de terror gótico de tradición oral, sobre el placer que surge ante la posibilidad de sentir miedo? En parte, sí. Es una pena que, alcanzado el ecuador de la película, la directora decida materializar los elementos ambiguos, definir su contorno y su significado; y que, además, lo haga de una forma tan obvia. El cuervo, por seguir con el ejemplo de antes, termina convertido en una cristalización de ese peligro intuido, en una ruptura violenta que busca provocar un shock. No se puede negar que el esfuerzo técnico realizado por Hadzihalilovic es enorme —el expresionista trabajo con la iluminación, la precisión en la selección de decorados, la cuidada composición del encuadre—, pero eso no salva a la película de quedar sepultada bajo el peso de dicho esfuerzo técnico. Más allá de la efímera sensación de fascinación provocada por la malla de terror que envuelve las imágenes, no hay nada: ningún punto de vista que permita mirar el mundo desde una nueva perspectiva, ninguna idea sobre la infancia, la obsesión o el despertar del deseo, ningún desequilibrio que cuestione las certezas del espectador; nada. ♦


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